Max Lucado escribió: “Un día, me levanté temprano para ir a una reunión… y encontré un paquete de galletas. El día anterior, nuestra hija había acudido a una venta de galletas, por lo que pensé que las había puesto para mí. Comí una… una textura interesante… Comí una segunda… con café estaban mejor. Me llevé una tercera para el camino, y me habría llevado la cuarta, pero era la última que quedaba. Más tarde llamó mi mujer por teléfono: Parece ser que alguien ha tocado la bolsita, dijo. Fui yo, le admití, “He comido galletas mejores, pero no estaban mal”. ¡Pero si no eran para ti!, contestó ella, ¡eran galletas caseras para los perros!. Durante todo el día me rasqué la barriga, tuve un tic nervioso en la pierna y una sed insoportable. Tenía que haber consultado a la cocinera
|