No sé quién eres, pero sí sé quién eres
No sé quién eres, pero en realidad sí sé quién eres… llegaste a mi vida de la mano de Dios y ahí estás, leyéndome.
Con un corazón contrito y humillado, con tu alma herida, tu salud quebrantada, o tal vez una amarga decepción… un hecho terrible que le dio un vuelco a tu vida y la puso a girar en otro sentido.
Hasta ayer eras alguien con proyectos, ilusiones, esperanzas. Hoy pareces otra persona. Las ilusiones se derrumbaron, los proyectos literalmente se evaporaron y las esperanzas se perdieron.
En medio de las heladas aguas de ese mar de tu naufragio escuchaste muchas voces. De esas que hablan mucho y no dicen nada. Cuando la sapiencia, las inteligentes y bien ordenadas construcciones argumentales de los eruditos de turno no llegaron a tu corazón roto ni fueron capaces de aportar entendimiento ni consuelo a tu alma herida; un día te hallaste frente a una pantalla de computadora y sin saber cómo ni por qué, comenzaste a leer un “mensaje de ánimo”. De la mano de Nuestro Amado Señor, en palabras sencillas y llenas de la Gracia Divina, te habló personalmente.
Habías clamado a un Dios que creías que no te estaba bendiciendo. Sentías tus oraciones literalmente estrellarse contra el techo de tu habitación. En la fría soledad de tus días, sintiendo el amargo sabor de la derrota, Dios puso en el corazón de alguien escribirte un mensaje sin saber para quién. Como todos los mensajes de este sitio. Vuelan lejos de las manos de sus autores, como la paloma del Espíritu, para posarse y aportar alivio y consuelo en un corazón lejano y dolido.
Para el mundo literalmente no somos más que un número, una pieza “descartable” de un rompecabezas en el que sólo las conveniencias de los más poderosos es lo que importa. Ese es el mensaje que nos transmite. Es por eso que nos parece que para Dios –sinónimo de poder– resulta ser lo mismo. Pues bien, te tengo buenas noticias: esos no son los códigos de Dios. Dios no es una corporación.
Aunque las calientes arenas del desierto que hoy cruzas te quemen. Aunque el helado frío de su noche que parece ser eterna, te quebrante. Aunque el miedo muerda…
¡Animo! Ama@: hoy Dios te habla. Hoy Dios te bendice. Hoy Dios te ordena con poder y su infinito amor: “¡Levántate y anda!”. Hoy, en este mismo momento, mira al Señor. Él viene caminando sobra las aguas y te tiende su mano para sacarte a flote.
¿Ves? Yo no sé quién eres, aunque creo que sí lo sé. Pero lo mejor de todo y lo único que importa, es que Dios lo sabe.
Gracias, amado Señor por cruzar los caminos de nuestras vidas a través de este medio. Dios tenga a bien bendecirte en abundancia, hoy y cada uno de los días de tu vida.
Autor: Luis Caccia Guerra