LAS NORMAS QUE RIGEN NUESTRAS VIDAS
¿Qué leyes rigen en la vida diaria de las personas que convierten a unos en blanco de la dominación de otros? ¿Qué función cumple la distinta socialización de niños y niñas dentro de la sociedad? O, ¿por qué llegados a la edad adulta observamos que compartimos un mismo conjunto de ideas básicas? Lo primero que vemos es que nuestro entorno más inmediato está organizado sobre principios de naturaleza económica. Desde esa perspectiva el valor de una persona (hombre o mujer) está en función de lo que produce, de lo que rinde, de lo que consigue en la vida siempre que sea cuantificable. En consecuencia, el tiempo es importante porque permite obtener rendimientos, dividendos... de manera que el tiempo debe ser productivo. El tiempo es dinero y, por tanto, no debe derrocharse. Pasarse una tarde tirado en el sofá sin hacer absolutamente nada (se entiende, sin producción tangible) es una gran pérdida de tiempo y cuando, ocasionalmente, una persona exhibe esa conducta le acompaña un sentimiento de culpa que es casi inevitable.
Sobre la base de estos dos elementos: el tiempo y el rendimiento se fundamenta la estructura de nuestra vida. A ello le podemos añadir la prácticamente "universal" idea de que la vida no tiene sentido sin formar pareja con alguien y que además el éxito en esa área de la vida es lo verdaderamente importante. Estas ideas son compartidas por hombres y por mujeres como grupo. Individualmente hay hombres y hay mujeres que no lo comparten o que tienen una vida alternativa. Sin embargo, hacer algo diferente a la mayoría supone un coste para estas personas que no es otro más que la reprobación que suelen recibir del resto de la sociedad. Todo esto es importante porque supone la base sobre la que se asienta la pareja humana en nuestro entorno sociocultural. Por ejemplo, si lo importante es el rendimiento que se traduzca económicamente entonces el trabajo doméstico no tiene valor porque a la mujer no se la paga por realizarlo en su casa. Si el tiempo es oro entonces eso significa que las actividades no remuneradas no tienen valor alguno aunque a uno le gratifiquen. Si lo que determina el éxito social es tener pareja cuando se deja de tener pareja enseguida hay que buscarse otra. No hay tiempo que perder ya que el tiempo es oro y, cuánta más edad se tiene menos se vale, por lo que habrá que buscar rápidamente una nueva pareja. Es como una gran bola de nieve que rueda por una pendiente. Inicialmente es pequeña pero en su descenso va haciéndose cada vez mayor. Muchos hombres y mujeres tienen interiorizadas todas estas ideas. Cuánto menos consciencia haya de todas ellas más probable es que se manifiesten en la vida cotidiana de las personas.
Nos podríamos preguntar ¿cómo afecta a la violencia de género el culto al tiempo, al rendimiento y a la vida en pareja? Primero de todo, afecta en la distinta valoración de las actividades. Hay actividades valiosas (remuneradas) y actividades menos valiosas o carentes de valor. Tradicionalmente, los hombres han desempeñado trabajos remunerados que se hacían fuera de casa mientras que las mujeres se han encargado de la crianza de los niños y niñas. Esta última actividad ha pasado completamente desapercibida porque no produce beneficios económicos sólo humanos. Que un niño o una niña se desarrolle física y mentalmente sano/a no es valorable. Cuando la división de tareas implica una mayor valoración de una actividad frente a otra ya no se trataría de simple división sino de discriminación. Y ahí precisamente es donde comienza la lucha de sexos, en la diferente valoración de las actividades desarrolladas por unos y otras. Cuánto más interiorizado tenga el varón la idea de su superioridad más sentirá el derecho a exigir un determinado trato de favor en su relación de pareja... trato que suele comenzar con la "imposición" de prácticas sexuales que no son del agrado de la mujer.
Es indudable que la violencia de género tiene raíces socioculturales. No obstante, algunas culturas son más permisivas que otras en cuanto a la posibilidad de valoración de las actividades femeninas pero prácticamente no hay cultura alguna libre de asignación de sobrevaloración de las actividades masculinas frente a las femeninas.
En definitiva, hay una presión social considerable para que las mujeres se adapten al modelo masculino de referencia en diferentes ámbitos. Todo eso resulta en un sentimiento poco definido de inferioridad respecto del hecho de ser mujer. Inferioridad ésta que se trasmite de madres a hijas sin apenas percepción consciente.
Todos estos elementos sociales: la falta de poder socioeconómico femenino, la sobrevaloración de todo lo masculino, la valoración del rendimiento frente a lo lúdico o a otros valores humanos, la separación rígida de roles que impone nuestra sociedad en función del sexo son todos ellos aspectos que inciden de forma decisiva sobre la violencia de género. Podemos añadir a ello que las conductas adictivas son bastante más frecuentes entre los hombres que entre las mujeres. La frustración femenina suele traducirse conductualmente en depresión mientras que, en el caso de los hombres, suele llevar a conductas de evitación del malestar disfrazándolo con el alcohol, las drogas o el juego. Todo lo cual añade más leña al fuego al ya de por sí frágil equilibrio de la relación de pareja.
En resumidas cuentas, no hay una fórmula fácil para abordar una problemática que está firmemente enraizada en nuestra cultura. El primer paso para cambiar el "status quo" sólo podrá venir de la mano de un análisis, lo más exhaustivo posible, de todas las variables implicadas.
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