Adulterio
Juan 8, 1-11 Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?» Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra.» E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?» Ella le respondió: «Nadie, Señor» «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».
A lo largo de la historia de la humanidad se ha discutido muchísimo si el adulterio debe ser penado como delito por la justicia civil.
El Código Penal argentino lo castigó como delito en el artículo 118, reprimiendo con prisión de un mes a un año a la mujer que cometiere el adulterio, al amante de la mujer, al marido y su concubina.
Como vemos era discriminatoria la ley con respecto a la mujer, la que incurría en adulterio si engañaba una vez a su marido, mientras que él se constituía en adúltero, solo si tenía concubina, dentro o fuera del domicilio conyugal, o sea una relación continuada. Engaños con personas distintas, una “canita al aire”, no constituían delito para el varón.
El pasado 7 de Marzo, por la ley 24.475 publicada en el Boletín Oficial se acaba de eliminar del Código Penal el artículo 118 referente al delito de adulterio.
Claro que no debe haber muchos que se lamenten de ello, ya que tristemente esta práctica es cada día más frecuente en occidente.
La misma sociedad ha perdido los anticuerpos del repudio moral a las parejas adúlteras, recibiéndolas y tratándolas igual que a las legítimas, legitimado esto a través de la ley del divorcio.
La ley sobre adulterio ya no era invocada por nadie y nadie la va a extrañar.
Navegando un poco por internet, descubrí que hace miles de años las distintas sociedades civiles han castigado de muchas maneras el adulterio.
Es interesante, por ejemplo, ver cómo, en los códigos más antiguos que se conservan, así como en los pueblos primitivos aún vivientes, las leyes matrimoniales, y el adulterio en particular, ocupan un lugar frondosísimo y central.
Hasta no hace mucho, la mujer y los hijos se contaban como propiedad del varón.
Todavía hoy en África, la posición de un hombre depende de la cantidad de hijos que posee y de las esposas que, para ello, es capaz de mantener.
Después de hablar con misioneras argentinas que han estado sirviendo en África puedo certificar que es así. Hace un par de años una misionera cristiana de Comodoro Rivadavia que servía en Senegal, contaba cómo un senegalés trató de comprarla al pastor por 20 vacas.
Hubo muchos chistes al respecto entre hermanos de su congregación, porque pensaban que la oferta era buena…
Los hijos, a la vez que son fuerza de trabajo relativamente barata y dan poder al padre, también, al portar la semilla paterna, son su garantía de sucesión y de supervivencia.
Las leyes de Ur-Nammu, 2000 años antes de Cristo, por ejemplo, dicen: "si la esposa sigue a un hombre y lo hace dormir en su seno, se entregará a la muerte a esa mujer y se librará al hombre".
En el Código de Hammurabi, 1700 años antes de Cristo, se dice: "Si la esposa de uno es sorprendida con otro hombre, se les atará a los dos y se les arrojará al agua." Pero, si no es sorprendida y solo acusada, se la arrojará solamente a ella”.
La leyes asirias son algo más complicadas.
Las recopiladas por Teglatfalasar I -1100 AC- dicen: "Si uno sorprende a su mujer con otro y los mata a ambos; no hay culpa para él." Si, en cambio los lleva a un tribunal puede pedir o la muerte para ambos o que le corten la nariz a su esposa y lo hagan eunuco al amante a la vez que le cortan las orejas."
Son solamente algunos ejemplos. Pero del marido adúltero nunca se dice nada. En las lenguas antiguas la palabra “adúltera” siempre es femenino.
La legislación judía no era mucho más benevolente. Bastaban dos testigos para condenar a muerte a la mujer. Y la lapidación era la forma habitual de este castigo.
Después de Cristo los fariseos cambiaron esta forma, indudablemente muy cruel.
A partir del siglo I ya no se las apedreaba hasta morir. Se las estrangulaba.
Nuestras leyes por supuesto eran mucho más suaves; la pena era de un mes a un año de prisión; pero continuaba la injusticia de que la figura de adulterio solo tocaba a la mujer; el marido era penado solo si tenía una relación extramatrimonial estable.
Como ven un asunto sórdido, mezcla de discriminación de la mujer, cuestiones de propiedad y vendetta siciliana.
El matrimonio no se trata ni de tabús sexuales, ni de un contrato civil y, mucho menos, de una compra o adquisición por parte del marido, sino de una alianza de amor mutuo en donde las partes son iguales aún en el respeto a la patria potestad y en donde la fidelidad es algo más que una cama sin engaños.
Una alianza de amor que es signo y reflejo del amor incondicional y definitivo de Dios por sus elegidos y en donde no solamente la mujer sino también el varón comete adulterio cuando traicionan su compromiso y palabra marital.
Pero en la escena evangélica de hoy no se trata de dar una enseñanza sobre al adulterio o la fidelidad conyugal.
Lo que reflejan los Evangelistas no hace pie en el adulterio sino en esta patota infame que utiliza y avergüenza públicamente a una persona y hasta intenta su muerte solamente para usarla como instrumento para atacar a Cristo, y de paso satisfacer sus instintos sanguinarios en el anonimato del grupo.
Jesús no solo devuelve a la mujer su posibilidad de ser mujer, sino que rompiendo magistralmente ese clima de patota devuelve a cada uno su conciencia de hombre y les hace recuperar su dignidad: vuelven a ser gente y se van retirando uno a uno.
El texto bíblico nos muestra además al acto de adulterio como una metáfora del pecado.
A ojos de Jesús, la infidelidad rompe el martimonio como el pecado rompe la comunión con Dios, de la infidelidad a su amor.
Ya el antiguo testamento había comenzado ver las cosas así: toda traición a Dios y a su ley había sido vista por los grandes profetas como adulterio, prostitución, fornicación... Oseas, Isaías, Ezequiel, el Cantar de los Cantares...
El mismo Cristo será visto por el Nuevo Testamento como el esposo de la iglesia y como el esposo del alma.
Ezequiel 23:37 y 38 Porque han cometido adulterio y hay sangre en sus manos; han cometido adulterio con sus ídolos, y aun a sus hijos, que dieron a luz para mí, han hecho pasar por el fuego como alimento para los ídolos.
Además me han hecho esto: han contaminado mi santuario en ese día y han profanado mis días de reposo.
Oseas va más lejos todavía: representa incluso esta infidelidad de Israel casándose el mismo con una adúltera:
Oseas 3:1 Y el SEÑOR me dijo: Ve otra vez, ama a una mujer amada por otro y adúltera, así como el SEÑOR ama a los hijos de Israel a pesar de que ellos se vuelven a otros dioses y se deleitan con tortas de pasas.
Pero allí mismo Oseas, en nombre del Señor, se vuelve a su pueblo, su adúltero pueblo y le recuerda su noviazgo, el tiempo del desierto, antes de la entrada en la Tierra Prometida y promete que lo volverá a él, y en palabras hermosísimas dice:
Oseas 2:14 al 16 Por tanto, he aquí, la seduciré, la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón.
Le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta de esperanza. Y allí cantará como en los días de su juventud, como en el día en que subió de la tierra de Egipto.
Sucederá en aquel día--declara el SEÑOR-- que me llamarás Ishí y no me llamarás más Baalí.
Otra traducción del texto hebreo original, es todavía más bonita:
" A ella, finalmente abandonada, que ha descubierto sus deshonras a la vista de todos sus amantes, yo vestiré su desnudez, la seduciré, la llevaré otra vez al desierto y allí le hablaré a su corazón. Y ella me responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Y me llamará mi esposo. Yo diré "Tú eres mi pueblo" y ella dirá "Tu eres mi Dios" .
Porque eso es siempre el pecado una opción en contra del amor de Dios, de la fidelidad a Él, no siempre una maldad, un crimen, sino simplemente vivir la vida olvidados de su Amor, perdidos en las distracciones del tiempo, en las locuras cotidianas, en el descuido o indiferencia y a nuestra condición de cristianos... simplemente nos vamos alejando hasta que nos olvidamos de mirar al Cielo y buscarlo a Él.
En el texto de la mujer adúltera, Jesús le saca la máscara al diablo y pone a la luz su engaño ante los ojos también del pecador.
Y nos muestra un Padre con una preocupación permanente por abrir nuestra mirada espiritual, levantarnos de la miseria de nuestro pecado y ponernos nuevamente de pie para poder abrazarnos.
Como la mujer que queda finalmente sola frente a Jesús, también nosotros estamos a solas con Él hoy.
Y no nos está sometiendo a la ley. Nos pone de pie, nos limpia, nos perdona y nos invita a ya no volver a caer.
Jesús hoy te mira a los ojos y te dice “Yo no te condeno. Andá en paz, y no peques más”.
HECTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
www.puntospacca.net
Basado en un mensaje del Presbítero Gustavo Podestá, el que adapté y agregué textos propios.