TU
|
EL ADOLESCENTE, 1ª, PARTE EL ADOLESCENTE
Ante el dolor, la humillación o la desgracia
La adversidad y el dolor se presentan en la vida de todos. Es una realidad sencilla y patente ante la que caben reacciones muy diversas. Unos se crispan, maldicen y patalean. Otros se refugian en la melancolía, pero la melancolía es como una mano engañosa que se tiende hacia nosotros y que nunca logramos alcanzar: es pasajera, volátil, fugitiva. La adversidad y el dolor no deben verse como cosas tan terribles. La mayoría de los pensadores que han afrontado seriamente el problema dicen que con ellos viene una enseñanza siempre útil para nuestra vida; que cuando se saben recibir pueden transformarse en algo positivo.
Los golpes de la adversidad son amargos, pero nunca estériles.
Los padres deben dar ejemplo de serenidad frente a los reveses de la vida, de mantener la alegría, de esos valores que se manifiestan cuando, frente a un golpe de destino, lo sabemos aceptar. En la adversidad suele descubrirse al genio, en la prosperidad se oculta, afirmaba Horacio.
La alegría es una muestra de que va bien todo el entramado de virtudes de una persona. Es como un síntoma claro de que una vida está bien construida, que posee resortes -como decía Cervantes- para echar las penas fuera del alma y ser feliz. El dolor y la adversidad constituyen todo un espectro de contrastes en las personas. Unos, con muy poco, se desesperan. Otros, con mucho más, se crecen. El problema no está en que esas adversidades o esos dolores sean muchos o pocos, sino en la riqueza espiritual de las personas que los sufren, en su categoría personal y en el modo en que los asumen. Por eso ha llegado a decirse que la valía de las personas suele ir en función inversa a las facilidades que han tenido en sus vidas.
|