CUANDO LLEGAN LOS NIETOS
Cierto es… que el ser madre es una de la experiencias más maravillosas que hay en esta vida, pero no es menos cierto que cuando los hijos crecen y ves la posibilidad de que un día cercano se vayan de tu lado, el corazón se te pone chiquitico y deseas que tus hijos volvieran a ser los bebés que comían, vestían, e iban donde y cuando tú decías… ¿verdad que es así amiga? ¡Y lo siguiente son los nietos!
Cuando vemos a la “otra” en la vida de nuestro hijo, los celos nos carcomen. Sentimos envidia porque es joven o bonita (o las dos cosas inclusive), superan a nuestro sentir como madres… y si a eso le sumamos el hecho de que pronto nuestro hermoso bebé (que ya no es un bebé) se irá con esa otra… Nos sentimos traicionadas, apartadas de la vida de nuestro hijo, nuestro hermoso príncipe (aunque sin corona, ni espada) que estaba destinado a una hermosa princesa que por supuesto no es esa brujita con la que se va a ir…
Una vez superada la etapa del “divorcio madre-hijo-todos los días te veo-te lavo y cocino”… aceptamos de mala gana que ya no nos llame o envíe un mensajito por el celular como antes solía hacerlo, o verle llegar temprano (o tarde casi siempre) a casa.
La nostalgia nos invade, y las ganas de llorar por la pérdida (así lo sentí yo realmente), poco a poco se va superando (aunque no del todo, debo ser sincera).
¡De repente! Un día me entero, ¡oh, sorpresa! Viene alguien en camino… alguien a quien no esperabas tan pronto y te preguntas “¿por qué tan pronto? Yo aún soy muy joven, no tengo canas, ni muchas arrugas (aunque me las tape con maquillaje), ¡un nuevo ser viene en camino! ¿un nieto? ¿mi nieto? No, no, no… ¡todavía no!”
El día que va a nacer hay una mezcla de expectación, miedo, ansiedad y contrariedad (soy joven aún para ser abuela, ¿qué pasará ahora?)
Al llegar el momento de su nacimiento hay ilusión y susto porque ¿qué pasa si por mis deseos de no ser abuela, inconscientemente estoy rechazando a mi nieto?
De repente, me acerco, veo unos hermosos ojitos… ¡igualitos a los de mi hijo cuando lo vi por vez primera! Una naricita imperfecta y amada, como la de mi hijo cuando lo vi por vez primera. Una hermosa boca esbozando una sonrisa perfecta y desdentada, como la de mi hijo cuando lo vi por vez primera.
Y así, comienzo a sentir como recorre por mi cuerpo algo que llaman “el llamado de la sangre”.
¡No puedo creer que algo tan pequeñito y hermoso me haga sentir tan bien! ¡Tan vital! ¡Tan feliz! ¡Tan llena de vida y joven! Como mi hijo cuando lo vi por vez primera.
Nunca, jamás, ni en mis más remotos sueños pensé o me creí capaz de llegar a amar a otro ser como amo a mi hijo, mi nieto bello, hermoso, perfecto, inocente y tierno.
Alguna vez escuché que a los nietos se aman más que a los hijos, creo que esa vez me burlé del comentario. Hoy te digo nada más cierto que ese dicho o refrán o pensamiento… no lo sé.
Pero los hijos son nuestra prolongación y los nietos una bendición. Es un amor más tranquilo, sosegado, sin apuros… el único afán es disfrutar de sus risas de sus juegos, de sus miradas, de sus besos, de sus abrazos, de su aprendizaje… y no es que no haya disfrutado de todas esas cosas con mis hijos… pero a ciencia cierta te digo amiga, que el sentimiento que nos acompaña cuando vemos reír a un nieto supera cualquier sentimiento, cualquier dicha o placer existente en este mundo.
Por eso hoy en día cuando me preguntan eso de “¿Y tú ya eres abuela?” respondo: “¿Quién, abuela yo? Sí, abuela feliz y enamorada de mi nieto!”
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