Identificar lo que nos sucede, esa es la cuestión. Días atrás conversaba con un paciente sobre un fenómeno que observo a menudo. Se trata de un estilo por el cual un adulto se comporta como si fuera un niño intentando aplacar la ira (o potencial ira) de un adulto. La vivencia tiene la misma intensidad que aquella experimentada por un niño desesperado por el enojo de su padre o algún otro adulto: repliegue, angustia, temor, parálisis y búsqueda de agradar/calmar al otro.
Aquellos que han tenido algún adulto muy severo en su formación saben de qué se trata. Esa persona se puede enojar en cualquier momento aún sin que el niño haya tenido responsabilidad. Entonces ese niño puede convertirse en alguien con tendencia a la complacencia, la culpabilidad y el estado de alerta. En otros casos puede convertirse en rebeldía pura, pero no es el tema que hoy estoy desarrollando.
Pasan los años y llega la adultez. Pero la vivencia del “niño asustado aplacador” continúa. Esa fragilidad está a flor de piel. Por ejemplo, hay que afrontar una conversación difícil. De repente se dispara la alarma. Tensión. Se busca complacer, incluso calmar al otro aunque ni siquiera se hubiera alterado. Uno está hipervigilante observando cada movimiento del otro: “¿Estará conforme? ¿Qué pensará de mí? ¿Y si se enojara conmigo?”, son interrogantes que se plantean.
No es sencillo romper con ese patrón de un día para el otro, pero la buena noticia es que no estamos condenados a vivir repitiendo ese modelo. ¿Qué podemos hacer?:
- Asumir que tenés ese problema y detectarlo cuando se dispara en tu vida cotidiana
- Rebelarte contra esa acusación que has cargado toda tu vida: “Yo soy el responsable de todo lo malo que puede sucederle al otro”. No siempre es así. A veces el otro es una persona irritable y eso no es tu culpa. En otras oportunidades su mala cara no tiene que ver con vos. Despegate de los demás. Sé responsable en tus actos, pero sin sentirte el encargado de sostener la paz en toda circunstancia
- Cambiá tu modo de ver el conflicto: cuando hay conflicto, hay conflicto. A veces es necesario. Aplacar por aplacar sólo genera falsos estados de paz. Aprendé a sostener estados de tensión. Son parte de la vida
- No te veas como un niño, no te comportés como un niño. Aunque sientas el mismo miedo que experimentaste en tu infancia, tomá conciencia de todo lo que lograste como adulto. Reforzá tu identidad adulta. Ya no sos ese niño. Sos un adulto.
Amigo, ya sos grande. No estás en las condiciones de inferioridad que tuviste que atravesar en la infancia. Podés tratar al otro de igual a igual. Si lo dejás actuar a Dios, no estás solo; estás bien acompañado. Tratá con respeto al otro pero no lo veas como alguien superior. Es otro ser humano, tan sólo otro ser humano…
GUSTAVO BEDROSSIAN
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