Necesidad de humectarnos
Me cautivaste Señor, tengo que reconocerlo.
Aquel día en el que me miraste a los ojos, pude sentir tu mirada sobre mi,
aquel día en el que, de una forma increíble, inexplicable,
pude sentir que estabas pronunciando mi nombre,
invitándome a comenzar una nueva vida,
con nuevos objetivos, con nuevos principios…
una vida que tuviera sentido.
Necesito tu presencia, Señor, buscarte a diario,
hasta ver que esos ojos siguen mirándome
y que esa mano sigue dispuesta a que yo la tome.
Yo te agradezco Dios, por todo el amor que me das cada día,
porque es hermoso sentirse tu hijo;
no importa la edad que tenga aquí en la tierra,
puedo ser ese pequeño niño que va corriendo a los brazos del padre.
Me pongo ante el Señor para revisar mi vida, y no sería justo ni honesto si no repasara también, aquellos momentos que no han sido buenos, porque sino no aprendo ni reconozco mis errores.
Un domingo me fui luego de terminado el culto de la iglesia, a las diez de la noche realmente feliz; creo que flotando a un metro del piso, porque había sido un momento muy especial, de luchas espirituales muy fuertes.
Durante el culto, el Señor mostró que estaba allí; todo terminó resolviéndose de una forma correcta, para bien.
Contento porque uno ve que la comunidad espiritual de la iglesia crece, porque se ve el mover de Dios en los jóvenes. Me fui muy bien, el mensaje del pastor fue muy profundo, tuvo que ver con nuestro corazón, con nuestra vida, con revisarnos. Yo creo que los mensajes que a uno más lo tocan son aquellos que uno se da cuenta que dan en el lugar justo.
Cuando llegué a casa me encontré con una situación inesperada, que me sacó de lugar, que me alteró y que me llevó a terminar muy mal la noche.
Algo que nos puede pasar a cualquiera, me equivoqué y aquello que me alteró me hizo decir las palabras indebidas, me fui por donde no tenía que irme, me dejé llevar por mis impulsos y terminé reaccionando mal, “errando el blanco”, que significa que pequé; hablé cuando tenía que haber escuchado, procedí cuando tendría que haber esperado, juzgué cuando tenía que confiar, flaqueé en vez de resistir.
Pero voy a errar peor si dejo que esas equivocaciones de ayer saboteen mi actitud de hoy.
Comparto esto porque imagino que también tiene que ver con tu vida, porque posiblemente a vos no te pasó esto anoche, pero sí en otro momento cualquiera.
Uno erra dos veces, porque se equivoca mucho más si permite que aquellos errores del pasado vengan a sabotear el presente, porque la misericordia de Dios es nueva cada día.
Yo me puse delante de Él esta mañana y me quebré sabiendo que estaba escuchándome, estaba allí, otra vez, con los brazos abiertos como lo está siempre, diciéndome: “vení, dame un abrazo, recibí el afecto que tengo para darte”.
Por ahí tenemos que aprender una lección de los bosques Cascade, del estado de Washington; lo leí en un devocional de Max Lucado. Son como los que hay aquí, en Bariloche o en San Martín de los Andes; bosques centenarios con árboles enormes que han pasado su longevidad típica por más de sesenta o setenta años.
Hay inclusive, un árbol lleno de hojas, cuyo origen se remonta siete siglos atrás.
¿te imaginas?, está lleno de vida y tiene setecientos años.
¿Qué es lo que hace que estos árboles se comporten de una forma determinada, distinta a otras plantas de la misma especie?
Por ejemplo en Argentina, en el Parque Nacional de los Alerces, ¿qué hace que los árboles tengan tanta antigüedad?.
Hay una explicación, las lluvias diarias; la precipitación constante de agua mantiene el suelo húmedo, los árboles mojados y los rayos del Sol generan un efecto de revitalización permanente.
A nosotros también los rayos del Sol nos caen, también el trueno de los sin sabores puede encendernos y consumirnos, las tormentas de la vida pueden sacudirnos, hacernos temblar, desarmarnos y nos afectan los cambios de clima de la vida.
Para eso están los aguaceros de la gracia de Dios, la posibilidad que nos da el Señor de empaparnos a diario de perdón, una lluviecita del amor de Dios de vez en cuando no es suficiente; una tormenta de verano del amor de Dios una vez al mes no alcanza; las lloviznas semanales del domingo a la noche no son suficientes, el rocío de cada amanecer nos deja propensos, susceptibles a las llamaradas de la vida.
Yo te propongo y me propongo a mí mismo humectarnos, llenarnos de la humedad intensa del amor de Dios cada día y a cada momento.
El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan Sus bondades, como dice el libro de lamentaciones:
Lamentaciones 3.23: Cada mañana se renuevan; ¡qué grande es su fidelidad!
La fidelidad del Señor es muy grande.
Gracias Dios mio, por tus brazos abiertos, por esa muestra de amor incondicional que me das cada día.
Te pido que trabajes con mi carácter, con mi forma de ser y de reaccionar frente a los contratiempos de la vida, te pido que me ayudes a moldear ese ser natural que todavía vive en mi.
Te pido Señor que Tu Espíritu Santo me inunde hoy con tu misericordia, para comenzar cada día sintiéndome un hombre nuevo.
HECTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
www.puntospacca.net
Desgrabación del mensaje (original en audio), adaptación y edición del texto:
MARIA CLARA SPACCAROTELLA
el devocional que cito aparece en el libro de Max Lucado “Cada día merece una nueva oportunidad” (editorial Grupo Nelson)