PREGUNTAS DIFICILES
Tiempo atrás recibí en mi oficina una visita sopresiva. Una señora que pasaba por la puerta, y que nunca había visto; sintió que tenía que entrar, preguntar por mí a mis empleados y pasar a… simplemente saludarme.
Estuvo un rato, me dijo que se llamaba María, que hace 15 años había conocido al Señor y que aunque no se congregaba en ninguna iglesia, servía predicando la Palabra por las calles y donde tuviera oportunidad.
En mi caso no vino a predicarme, porque había descubierto que yo era cristiano en el momento de entrar al local de mi oficina (aunque no hay ningún “cartel indicador” que alerte a posibles clientes desprevenidos sobre los “riesgos” que esto significa… )
Estuvo hablando alrededor de 20 minutos. Uno no puede transmitir facilmente emociones a través de un texto escrito, pero literalmente “habló” durante todo ese tiempo, con lo que me limité (porque no me quedaba remedio), a poner una dulce sonrisa de buen cristiano y escucharla.
Después que empezó a calmarse un poco, me dio la posibilidad de abrir la boca para un poquito más que un “hola” que había dicho al principio.
Lo curioso es que cuando me pasó el micrófono para darme la oportunidad, me hizo una pregunta que no supe bien cómo contestar.
-¿Cuál es su ministerio, hermano?
La verdad (pensé yo) si cuando esta mujer me deja decir algo es para una pregunta de este tenor, es injusto, así no vale.
Y ahí me quedé, pensando en que podría haber llenado con muchas respuestas posibles sus inquietudes. Porque en estos años que llevo en El Camino, he pasado por un llamado misionero, servicios en las cárceles, programas de radio y televisión, diaconado en la congregación… y otros muchos etc.
Pero ninguno sirvió para dar una explicación que a Dios le sirviera. Posiblemente sí a María, pero no a Él.
¿Qué responderías vos a una pregunta así? ¿Estando solo con Él, ante su Presencia?
¿Qué harías si fuera el Señor mismo que te preguntara… cuál es tu ministerio en la Tierra?
Llevaba prácticamente 24 horas (no todavía con la señora en la oficina, afortunadamente para ella) sin poder responder a la pregunta.
Pero esta mañana una amiga me mandó por correo electrónico el link de internet de una canción de Marcos Vidal muy conocida, EL PAYASO. ¿La conocés?
Narra la historia del payaso de un circo, que como todos los payasos, hacía reir a mucha gente pero él era muy infelíz porque quería otra cosa. Él quería ser equilibrista y en lugar de levantar risas, levantar ovaciones de asombro por sus arriesgados saltos.
La cosa es que un día, sin que nadie lo viera, se subió hasta lo alto del trapecio y lo intentó, cayendo al piso desde una altura suficiente para arruinarse la columna.
Y quedó en una silla de ruedas, de modo que ya no pudo ejercer su profesión.
Del circo, le informaron que como ya no había payaso, tuvieron que cerrar porque la gente no iba más.
Y él, sentado de por vida y confinado a vivir en su casa, decidió volver a pintarse la cara, para los pocos niños que iban a visitarlo.
Claro que ya no había circo… pero él había descubierto algo grandioso.
Y cuando los adultos se reían burlonamente de su cara y su naríz roja, él decía con orgullo: “Soy payaso”, para esto he venido al mundo.
Ese era su ministerio.
Igual que lo haría un médico o un abogado, estamos muy preocupados por colgar títulos, certificados, fotografías, que muestren lo que hemos hecho “para el Señor”.
Pero Él no necesita de ninguno de esos carteles de anuncio en las paredes.
Están colgados allí para satisfacer nuestro ego, solamente.
Pero ante Él estamos desnudos, no tenemos que llevar ningún currículum.
Ahora, la respuesta está en tus manos, querida hermana o hermano.
Es el Señor que te está preguntando:
¿Cuál es tu ministerio?
Galatas 5:22 al 26 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley.
Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.
No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.
HECTOR SPACCAROTELLA
hectorspaccarotella@hotmail.com
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