Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros sino por los de todo el mundo (1 Juan 2: 2).
OTRA PARTE DEL SERVICIO DIARIO que se ofrecía a la comunidad era el sacrificio por el pecado individual. Las personas que reconocían haber cometido una violación involuntaria contra los mandamientos de Dios, debían traer una ofrenda como sacrificio por su pecado. La ley decía: «Si el que peca inadvertidamente es alguien del pueblo, e incurre en algo que los mandamientos del Señor prohíben, será culpable. Cuando se le haga saber que ha cometido un pecado, llevará como ofrenda por su pecado una cabra sin defecto. Pondrá la mano sobre la cabeza del animal, y lo degollará en el lugar donde se degüellan los animales para el holocausto. Entonces el sacerdote tomará con el dedo un poco de la sangre y la untará en los cuernos del altar del holocausto, después de lo cual derramará el resto de la sangre al pie del altar. […] Así el sacerdote hará expiación por él, y su pecado le será perdonado» (Lev. 4: 27-31). La ceremonia incluía el acto de confesión del pecado.
Debe haber sido una experiencia horrible tomar una oveja inocente y degollarla delante del altar después de confesar el pecado. La sangre salía del cuello de la víctima a borbotones. Esto debió de haber dejado en el corazón de cada israelita una impresión duradera de cuánto Dios aborrece el pecado. El primer sacrificio que Adán ofreció a Dios fue, por una parte, una experiencia aterradora, y por otra, una experiencia que le infundió gozosa esperanza. Leemos: «Mientras mataba la inocente víctima temblaba al pensar que su pecado haría derramar la sangre del Cordero inmaculado de Dios. Esta escena le dio un sentido más profundo y vívido de la enormidad de su transgresión, que nada sino la muerte del querido Hijo de Dios podía expiar. Y se admiró de la infinita bondad del que daba semejante rescate para salvar a los culpables. Una estrella de esperanza iluminaba el tenebroso y horrible futuro, y lo libraba de una completa desesperación» (Cristo en su santuario, p. 26).