¿Qué vida es esta?

Hoy, un día como cualquier otro me dirigía a recorrer las calles de Lausana, cuando me percaté de algo que llamó mi atención. Sobre una banqueta concurrida estaba un señor barbudo, con aspecto de poca limpieza. Un hombre al que seguramente la sociedad catalogaría de pocos recursos, un vago. Postrado de rodillas, tenía un pequeño bote de refresco recortado a la mitad para recolectar en él monedas para subsistir. Fueron cuestión de segundos en que vi aquella escena. Él parecía mirar a las personas que pasaban indiferentes, alzando así su mano en señal de pedir ayuda pero a la misma vez parecía no mirar nada.

Su vista reflejaba tristeza y soledad. Aquel sentimiento de que no tienes nada en este mundo y que careces de las muestras de interés que las personas podrían mostrar hacia ti. Aquel interés que va mucho más allá de ayudarte con unos centavos, me refiero al interés puramente humano.
Dudé por algunos momentos en acercarme por lo que decidí seguir mi rumbo, pero aquel hombre seguía en mis reflexiones. Mientras me dirigía a un lugar para comer algo sentí lástima por aquel ser humano ¿cómo podría ayudarle?

Repentinamente, me vinieron unas palabras que no olvidaré nunca. Hace unos meses al estar haciendo mi servicio comunitario tuve la oportunidad de ser escogida para un concurso. Consistía en contestar algunas preguntas sobre porqué consideraba que fuera necesario y en qué contribuía yo al mundo. Recuerdo que al estar dando mi exposición frente a los jueces, al llegar al final uno de ellos me preguntó sobre mi intercambio a Suiza. “¿Planeas hacer algo estando allá?” Me cuestionaba el juez, “pues irónicamente Suiza es un país que tiene un nivel de vida muy alto pero también un nivel de pobreza alarmante”.

Yo no lograba comprender sus palabras pues sabía que Suiza era un país muy rico en muchos aspectos pero fue hasta el día de hoy que sus palabras me hicieron eco. Recuerdo que hace una semana vi a una mujer pedir dinero y cuestioné a mis amigos sobre esto. “Eso no está permitido aquí” me decía una compañera. Entonces, el hecho de que las personas “acomodadas económicamente” no sean testigos continuamente de la pobreza de su país ¿les hace creer que no existe? Hoy me di cuenta que no hace falta ver a una multitud de personas de escasos recursos para reflexionar sobre lo que estamos haciendo cada día para ayudarnos unos a otros.

Al salir del lugar al que había acudido para comer algo, me dirigí intencionalmente hacia donde había yo presenciado a aquel hombre. Ahí seguía como balbuceando palabras mirando al suelo. Caminé lentamente armándome de valor pues tenía miedo de lo que pudiera ocurrir después. Me dirigí hacia él hasta quedar a una corta distancia, me detuve y observaba cómo alzaba él su mirada para verme. No puedo olvidar su sonrisa, sí me sonrió. Fue justo en ese momento en que olvidé los prejuicios que la sociedad tiene hacia estas personas, seres humanos como todos nosotros.

Por un momento, al estar parada frente a él, fue como algo metafórico. Él postrado en el suelo fijando su vista hacia arriba mientras yo de pie, miraba hacia abajo. Me sentí impotente por este acto que decidí ponerme en cuclillas. Al ser humano hay que recordarle que lo es. Se le escucha mejor, se le ve mejor y se le atiende mejor cuando se está frente a frente. No mirando hacia abajo ni mirando hacia arriba sino a una distancia en que los ojos, ventanas del alma, estén al mismo nivel.

Al principio comenzó a hablarme en un francés poco entendible que después me percaté era por su falta de algunos dientes. Pero su mirada lo transmitía todo. Se sentía feliz de que alguien hubiese intentado escucharlo. Solamente me quedaba mirándole y le sonreía de vez en cuando para motivarlo a seguir hablando. Probablemente nunca se dio cuenta de que no le entendía mucho de lo que me decía con tanto ánimo ni que yo era extranjera, pero me sentía feliz. Un pequeño contacto con otra realidad me hizo ver el mundo de otra manera. Y me refiero a “otra realidad” porque cada quien vive una distinta, o más bien…

Se aferra a una distinta. Estoy segura que no fueron más de diez minutos lo que pasé conversando con aquel hombre pero fue un momento que ni el mismo tiempo logrará borrar de mí jamás.
Busqué mi monedero para sacar algunos centavos, traté de agarrar todos los que pude y justo cuando iba a depositarlos en aquel pedazo de plástico el hombre me miró. No supe si iba a decirme algo más o a detenerme en el acto pero me mantuve en silencio y esperé. Después de un pequeño silencio me miró y ladeando un poco su cabeza hacia el lado izquierdo me dice en un inglés entendible “you have already helped me”.

Estaba tan avergonzada que guardé mis monedas lentamente. ¿Qué estaba haciendo? ¿Tratando de darle a un ser humano lo que esencialmente no necesita? Ahora era yo quien me sentía con culpa. Lo que este hombre trataba de decirme es que le había pagado ya con algo valioso, mí tiempo. Estamos tan inmersos en nuestra vida que pocas veces nos tomamos el tiempo para ver la de los demás. Querer apaciguar los problemas de índole moral y humana con lo material es algo descabellado. Algo tan incongruente pero tan común.

Ahora comprendía todo. Aquel juez lo que trataba de decirme era que el nivel de vida era muy alto en este país como lo puede ser en algunos otros, pero el nivel humano, moral, íntegro era tan pobre como tratar de llenar nuestra vida de felicidad a través de nuestros banales deseos. Día a día había notado en gran cantidad a las personas que parecían vivir una buena vida monetariamente. Iba en el metro y estación tras estación no era nada diferente. Personas enchufadas a su iPod ignorando lo que pasase a su alrededor. ¿Qué vida es está? Me preguntaba al ver sin distinción alguna a las personas a mí alrededor.

Rico o pobre, eso lo definimos nosotros. Desafortunadamente lo hacemos a través de los ojos humanos. ¿Qué tan rico es quien lo tiene todo pero no lo comparte con nadie? ¿Qué tan pobre es quien carece de todo monetariamente pero tiene el tiempo para compartir, escuchar y motivar a los demás? ¿Qué es ser rico y qué es ser pobre? Hoy, un día como cualquier otro me dirigí a recorrer las calles de Lausana, y me percaté de algo que llamó mi atención. Vi un hombre pobre con mis ojos humanos, pero rico con los de mi corazón.

Me prestó de su tiempo e igualmente le di del mío. Tiempo valioso en que aprendí que escasamente mostramos un interés que va mucho más allá de ayudar con unos centavos… Aquel interés puramente humano.