"Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo" (Tito 2:13). "Por lo demás está guardada para mí una corona de justicia que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida" (2 Timoteo 4:8).
Este mundo no es nuestro hogar. Pero le pregunto: ¿Está echando raíces o está arrancando raíces y orando que Jesús mantenga su corazón despierto?
¿Son los enemigos de Dios sus enemigos? ¿Esta usted comprometido en la batalla contra los enemigos de Dios? ¿Se ha levantado usted a luchar contra la carne, el mundo y el diablo?
Sí, Jesús dijo que debemos amar a nuestros enemigos, pero ¿qué pasa con Sus enemigos, los que le odian, niegan su gracia y misericordia, aquellos que difaman su nombre y se arrastran a través de la inmundicia? No debemos odiar a los hombres sino que debemos odiar el pecado que hay en sus corazones y los poderes demoníacos que los gobiernan. ¡Debemos odiar la maldad que hay en el mundo!
¿Es para usted un hábito abandonar la casa de Dios? "No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, como veis que aquel día se acerca" (Hebreos 10:25).
No es un accidente que el siguiente versículo en este pasaje se refiera al "pecado voluntario" después de que la verdad ha sido revelada. “Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados" (Hebreos 10:26).
Es un hecho probado históricamente: La gente se vuelve más descuidada y negligente justo antes de la sentencia y la calamidad.
Si usted se ha juzgado a sí mismo y se queda corto, entonces ore esto desde su corazón:
"Jesús, te necesito. Tengo que ser perdonado y amado por Ti. Confieso todos mis pecados y mi obstinación. Te he olvidado, Señor. No te he puesto primero y desde este día en adelante, te hago a Ti mi vida, mi todo.