MOTIVOS DEL DESAMOR
O bien no se valora el matrimonio o bien es que nos hemos vuelto más exigentes en el amor. Pero, ¿cuáles son los motivos más alegados a la hora de finalizar una relación? Algunos sociólogos hablan del egocentrismo que domina a algunas parejas, ya que la realización personal figura como prioridad.
Sin embargo, al contrario de lo que podría parecer, la familia no desaparece ni está en crisis sino que evoluciona al mismo ritmo que la sociedad. Se evoluciona de una familia fruto de la necesidad y falta de alternativa a otro tipo de familia: la electiva. Ello no perjudica sino que beneficia a las relaciones familiares. Las parejas que se separan no es que no deseen estar casadas, sino que quieren ser felices y que sus hijos vivan en un clima adecuado, puesto que la separación no es un capricho: no se dice adiós a la ligera, especialmente si hay hijos por en medio. Por el contrario dar el paso definitivo conlleva tener sentimientos de culpa, angustia y frustración.
Son infinitos los conflictos que sufren las parejas de hoy, pero haremos hincapié en los siete motivos más frecuentes de conflicto que llevan al desamor.
Juventud: cuanta menos edad sumen los cónyuges más posibilidades tienen de diluir su unión en un futuro, debido a que los jóvenes viven más el presente y el arrebato amoroso les empuja a tomar decisiones poco sopesadas sin reparar en los problemas de la convivencia. Sin embargo, esto no se da si los dos miembros de la pareja saben evolucionar junto a sus sentimientos y necesidades. Un estudio de Asuntos Sociales sobre parejas apunta a que los entrevistados más felices eran los que habían dicho el "sí, quiero" más tarde.
Decepción: en la convivencia día a día bajo el mismo techo, se descubren aspectos desconocidos del otro que en algunas ocasiones suponen dar al traste con la idea que se tenía de nuestra pareja. Ello ocurre principalmente debido a que en la etapa inicial de la relación lo habitual es que cada uno trate de dar lo mejor de sí y que -al estar enamorado/a- se vea solo aquello que se quiere ver. En esta etapa es importante la aceptación del otro y el desarrollar habilidades para mantener la relación.
Inmadurez: es muy difícil solucionar el que una de la partes esté fijada en la infancia y sea incapaz de asumir las responsabilidades que conlleva una relación. Las personas inmaduras suelen ser inconstantes, caprichosas, carentes de una visión sobre las consecuencias de sus actos. Es preferible esperar a que maduren para consolidar la relación.
Egoísmo: el sentimiento amoroso no es puramente altruista, cuando damos esperamos recibir lo mismo o al menos en similar proporción. El intercambio de afecto, de entrega, de comprensión, de cariño, de trabajo... llevará al desencanto si no es compartido, a la frustración, y logrará consumir a la relación.
Autoengaño: la creencia de que lograremos cambiar al otro es falsa y el mantener la venda en los ojos tampoco da resultado y en algún momento esta caerá. Tampoco resultan esas uniones en la que uno de los miembros proyecta en el otro su ideal de persona y la disfraza de lo que no es.
Falta de palabras: la incomunicación es uno de los pilares por los que se agrietan muchas parejas, y muchas veces la suma de silencios se va agrandando en igual proporción al resentimiento acumulado. Se acaba por no tener confianza en el otro y es imprescindible el diálogo y la sinceridad para poder mantener a flote la pareja. Las quejas en voz alta y la claridad restan relevancia al problema y al comunicarlo se minimiza el conflicto.
Rutina: la apatía en una relación es muy peligrosa. Cuando se instala el desinterés poco podemos hacer. Es importante esforzarse para mantener un intercambio interesante en la pareja y esto es algo que concierne a cada una de las partes. Es una utopía fantasiosa el sueño de que el otro, si nos ama, debe adivinar nuestros deseos. Las dos partes han de trabajar para que la relación sea todo menos aburrido.
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