Palabras sin respaldo
Durante una buena parte de mi vida, tuve alguien a quien consideré un gran amigo y que muchas veces me decía “te quiero”. ¡Aclaremos los términos! ¡Me consta que lo decía en términos afectivos, que me consideraba como un hermano, y que es un hombre en todo sentido de la palabra y excelente padre de familia! Compartimos muchas cosas con este amado hermano en la fe. Su amor y cercanía fueron aliento y soporte en difíciles trances de mi vida.
Sin embargo, quien esto escribe abandonó esa iglesia, pasaron los años, crecimos, cada uno formó su propia familia. Ya los intereses personales y espirituales dejaron de ser comunes y la distancia comenzó a ganar terreno. Nuestros proyectos de vida e inclusive nuestras familias se hicieron incompatibles. A veces enviaba un mail para su cumpleaños, el día del amigo… pero no había una respuesta idéntica de parte de él. Si yo llamaba por teléfono, a pesar de estar tan cerca, había una conversación de una hora en el teléfono. Pero él no llamaba. Tiempo después yo caí en pecado y fue la oportunidad para él de tomar distancia. No estuvo para asistirme. Si algo brilló, fue justamente su ausencia.
-“Al parecer, no me quiere tanto como sus palabras lo dicen” pensé. Y hoy estoy convencido de esto.
Recuerdo en alguna época de nuestro bendito país, que en la Casa de Moneda se imprimían billetes como quien imprime volantes publicitarios para una campaña evangelística. Estos billetes se emitían sin un respaldo económico, con las tristes consecuencias que ello tuvo.
Así ocurrió con las palabras de mi “gran amigo”, y con las palabras de muchas personas que lanzan copiados “te quiero” sin medir los alcances de semejante declaración.
Hoy recuerdo con gratitud la actitud de alguien a quien traté con desprecio, pero que con el correr de los años se convirtió en un gran amigo. No recuerdo qué hizo, pero cierta vez ofendió mi susceptibilidad y opté por ignorarlo con el puñal de la indiferencia durante poco menos de una semana. Digo: poco menos de una semana, porque fue él quien vino, me abrazó, me pidió perdón sin tener razón para hacerlo y con lágrimas en los ojos me dijo:
-“Siento lo que hice. Perdoname. No sabés lo mucho que yo te quiero.”
Con el correr de los años esa declaración se ha hecho más y más firme. Evidentemente emitió moneda con respaldo. A diferencia del otro y obviando las distancias físicas. Este amado hermano vive a unos 1000 kilómetros de distancia y el otro sólo a 9. Sin embargo está y estuvo más cerca en todos estos años que el que vive más próximo geográficamente. Es más, con frecuencia firmo mis e-mails “Tu hermano Luis” como si fuéramos hermanos de sangre.
Es por ello que desde estas líneas, quiero ofrecerte mi amistad, decirte sin conocerte lo mucho que te quiero y lo mucho que significas para mí.
Autor: Luis Caccia Guerra