Cuantas veces entre lágrimas se confiesan las verdades que nunca se pensaban desvelar, se desnudan los sentimientos poniendo entre el orador y el oidor un velo de confidencialidad discreta.
Cuantas veces las manos reposadas de un amigo han mitigado la sed en tus horas solitarias, haciéndote ver que la genuina complicidad se halla cuando se superan los silencios, cuando estos aparecen y no resultan molestos.
La vida nos tienta a ser felices e infelices, nos lleva de la alegría y el gozo más profundo, a la tristeza más absoluta, del prado verde donde despojados de prisas dejamos que el viento nos cure, hasta el desierto inhóspito que nos arrebata los sueños.
Una intensísima gama de claroscuros pintan nuestro lienzo mostrándonos lo efímeras que son nuestras horas de completa paz.
Si hiciésemos balance de todo lo positivo y negativo que nos acontece a lo largo de la vida, puede que el platillo de la balanza se inclinara mucho más hacia la parte negativa, pues generalmente solemos vivir una existencia en la que el sufrimiento está muy presente.
Huir de los momentos tristes, de las situaciones complicadas, es la técnica que algunos utilizan para no sentir dolor, este es un procedimiento que no comparto y no es que a una servidora le guste sentir la angustia que las tribulaciones conllevan, es simplemente que la vida me ha enseñado y mi buen Dios así lo reitera en su palabra, que los ojos que han sido bañados con lágrimas brillan con una luz más clara y pura. Ello hace que me enfrente a los problemas sabiendo que éstas van a enseñarme algo, una instrucción que hará de mí una mejor persona.
Cuando sufres comprendes asuntos que en el escaño de la felicidad a veces es imposible observar, desde el sufrimiento se contempla la vida con una sensibilidad que el día a día nos roba, se accede con más sencillez al conocimiento de la misericordia de Dios para con nosotros, a la tibieza de su ternura, a su mano presta para sacarnos del oscuro túnel de los problemas.
Cuando superas la prueba y dices adiós a la congoja, asimilas desde la calma todo aquello que has aprendido, materia sabia que abre puertas, que doblega tu corazón para poder servir al cansado, al desvalido y contemplarlo con ojos nuevos.
El sufrimiento me ha hecho ser más considerada con los que sufren, me ha regalado la capacidad de poder entender a seres que pasan por días grises, me ha otorgado la oportunidad de mirar a los ojos a los más necesitados y sentir como se me llena la boca de frases de aliento, palabras que hago propias pero que en el pasado fueron pronunciadas por otros siendo yo la receptora.
El dolor me ha permitido aprender hermosas lecciones de amor, ha fabricado con mis lágrimas un colirio que me permite ver cosas que antes no percibía.
Pienso, que si la recompensa que recibo del sufrimiento es ser más sensible a Dios y a los hombres, es una buena gratificación, pues ella me ofrece la oportunidad de crecer cada día y parece un poco más al autor del amor.
Cuantas veces las manos reposadas de un amigo han mitigado la sed en tus horas solitarias, haciéndote ver que la genuina complicidad se halla cuando se superan los silencios, cuando estos aparecen y no resultan molestos.
La vida nos tienta a ser felices e infelices, nos lleva de la alegría y el gozo más profundo, a la tristeza más absoluta, del prado verde donde despojados de prisas dejamos que el viento nos cure, hasta el desierto inhóspito que nos arrebata los sueños.
Una intensísima gama de claroscuros pintan nuestro lienzo mostrándonos lo efímeras que son nuestras horas de completa paz.
Si hiciésemos balance de todo lo positivo y negativo que nos acontece a lo largo de la vida, puede que el platillo de la balanza se inclinara mucho más hacia la parte negativa, pues generalmente solemos vivir una existencia en la que el sufrimiento está muy presente.
Huir de los momentos tristes, de las situaciones complicadas, es la técnica que algunos utilizan para no sentir dolor, este es un procedimiento que no comparto y no es que a una servidora le guste sentir la angustia que las tribulaciones conllevan, es simplemente que la vida me ha enseñado y mi buen Dios así lo reitera en su palabra, que los ojos que han sido bañados con lágrimas brillan con una luz más clara y pura. Ello hace que me enfrente a los problemas sabiendo que éstas van a enseñarme algo, una instrucción que hará de mí una mejor persona.
Cuando sufres comprendes asuntos que en el escaño de la felicidad a veces es imposible observar, desde el sufrimiento se contempla la vida con una sensibilidad que el día a día nos roba, se accede con más sencillez al conocimiento de la misericordia de Dios para con nosotros, a la tibieza de su ternura, a su mano presta para sacarnos del oscuro túnel de los problemas.
Cuando superas la prueba y dices adiós a la congoja, asimilas desde la calma todo aquello que has aprendido, materia sabia que abre puertas, que doblega tu corazón para poder servir al cansado, al desvalido y contemplarlo con ojos nuevos.
El sufrimiento me ha hecho ser más considerada con los que sufren, me ha regalado la capacidad de poder entender a seres que pasan por días grises, me ha otorgado la oportunidad de mirar a los ojos a los más necesitados y sentir como se me llena la boca de frases de aliento, palabras que hago propias pero que en el pasado fueron pronunciadas por otros siendo yo la receptora.
El dolor me ha permitido aprender hermosas lecciones de amor, ha fabricado con mis lágrimas un colirio que me permite ver cosas que antes no percibía.
Pienso, que si la recompensa que recibo del sufrimiento es ser más sensible a Dios y a los hombres, es una buena gratificación, pues ella me ofrece la oportunidad de crecer cada día y parece un poco más al autor del amor.