Al que madruga, Dios lo ayuda. Al que ayuda no lo endeuda, el que se endeuda es uno mismo. Uno siempre debe ayudar al otro sin intereses premeditados, tal vez seamos nosotros quienes necesitemos de una ayuda en otra oportunidad. Otra oportunidad siempre es una nueva posibilidad. Las posibilidades están ahí nomás, cerquita de cada uno, solo depende de reconocer el momento justo. El momento siempre será el justo necesario cuando el tiempo que se interponga entre la posibilidad y la verdadera realización no sea tan grande que no pueda concretarse acertadamente.
Los momentos son fracciones de tiempo que pueden vivirse como una eternidad dependiendo de la intensidad de las cosas.
Cuando algo es intenso, puede parecer un universo completo, pero si es débil, será tan solo un momento. De cada quien depende el valor con que asignará a cada cosa y cada cosa será digna de recordar o fácil de olvidar.
Olvidamos lo que no nos interesa y recordamos constantemente aquello que se nos escapa en el tiempo, entonces el tiempo es corto para la felicidad y largo para la desdicha. La felicidad siempre busca un refugio donde poder florecer, solo que busca jardines en el alma, no lo hace en pantanos de ideas. Si tu interior es árido o pantanoso, es posible que la felicidad resida solo el tiempo necesario para escapar a otro lugar. Por eso debes cultivar tu jardín interior regándolo con el agua de las buenas ideas, de las buenas intenciones y de las lozanas esperanzas, deja que brille el sol de una sonrisa e ilumina tu entorno con el amanecer de un nuevo optimismo cada día.
Permite que la vida se celebre en tu mirada y que tu mirada sea franca, sincera, leal. No te dejes opacar por el humo de las dudas y las dudas te dejarán. Vibra en el viento de tus palabras y entrega en cada una de ellas una apacible verdad. Verás que siempre podrás ayudar a otros, verás entonces que Dios siempre te ayudará.
© Miguel Ángel Arcel
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