Por estos días alguien me contó una experiencia interesante que vivió comprando lamparitas… sí, lamparitas. Allí estaba la protagonista dando mil y una vueltas para decidir qué colores de lámpara habría de elegir. Quería algo original y no se decidía. Entonces el vendedor (creo que ya algo cansado) le dijo: - No le pidas tanta felicidad a una lamparita. Le pedí un favor: si algún día volvía a cruzarse con el vendedor que lo felicitara de mi parte. ¡Me pareció tan acertado el comentario! Es cierto; mientras le pusiera tantas expectativas a una lámpara nada habría de conformarle. Observamos cómo esto se le repetía en infinidad de experiencias. Todo le parecía poco porque de todo esperaba mucho.Pensé entonces, ¿No le pediremos que nos dé demasiada felicidad a…… un fin de semana?… unos días de vacaciones?… nuestra pareja?… un día lunes?… una conversación?… los amigos?… un día de compras?… nuestro trabajo?… etc? ¿No será que hay tanta frustración debido a qué pedimos y hasta exigimos a la gente o a las circunstancias que nos den más de lo que nos pueden dar?Aún la lámpara más bella es tan sólo eso, una lámpara. Aún la pareja más encantadora del mundo es tan sólo eso, una pareja.Nos equivocamos cuando pretendemos que algo, por más maravilloso que sea, nos lleve al plano de la máxima completud. La satisfacción no viene de afuera, sino que depende de una actitud interna. Se basa en una profunda experiencia espiritual con Dios, en la gratitud constante, en la sencillez y en una definición clara de prioridades.Amigo, conoce los alcances y las limitaciones de cada experiencia. Aunque te cueste creerlo, de ese modo te sentirás más pleno y satisfecho. No le pidas tanta felicidad a una simple lámpara. GUSTAVO BEDROSSIAN |