No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios (Romanos 12: 2).
PARA LLEGAR AL IDEAL QUE DIOS tiene para sus hijos, él tuvo que educar a su pueblo, partiendo casi de la nada. Comenzó en el desierto, dándoles el santuario y su ritual con lecciones objetivas del evangelio. Esas lecciones son útiles aún hoy para nosotros, ya que podemos entenderlas con más claridad pues estamos de este lado de la cruz.
En el santuario había dos tipos de ceremonias rituales: El servicio diario y el servicio anual. El servicio diario constaba del holocausto matutino y vespertino, las ofrendas por los pecados individuales, y el ofrecimiento de incienso. Los holocaustos de mañana y tarde, y el ofrecimiento de incienso eran ministerios colectivos, pues se ofrecían para toda la nación. Las ofrendas por el pecado eran un ministerio individual. Los ofrecían quienes de alguna manera consideraban que habían violado las leyes de Dios o los reglamentos ceremoniales. Los holocaustos y las ofrendas por el pecado se realizaban en el atrio, en el altar de los holocaustos.
El ofrecimiento de incienso se realizaba en el lugar santo, en el altar de incienso que se hallaba frente al velo que separaba al lugar santo del Santísimo.
Cada mañana y cada tarde se ofrecía en holocausto sobre el altar un cordero de un año sin defecto. La instrucción era: «Todos los días ofrecerás sobre el altar dos corderos de un año. Al despuntar el día, ofrecerás uno de ellos, y al caer la tarde, el otro» (Éxo. 29: 38, 39). Esta ceremonia simbolizaba la consagración diaria a Dios de toda la nación, y su constante dependencia del Señor. «Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas, y llegaron a observarse como momentos dedicados al culto por toda la nación judía. En esta costumbre, los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y vespertina».