Muchas
veces nos quedan cuestiones sin resolver; a veces, cuestiones
que nos atormentan durante mucho tiempo. Y si bien, en muchos
casos, sabemos que la solución puede estar al alcance
de la mano, no nos atrevemos a dar el primer paso en ese
rumbo.
Y, lo peor de todo es
que, en muchas ocasiones, esa falta de decisión responde
a causas triviales.
La pérdida de
la amistad con alguien puede ser considerada, sin duda,
casi una catástrofe. Y hay gente que lamenta largo
tiempo, desconsoladamente, esa situación.
Y no se da cuenta de
que quizás la otra persona está pasando por
la misma circunstancia. Y a medida que pasa el tiempo pareciera
que la reconciliación es más difícil.
Pero en realidad no
hay ningún argumento que apoye seriamente esa afirmación.
Quizás bastaría un simple llamado telefónico
para reabrir un diálogo truncado.
Y casi con seguridad
que luego vendrán las lamentaciones por todo el tiempo
perdido.
¿Por qué
privarnos de momentos felices?
¿Por una indecisión?
¿Por terquedad?
¿Por temor al
rechazo?
¿Por... quién
sabe qué argumentos carentes de sentido? . ¡No!.
No vale la pena. Enfrentemos
las situaciones que nos hostigan sin importar cuando tuvieron
su origen. Resolvámoslas. No dejemos asignaturas
pendientes.
Tengo la sospecha de
que en la mayoría de los casos la solución
depende de algo muy simple.
Y... no creo equivocarme.
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