La herencia de nuestras relaciones afectivas
La familia es la base en la que se asientan nuestras raíces emocionales. En ella se construye nuestra identidad y el modo en el que nos relacionamos con nosotros mismos y los demás. Aprendemos a amar en familia y también en ella aprendemos a odiar. Cada uno de sus miembros influye en nosotros de diferente modo:
1.- La madre Es el primer amor y un modelo en el resto de las relaciones humanas. La labor materna se asienta en ayudar a crecer para después dejar a los hijos su autonomía. Hay que partir de la base que no existe la madre perfecta. La “suficientemente buena” es aquella que le da a su hijo las muestras afectivas que le permitan desarrollarse armoniosamente. Una madre es mejor o peor dependiendo del espacio que deje a su hijo para que se construya como ser humano más allá de su cuidado y protección.
2.- El padre Se trata de un referente para la construcción de la identidad sexual de los hijos. Su función está más relacionada con la psicología que con la biología, por lo que este papel no tiene por qué ejercerlo el padre biológico. Cuida, protege, otorga reglas y límites, acompaña en el crecimiento, se implica en la educación, hace que los hijos interioricen una moral para no dañarse ni a ellos mismos ni a otros y les respeta para que sean autónomos. Si se lleva a cabo del modo adecuado, los hijos podrán relacionarse con los demás con mayor seguridad y proporcionarles una autoestima firme. Por el contrario, les legará una personalidad inestable.
3.- Los hermanos Se trata de una relación curiosa que se mueve entre la complicidad y la rivalidad; la convivencia y la competitividad; lo común y lo diferente; el amor y el odio... todo dependerá de cómo se desarrolle el vínculo fraterno. Este va construyéndose mediante la lucha por el amor de los padres, lucha que encierra ciertos sentimientos hostiles hacia estos. Si se aceptan estos afectos el hermano puede ser el mejor aliado y el que nos ayude a saber quiénes somos.
4.- Los abuelos Son los cimientos de la familia, los que aportan seguridad y autoestima y perfilan el lugar que su nieto ocupa en el mundo. Su amor es tierno, no pide nada a cambio, es estable y no pone condiciones. El único punto débil de esta relación entre abuelos y nietos es que los primeros pongan en entredicho la autoridad de los padres. El niño debe entender que cada uno tiene su punto de vista y que hay que respetarlo.
|