Los héroes de Dios a menudo son héroes desconocidos para nosotros. En una sociedad que adora a las personas que copan las portadas de los medios de comunicación, Dios tiene sus primeras páginas reservadas para otro tipo de héroes.
Uno de esos héroes es José de Arimatea, el único que dio la cara cuando todos se escondieron.
“Vino José de Arimatea, miembro prominente del concilio, que también esperaba el reino de Dios; y llenándose de valor, entró adonde estaba Pilatos, y le pidió el cuerpo de Jesús. (…) Y comprobando esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José, quien compró un lienzo de lino, y bajándole de la cruz, le envolvió en el lienzo de lino y le puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca; e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro”. Marcos 15:43-46
Algunos dicen que José de Arimatea no tuvo la valentía para seguir al Señor abiertamente. Era miembro del Sanedrín, y aparentemente no se comprometió públicamente con Jesús.
La verdad es que conocemos muy pocas circunstancias de su vida, pero sí sabemos que en los momentos más difíciles fue uno de los pocos que estuvo con el Señor. Tuvo el valor de entrar dónde Pilato para pedir el cuerpo de Jesús cuando todos se habían escondido.
Cuando todos habían abandonado al crucificado, entonces apareció José de Arimatea
Si observamos cada detalle de su manera de actuar, sabemos que era una persona íntegra, le gustaba hacer las cosas bien.
En primer lugar, compró una sábana, no utilizó una cualquiera, creía que el Señor merecía algo bueno. Después buscó un sepulcro nuevo y más tarde pidió el cuerpo de Jesús.
Nadie quería identificarse con el crucificado, pero él sí lo hizo. José llevó el cuerpo del Señor de una manera pública, lo bajó de la cruz y lo tomó en sus brazos. No le importó lo que los demás pudieran pensar.
Pero… Y él mismo, ¿Qué pensaría? ¿Qué hubiésemos pensado nosotros de haber estado en su lugar? ¿Qué habrías pensado tu si estuvieras desclavando y bajando al Señor de la cruz ¡a Dios mismo, al Creador del universo!?
¿Qué habría en tu mente si estuvieses llevando en tus brazos al Mesías? ¿Qué pensarías al poner su cuerpo en una tumba? ¿Cuál sería tu reacción al cubrirlo y encerrarlo en el sepulcro?
… Y al mover la piedra y dejar la tumba cerrada, ¿Seguirías creyendo que Jesús era Dios? ¿Qué le habrías contado a tu familia al llegar a casa? ¿Podrías dormir esa noche sabiendo que tu Creador está enterrado en una tumba que tu mismo has preparado?
¿Cómo sería la mañana siguiente? ¿Tendría el amanecer la misma luz? ¡Puede que José no quisiera ni moverse del lugar en dónde estaba! Quizás volvió al sepulcro una y otra vez preguntándose si algo de lo que estaba ocurriendo tenía algún sentido.
Era Sábado, José fue a la sinagoga y se encontró con los miembros del sanedrín, ¿Qué le dijeron? ¡Cuántas burlas tendría que aceptar al defender a un Mesías crucificado, muerto y enterrado! “¿Ese que has enterrado es el que iba a salvar al mundo?”… Si para los discípulos y las mujeres, ese Sábado pareció interminable, mucho más lo fue para José, el único que se atrevió a comprometerse públicamente con el Señor.
No sé si su fe aguantó una presión tan grande. No sabemos si José confiaba en que el Redentor iba a resucitar, sólo Dios lo sabe. Pocas cosas podemos asegurar de él, pero lo que sabemos nos mueve a admirarlo de una manera extraordinaria. Yo no hubiera podido hacer lo que José hizo. Jamás hubiera tenido el valor y la confianza en Dios que él tuvo.
Muchas veces necesitamos recordar que el Señor siempre tiene personas dispuestas como José. Dispuestos al mayor de los ridículos con tal de hacer la voluntad de Dios, dispuestos a aceptar las burlas de los que están cerca, porque no entendemos lo que está ocurriendo y nos tienen por “tontos”.
Dios ama a los héroes a los que nadie recuerda. Dios se siente honrado por las personas desconocidas que hacen lo que Él les dice, aunque parezca muy poca cosa, aunque tenga muy poco sentido lo que el Señor nos está pidiendo ¡Imagínate el trabajo de enterrar al Mesías!
Dios nos honra y El es honrado por nosotros cuando estamos dispuestos a seguirle y servirle sin preguntar mucho más, porque quizás sea imposible comprender sus razones. Dios confía en nosotros y sonríe lleno de amor cuando ve cómo somos capaces de dejar pasar el tiempo, esperando una respuesta o una salida, sin saber qué hacer, sin saber incluso cómo reaccionar. Sin saber lo que ocurrirá mañana. Sin conocer cuánto tiempo tendremos que seguir esperando.
Lo hacemos porque le amamos, y eso nos basta.
Uno de esos héroes es José de Arimatea, el único que dio la cara cuando todos se escondieron.
“Vino José de Arimatea, miembro prominente del concilio, que también esperaba el reino de Dios; y llenándose de valor, entró adonde estaba Pilatos, y le pidió el cuerpo de Jesús. (…) Y comprobando esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José, quien compró un lienzo de lino, y bajándole de la cruz, le envolvió en el lienzo de lino y le puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca; e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro”. Marcos 15:43-46
Algunos dicen que José de Arimatea no tuvo la valentía para seguir al Señor abiertamente. Era miembro del Sanedrín, y aparentemente no se comprometió públicamente con Jesús.
La verdad es que conocemos muy pocas circunstancias de su vida, pero sí sabemos que en los momentos más difíciles fue uno de los pocos que estuvo con el Señor. Tuvo el valor de entrar dónde Pilato para pedir el cuerpo de Jesús cuando todos se habían escondido.
Cuando todos habían abandonado al crucificado, entonces apareció José de Arimatea
Si observamos cada detalle de su manera de actuar, sabemos que era una persona íntegra, le gustaba hacer las cosas bien.
En primer lugar, compró una sábana, no utilizó una cualquiera, creía que el Señor merecía algo bueno. Después buscó un sepulcro nuevo y más tarde pidió el cuerpo de Jesús.
Nadie quería identificarse con el crucificado, pero él sí lo hizo. José llevó el cuerpo del Señor de una manera pública, lo bajó de la cruz y lo tomó en sus brazos. No le importó lo que los demás pudieran pensar.
Pero… Y él mismo, ¿Qué pensaría? ¿Qué hubiésemos pensado nosotros de haber estado en su lugar? ¿Qué habrías pensado tu si estuvieras desclavando y bajando al Señor de la cruz ¡a Dios mismo, al Creador del universo!?
¿Qué habría en tu mente si estuvieses llevando en tus brazos al Mesías? ¿Qué pensarías al poner su cuerpo en una tumba? ¿Cuál sería tu reacción al cubrirlo y encerrarlo en el sepulcro?
… Y al mover la piedra y dejar la tumba cerrada, ¿Seguirías creyendo que Jesús era Dios? ¿Qué le habrías contado a tu familia al llegar a casa? ¿Podrías dormir esa noche sabiendo que tu Creador está enterrado en una tumba que tu mismo has preparado?
¿Cómo sería la mañana siguiente? ¿Tendría el amanecer la misma luz? ¡Puede que José no quisiera ni moverse del lugar en dónde estaba! Quizás volvió al sepulcro una y otra vez preguntándose si algo de lo que estaba ocurriendo tenía algún sentido.
Era Sábado, José fue a la sinagoga y se encontró con los miembros del sanedrín, ¿Qué le dijeron? ¡Cuántas burlas tendría que aceptar al defender a un Mesías crucificado, muerto y enterrado! “¿Ese que has enterrado es el que iba a salvar al mundo?”… Si para los discípulos y las mujeres, ese Sábado pareció interminable, mucho más lo fue para José, el único que se atrevió a comprometerse públicamente con el Señor.
No sé si su fe aguantó una presión tan grande. No sabemos si José confiaba en que el Redentor iba a resucitar, sólo Dios lo sabe. Pocas cosas podemos asegurar de él, pero lo que sabemos nos mueve a admirarlo de una manera extraordinaria. Yo no hubiera podido hacer lo que José hizo. Jamás hubiera tenido el valor y la confianza en Dios que él tuvo.
Muchas veces necesitamos recordar que el Señor siempre tiene personas dispuestas como José. Dispuestos al mayor de los ridículos con tal de hacer la voluntad de Dios, dispuestos a aceptar las burlas de los que están cerca, porque no entendemos lo que está ocurriendo y nos tienen por “tontos”.
Dios ama a los héroes a los que nadie recuerda. Dios se siente honrado por las personas desconocidas que hacen lo que Él les dice, aunque parezca muy poca cosa, aunque tenga muy poco sentido lo que el Señor nos está pidiendo ¡Imagínate el trabajo de enterrar al Mesías!
Dios nos honra y El es honrado por nosotros cuando estamos dispuestos a seguirle y servirle sin preguntar mucho más, porque quizás sea imposible comprender sus razones. Dios confía en nosotros y sonríe lleno de amor cuando ve cómo somos capaces de dejar pasar el tiempo, esperando una respuesta o una salida, sin saber qué hacer, sin saber incluso cómo reaccionar. Sin saber lo que ocurrirá mañana. Sin conocer cuánto tiempo tendremos que seguir esperando.
Lo hacemos porque le amamos, y eso nos basta.
Autor: Jaime Fernández Garrido