Glorificada sea tu fama en medio de nosotros, tus hijos, los que tenemos puestos los ojos en ese reino tuyo generoso donde anhelamos establecernos un día, llamado Celestial Paraíso.
Haz lo que quieras con nosotros los humanos, desde el alba hasta el ocaso. Tuyos somos. En tus poderosas manos nos entregamos.
Haz lo que quieras también con todo aquello que existe fuera de la atmósfera terrestre y que escapa a los sentidos más cercanos. Todo es tuyo, lo has creado.
Danos trabajo ¡Dios!, trabajo digno. Para que, además de tener el pan caliente de cada día, podamos darle un sabor más agradable, por ejemplo, meterle mortadela dentro. Ya sabes, la hipoteca, los desahucios, los créditos, el Euribor, la prima de riesgo, lo que de nosotros se llevan los políticos, la Merkel, y el resto.
Danos además la capacidad de ser pan sensible para otros prójimos. Danos la ilusión de volver a creer en el futuro, la capacidad de extasiarnos con los sueños, la esperanza inocente de creer en lo bueno, el anhelo y disfrute de la paz de espíritu.
Perdona, o al menos, baja el interés de los ultrajes que contra ti cometemos a diario. Que esto haces, lo sabemos, pero no te canses. Olvida. Prometemos, no juramos, intentar hacer lo mismo con nuestros queridísimas hermanas y hermanos.
Aléjanos de la atracción carnal y perversa llamada tentación, llévala lejos, apártala de nuestras puertas para que no nos moleste dentro.
Y líbranos de las calamidades, Dios. Al menos líbranos de tropezar con las mismas repetidas veces en mitad de los caminos. Para ello te pedimos que alumbres vivamente los senderos que hasta ti nos llevan.
Que así sea hoy y mañana. Mejor, que así sea hoy, mañana y siempre. Y por qué no, por los siglos de los siglos.