Déjame decírtelo con franqueza, sin andar con rodeos ni minimizar la importancia de las cosas. El pecado que hace llorar a Dios se está cometiendo a diario, no por los paganos obradores de iniquidad, sino que por multitudes de cristianos: El pecado de dudar del amor de Dios por Sus hijos.
¿Crees que decir que Dios llora lo hace sonar demasiado humano y vulnerable? Entonces pregúntate a ti mismo cómo un Dios de amor podría no llorar cuando Su propio pueblo duda de Su mismísima naturaleza. Jesucristo era Dios encarnado, y de acuerdo al libro de Juan Él lloró cuando aquellos que eran los más cercanos a Él dudaron de su amor y preocupación. Ahí estaba Dios encarnado frente a la tumba de Lázaro, llorando por los amigos que fallaron en reconocer quien era Él.
Una y otra vez los más queridos compañeros de Cristo sobre esta tierra dudaron de Su amor por ellos. Piensa en los discípulos en una barca sacudida por la tempestad que se había formado sobre el agua. Jesús estaba en la popa de la barca, profundamente dormido. Temiendo por sus vidas, sus seguidores lo despertaron y lo acusaron de indiferencia absoluta: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4:38). ¡Cómo debe haber contristado al Señor su acusación! ¡Ese era Dios Todopoderoso en su barca! ¿Cómo podría Él no preocuparse? Pero cuando los hombres sacan sus ojos del Señor y en lugar de eso se concentran en sus propias circunstancias, la duda siempre toma control. Jesús estaba atónito. “¿Cómo pueden tener miedo cuando Yo estoy con ustedes? ¿Cómo pueden cuestionar Mi amor y cuidado?”
Los cristianos de hoy en día entristecen al Señor en este asunto aun más. Nuestra incredulidad es una afrenta mayor para Él que la falta de fe de María, Marta y todos los discípulos, porque nuestro pecado es cometido contra una luz mayor. Nos encontramos en una montaña más alta y vemos más de lo que ellos pudieron ver en toda su vida. Tenemos una Biblia completa, con un registro completo y detallado de la confiabilidad de Dios. Tenemos escritos los testimonios de cristianos de casi 20 siglos, generación tras generación de padres piadosos que nos han dejado el legado de inamovibles pruebas del amor de Dios. Y tenemos un sinnúmero de experiencias personales que dan testimonio del tierno amor y afecto de Dios por nosotros.
¡Pongamos la mirada en Su misericordia y amor extraordinarios, admitamos la pecaminosidad de nuestra incredulidad, y reconozcamos quien Él es!