La reprensión
Es llamativa la autoridad natural de quien rara vez se enfada. Suelen ser personas con una serenidad y un dominio de sí mismos que resultan atractivos e infunden respeto.
Lo normal es que una reprensión se pueda hacer estando de buenas, y en ello va gran parte de su eficacia. Hay que tener sensibilidad para:
* escoger el momento adecuado;
* buscar unas circunstancias que no humillen;
* procurar hablar a solas y estando de buen humor;
* ponerse en su lugar;
* dejarle una salida airosa;
* saber intercalar unas palabras de afecto que alejen cualquier impresión de que se corrige por disgusto personal;
* mostrar la convicción de que va a mejorar y corregir la conducta inadecuada.
La inoportunidad y la falta de diplomacia son errores graves. Nada conseguirá un padre o una madre que reprenda a sus hijos a gritos, dejándose llevar por el mal genio, amedrentando, imponiendo castigos precipitados, haciendo descalificaciones personales o enmiendas a la totalidad, o sacando trapos sucios y antiguas listas de agravios.
Si no somos educados al corregir, no estamos educando.
La precipitación al castigar produce injusticias que a los chicos les parecen tremendas. Es mejor tomarse el tiempo necesario para oír las dos campanas o más, si es el caso, conocer la fiabilidad de cada versión, cerciorarse de la culpabilidad de cada uno, y entonces, ya serenos y con elementos de juicio, decidir lo más oportuno.
Y hay otro elemental principio jurídico, que ya recogía el Derecho Romano y bien puede aplicable al entorno familiar:
No se puede juzgar a nadie sin haberle antes escuchado.
A pesar de lo evidente que resulta y de lo antiguo de su origen, se olvida con frecuencia.
Comprender. Facilitar la sinceridad
Si el niño se siente frecuentemente reprendido y, por el contrario, casi nunca reconocidos o recompensados sus actos meritorios aunque a los padres les parezcan insignificantes comparados con los dignos de castigo, ante esa insensibilidad de los padres, van desapareciendo poco a poco en él los deseos de hacer cualquier cosa positiva.
Llevado a su extremo este torpe planteamiento, el chico puede llegar a pensar que lo mejor es no hacer nada, porque haciendo cualquier cosa lo único que logrará es exponerse a recibir una nueva bronca.
Si el niño reconoce la culpabilidad de una determinada falta, y esto no supone apenas mejora en el castigo aplicado, cada vez le costará más ser sincero.
Aun a costa de arriesgarse a dejar impunes algunas faltas, los chicos han de saber que una falta declarada es una falta casi perdonada.
Hay que apoyar con los hechos eso de facilitar la sinceridad, y saber ser a un tiempo exigente e indulgente. Esos padres que después de exigir sinceridad se enfadan o se asustan ante ella, obtienen como premio una merecida desconfianza por parte de sus hijos.
Los padres deben enseñar al chico a:
* Que diga siempre la verdad, aunque le cueste. Debe saber que siempre será perdonado y, además, que cuando es sincero será raro que le castiguen.
* Que cuente con confianza a sus padres las preocupaciones que tenga. Al hacerlo, debe encontrar en ellos afecto e interés, aunque les parezcan cosas sin importancia.
* Que sepa que no se miente, ni con la excusa que será falsa de conseguir algo bueno. Tampoco en los juegos: que no sea tramposo.
* Que comprenda que la sinceridad en la familia, en el colegio o entre los amigos contribuye a crear un ambiente de alegría y libertad.
La reprensión exige estar a solas, aunque eso suponga esperar. Es difícil que el chico reconozca su mala actitud o sus errores si lleva aparejada una confesión casi pública. Actuar así es facilitar que añada nuevas mentiras, y un enfado casi seguro. La reprimenda pública suele ir acompañada de humillación, y él tiene un fuerte sentido del ridículo. Luego hablará del broncazo que me echaron delante de mi hermana, o ese día que estaban los tíos en casa..., y es algo que le costará sin duda digerir.
A esta edad son muy finos observadores y advierten cuándo en sus padres hay celos, envidia, soberbia, afán de imponerse o de figurar, y entonces la posibilidad de influir positivamente sobre ellos baja enormemente. Tendremos tanta más autoridad e influencia beneficiosas sobre los chicos dice Courtois "cuanto menos busquemos la visible satisfacción de nuestro amor propio".
Para que la palabra de los padres tenga prestigio y obtenga el efecto deseado es necesario esforzarse por arrinconar el propio orgullo.
La falta de interés también les entristece mucho. "Mis padres no me entienden. Fíjese, ayer, llegué todo contento a casa porque me había salido muy bien el examen, y no me hicieron ni caso; seguramente tendrían cosas más importantes de que preocuparse que de mí".
El sentido crítico y la característica sagacidad infantil para definir con cuatro rasgos los defectos de cualquiera, hacen en estos casos un efecto arrollador en la descripción de esas situaciones. "Y el otro día, que quise hacer algo bien y me puse a poner la mesa, se me cayó un vaso y se rompió. Y fue porque me había empujado mi hermano. Y llegó mi padre en ese momento y, sin preguntar más, me dio un tortazo encima. Eso me pasa por querer ayudar. Y mi hermano, que no hace nada, ¿qué...? Se ve que lo mejor en casa es pasar inadvertido y desaparecer cuanto antes, y no hacer nada, ni bueno ni malo."
"Y si quiero comprarme algo, siempre es un capricho, y en cambio para otras cosas... que si el coche nuevo, que si la moda de primavera... Y además siempre, en cuanto se enfadan, sacan la lista de todas las cosas que he hecho mal toda la vida... como si ellos no se hubieran equivocado nunca. Estoy harto de oírla. Creo que nunca me han dicho nada bueno".
No hace falta seguir describiendo el proceso de justificación del chico que, aunque subjetivo y a veces poco coincidente con otras versiones, denuncia una innegable falta de sensibilidad de sus padres hacia sus gestos positivos.
Descubre a tu hijo haciendo algo bien y elógialo.
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