EL MENSAJERO
(La historia
de Jeremías)
En el año 626 antes de Cristo, Dios eligió a un hombre.
Le prohibió casarse y tener hijos como señal de que se acercaba el juicio y que
la próxima generación sería barrida. Durante su vida tuvo muy pocos amigos.
Es que no resulta fácil hacer amigos cuando el mensaje es
de condena que debía dar, contrario a las esperanzas del pueblo.
Sufrió mucho, porque amaba a su pueblo y hubiera querido
un destino mejor. Hubiera preferido dar un mensaje que a los demás les gustara
oir… pero no fue así.
Y no habló en una ocasión y nada más. No habló en una
reunión en el templo solamente. Su ministerio se extendió durante 40 años.
¿Te imaginás en un lugar como tu ciudad, tratando de dar
un mensaje condenatorio al estado en que está la sociedad, a sus costumbres
religiosas equivocadas, a los errores políticos de sus gobernantes?
¿Y que ese estilo de prédica lo tuvieras que repetir
durante 40 años en plazas, en las calles, en los templos, en los diarios,
radios, canales de TV?
Creo que llegaría un momento en que te sentirías muy
solo. Demasiado solo. Nadie quiere estar cerca de una persona que durante tanto
tiempo lo único que hace es tirar “pálidas”, como dicen los pibes de hoy en
día.
Posiblemente a esta altura del relato te hayas dado
cuenta que estoy hablando de Jeremías.
Si leés el libro de la Biblia que lleva su nombre, te vas
a dar cuenta que consiste en una colección de oráculos contra Judá y Jerusalén
y contra naciones vecinas.
Tratá de ponerte en la piel de este hombre.
Apartado para cumplir una tarea dificil. Sin familia
cercana (ni esposa ni hijos) y prácticamente sin amigos. Cumpliendo la dura tarea
de hablar malas noticias al pueblo donde había nacido y crecido.
Es más, parándose frente a los gobernantes y ministros
para decirles en la cara que estaban equivocados, y que estaban llevando a la
Nación a la destrucción y a la esclavitud.
Obviamente también levantó su voz contra el poder
religioso. Denunció a los sacerdotes porque en gran parte ellos eran los
responsables por permitir que la sociedad se apartara de Dios, se alejaba de su
salvación y del pacto hecho con Él.
Leo lo que estoy escribiéndote y me doy cuenta que no
estamos muy lejos de cómo estaban los reinos de Judá y de Israel en la época de
Jeremías.
Hoy en día la sociedad está apartada de lo moralmente
aceptable, apartada de Dios y de su Palabra, los gobernantes buscan
enriquecerse y obtener beneficios sin importar las vidas que cuesten sus
decisiones.
Hemos tenido un presidente que según dicen, ha entregado
la vida de su propio hijo para que la sangre derramada sellara un pacto
demoníaco de robo, destrucción, desculturalización.
¿Y cómo está la situación religiosa? ¿se levantaría hoy
Jeremías contra el poder de las iglesias de hombres? ¿ gritaría en las puertas
de los templos y de las instituciones religiosas contra una iglesia que fue
comprada con dinero para que guardara silencio ante la corrupción y el saqueo?
Sin duda que no debe ser grato lo que dice un hombre así.
Seguramente que habrá que tener mucho valor para levantarse contra todos los
estamentos de poder de la sociedad y denunciarlos, más sabiendo que no hay
absolutamente nadie en la tierra que esté cubriendo sus espaldas. Nadie que
esté orando y cubriendo en oración al mensajero.
Me desgarra el corazón escucharlo:
Jeremías
20:7 al 18 Me persuadiste,
oh SEÑOR, y quedé persuadido; fuiste más fuerte que yo y prevaleciste. He sido
el hazmerreír cada día; todos se burlan de mí.
Porque cada vez que hablo, grito; proclamo: ¡Violencia,
destrucción! Pues la palabra del SEÑOR ha venido a ser para mí oprobio y
escarnio cada día.
Pero si digo: No le recordaré ni hablaré más en su
nombre, esto se convierte dentro de mí como fuego ardiente encerrado en mis
huesos; hago esfuerzos por contenerlo
, y no puedo.
Porque he oído las murmuraciones de muchos: ¡Terror por
todas partes! ¡Denunciadle,
denunciémosle! Todos mis amigos de confianza, esperando mi caída, dicen: Tal vez será persuadido,
prevaleceremos contra él y tomaremos de él nuestra venganza.
Pero el SEÑOR está conmigo como campeón temible; por
tanto, mis perseguidores tropezarán y no prevalecerán. Quedarán muy
avergonzados, pues no han triunfado, tendrán
afrenta perpetua que nunca será olvidada.
Oh SEÑOR de los ejércitos, que pruebas al justo, que ves
las entrañas y el corazón, vea yo tu venganza sobre ellos, pues a ti he
encomendado mi causa.
Cantad al SEÑOR, alabad al SEÑOR, porque ha librado el
alma del pobre de manos de los malvados.
Maldito el día en que nací; el día en que me dio a luz mi
madre no sea bendito.
Maldito el hombre que dio la noticia a mi padre,
diciendo: ¡Te ha nacido un hijo varón!, haciéndolo muy feliz.
Sea ese hombre como las ciudades que el SEÑOR destruyó
sin piedad; oiga gritos de mañana y alaridos al mediodía,
porque no me mató en el vientre para que mi madre hubiera
sido mi sepultura, y su vientre embarazado para siempre.
¿Por qué salí del vientre para ver pena y aflicción, y
que acaben en vergüenza mis días?
La gente no lo entendía.
Los gobernantes no lo entendían.
Los sacerdotes no lo entendían (o no querían entenderlo)
Nadie creía que estuviera Dios detrás de sus palabras.
Las costumbres religiosas de entonces se habían
distorsionado, se habían paganizado, había idolatría.
Además la profunda agonía que significaba que a pesar de
lo demoledor de su mensaje, él mismo hubiera querido un destino distinto. Le
dolía profundamente lo que estaba anunciando.
Jeremías tenía un corazón compasivo por su pueblo y oraba
cuando el Señor le dijo que no lo hiciera.
Él era solamente un joven cuando fue llamado a dar un
durísimo mensaje de condenación. Trató de escaparse de la responsabilidad
encomendada, pero no pudo permanecer en silencio. Las palabras retumbaban en su
cabeza y solamente encontraba alivio cuando salían por su boca.
El pueblo no escuchó. Llegó a corromperse tanto que Dios
debió desintegrar la nación. Derrotado y conducido al exilio, tuvo que
reflexionar sobre lo que le había acontecido y sus causas.
No quisieron escuchar al mensajero.
Debió haber una sanción durísima para que haya
arrepentimiento.
No puedo dejar de hacer una comparación con esta
Argentina (y latinoamérica) en la que vivimos.
Una sociedad que se olvidó de pensar en Dios. Que
construye su presente dejándose llevar por intereses que no tienen que ver con
ese Dios trinitario,Padre, Hijo y Espíritu Santo que es invocado en la misma
Constitución que dice respetar.
Funcionarios nacionales, provinciales y municipales que
juran sobre la Biblia sin darse cuenta plenamente del alcance espiritual de
traicionar a su juramento.
Todos los estamentos sociales están viciados de corrupción.
Eso se paga, eso tiene un precio en el sufrimiento de todos.
¿Será que nuestro destino como país será la
desintegración y el exilio?
¿Será que la única forma que tenemos de madurar y
entender es con los terribles golpes de la destrucción y la esclavitud?
¿Será que una vez más la historia debe volver a
repetirse?
En lugar de escuchar y reflexionar sobre el mensaje, muchas
veces terminamos castigando al mensajero.
Así también pasó con Jeremías.
Jeremias
19:1 al 12 Así dijo el SEÑOR: Ve y compra una vasija
de barro del alfarero, y toma contigo a algunos de los ancianos del pueblo y de
los ancianos de los sacerdotes;
y sal al valle de
Ben-hinom, que está a la entrada de la puerta de los tiestos, y proclama allí
las palabras que yo te diré.
Dirás: "Oíd la palabra del SEÑOR, reyes de Judá y
habitantes de Jerusalén. Así dice el SEÑOR de los ejércitos, el Dios de Israel:
'He aquí, traeré tal calamidad sobre este lugar, que a todo el que oiga de ella
le retiñirán los oídos.
Porque me han abandonado, han hecho extraño este lugar y han
ofrecido sacrificios en él a otros dioses, que ni ellos, ni sus padres, ni los
reyes de Judá habían conocido, y
han llenado este lugar de sangre de inocentes, y han edificado los lugares
altos de Baal para quemar a sus hijos en el fuego como holocaustos a Baal, cosa que nunca mandé, ni de la cual
hablé, ni me pasó por la mente.
(…)
Y haré nulo el consejo de Judá y de Jerusalén en este lugar, y
los haré caer a espada delante de sus enemigos y a mano de los que buscan su
vida, y entregaré sus cadáveres por comida a las aves del cielo y a las bestias
de la tierra.
También convertiré esta ciudad en desolación y burla; todo aquel
que pase por ella se quedará atónito y silbará a causa de toda su destrucción.
Y les haré comer la carne de sus hijos y la carne de sus hijas,
y cada uno comerá la carne de su prójimo durante el sitio y en la aflicción con
que les afligirán sus enemigos y los que buscan su vida.'"
Entonces romperás la vasija a la vista de los hombres que te
acompañen, y les dirás: "Así dice el SEÑOR de los ejércitos: 'De igual
manera romperé yo a este pueblo y a esta ciudad, como quien rompe una vasija de
alfarero, que no se puede reparar más; y los
enterrarán en Tofet por no haber otro lugar donde enterrar.
‘Así haré con este lugar y con sus habitantes--declara el
SEÑOR(…)’
Claro que la reacción no fue la que hubieramos querido.
Jeremías 20: 1 y 2 Cuando el sacerdote Pasur, hijo
de Imer, que era el oficial principal en la casa del SEÑOR, oyó a Jeremías
profetizar estas cosas, hizo azotar al profeta Jeremías y lo puso en el cepo
que estaba en la puerta
superior de Benjamín, la cual conducía
a la casa del SEÑOR.
Quien lo castiga
es un sacerdote, el principal en la casa del Señor. El representante del poder
religioso de la época.
¿qué mensaje
queremos oir hoy?
¿uno que
acaricie nuestros oídos anunciando cosas maravillosas, una nación próspera, un
destino de grandeza?
¿Mensajes que
nos hablen de cambio en nuestra realidad como país que no impliquen un cambio
profundo en nuestras vidas?
Creo que una y
otra vez el Señor nos está pidiendo algo distinto.
Un cambio
interior para que lo de afuera cambie.
¿seguiremos
castigando al mensajero?
HECTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
www.puntospacca.net