¿Recuerdas a Popeye el Marino? Ya sabes, el que comía espinaca y tenía como novia a Olivia. El que peleaba con Brutus y cantaba: «Popeye el Marino soy, tu, tu…» (lo lamento si ahora te queda esa melodía dando vueltas en la cabeza durante todo el día). Cada vez que su archienemigo Brutus atacaba, secuestraba o insultaba a la fiel novia de Popeye, Olivia, nuestro héroe finalmente veía colmada su paciencia y gritaba: «¡Ya no lo soporto más!». Se tragaba entonces una lata de espinaca y derrotaba a Brutus. Le pido a Dios que te otorgue un momento como a Popeye. Un momento en que Dios te bendiga con una carga divina, con algo que te molesta hasta los huesos, que te hace pasar de la complacencia a la acción. Bill Hybels lo llama «insatisfacción santa» en su genial libro que lleva como título justamente esa frase. Le pido a Dios que te bendiga con algo que te moleste, te inquiete, te haga saltar. Si escuchas, Dios te mostrará algo que hará que tu corazón se conmueva, que sufra como el suyo. Y te bendecirá con una carga.
Si eres como la mayoría de las personas normales, probablemente estés preguntándote: «¿Y para qué quiero yo
una carga?». Casi todos preferimos evitarlas
porque, después de todo, la vida ya tiene sus complicaciones. ¿Para qué pedirle a Dios más pruebas, más trauma, más lágrimas? Es normal que queramos evitar el dolor. Incluso es humano. Pero Dios no nos puso aquí en la tierra solo para que la pasemos bien y disfrutemos de la vida. No nos dio la vida para que aprendamos a dominar las técnicas de cómo evitar el sufrimiento.
Nos puso aquí para que marquemos una diferencia eterna.
Nos puso aquí para mostrarles a todos los que nos rodean cuánto los ama.
Nos puso aquí para que seamos sus manos y sus pies, su cuerpo y su corazón.
Casi todos disfrutamos de las bendiciones tradicionales que recibimos. Si viajas a un lindo lugar en las vacaciones, o pasas un día esquiando en el lago, agradeces eso. Si conduces un auto confiable, tienes gafas de sol que se ven bien, o compras tu canción favorita en iTunes, probablemente te sientas bien por un rato. Si conoces a una celebridad que admiras, o te ascienden en el trabajo, o ganas un premio en la fiesta de la oficina, es probable que eso te provoque alegría. Sin embargo, por especiales que sean, esas bendiciones no parecen darnos una plenitud perdurable. Sentimos placer en ese momento, o en los días y semanas que le siguen. Pero a menudo se esfuma. O peor todavía, empezamos a sentirnos con derecho a esas cosas y actuamos como niños malcriados, no solo esperando bendiciones, sino exigiéndolas como mimos divinos.
Por otra parte, si haces algo por otra persona, a menudo sientes una satisfacción mayor, más profunda. Cuando Dios te usa para corregir algo que está mal, sientes algo más perdurable, con más lógica. Cuando te entregas de manera que reflejas la bondad de Dios, bendiciendo a alguien más y haciendo del mundo un lugar mejor, es como si salieras de ti mismo y recordaras que tu propósito no es pasarla bien todo el tiempo. Te sientes pleno, con vida, humilde pero privilegiado, con la riqueza de la paz y la cercanía a Dios. Si queremos acercamos más a Dios, y si queremos que nuestros valores sean los de él, tenemos que mantenernos atentos a las oportunidades que nos da para bendecirnos con una carga. Porque él quiere que vayamos más allá de nuestro entendimiento normal y egocéntrico de lo que son sus bendiciones para pasar al entendimiento centrado en los demás, a una extraordinaria experiencia de su carácter. La mejor forma de reflejar el carácter de Dios es cuando nos entregamos a los demás sin esperar nada a cambio, sin motivos secretos, sin propósitos ulteriores. No hay beneficio más grande que el saber que agradamos a nuestro Padre al compartir su amor y comunicarlo a sus otros hijos. Si no tienes todavía esa bendición, la de la carga anormal, oro que Dios te bendiga pronto con ella.
Bloques de construcción y pedazos rotos
¿Qué te rompe el corazón? ¿Qué cosas en la vida te hacen llorar o te revuelven el estómago? ¿Qué injusticia es la que te abruma y amenaza con quitarte el sueño si se lo permites? Nehemías es uno de los mejores ejemplos en la Biblia de lo que sufre el corazón de un hombre bendecido con una carga divina. Al enterarse de que estaban destruidas las murallas de su Jerusalén amada (y amada por Dios), sintió angustia. De repente, el pueblo de Dios era vulnerable a los ataques y Nehemías apenas podía soportar su malestar: «Ellos me respondieron: “Los que se libraron del destierro y se quedaron en la provincia están enfrentando una gran calamidad y humillación. La muralla de Jerusalén sigue derribada, con sus puertas consumidas por el fuego”. Al escuchar esto, me senté a llorar; hice duelo por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo» (Nehemías 1:3-4). Se sintió tan angustiado que lloró. Y no solo dio rienda suelta a sus sentimientos con las lágrimas, sino que durante días no comió para poder orar y buscar al Dios del cielo. Por medio de esa angustia y sentimientos de pérdida que sentía Nehemías, y ante el miedo que le provocaban las potenciales consecuencias, descubrió que Dios le estaba dando una bendición inusual: la carga que le hizo viajar para encargarse de la reconstrucción de las murallas.
Cuando pienso en las bendiciones anormales y en los corazones que se angustian por cosas como esta, también pienso en el doctor Martin Luther King. Este gran hombre sentía tanta desazón ante la injusticia racial y otros males causados por el prejuicio, que estuvo dispuesto a hacer todo, todo lo posible, por corregir ese mal. Su famoso y conmovedor discurso: «Yo tengo un sueño», sigue dándote escalofríos y haciendo que se te conmueva el corazón. Décadas más tarde, mucho después de que acabara trágicamente su vida en la tierra, el legado de su carga sigue vivo, mejorando las vidas de las generaciones del futuro. Y todo porque un hombre permitió que su carga diera a luz a un sueño. Vemos a muchas personas hoy que están en necesidad, al punto de que fácilmente podemos llegar a sentir indiferencia. ¿Cuándo fue la última vez que sentiste que se te partía el corazón al ver la necesidad ajena? ¿Fue en ese cruce de la avenida, cuando ese vagabundo indigente te miró a los ojos? ¿O cuando te cruzaste con ese pequeño de quinto grado que apenas sabe leer porque no aprendió jamás en la escuela de su barrio? ¿O cuando la adolescente que te hizo la manicura te contó que está esperando un bebé que no quiere?
¿Qué es lo que derriba a tu corazón de un puñetazo cuando lo ves o lo oyes? ¿Es cuando ves a los pobres y notas todo lo que les falta? ¿O cuando te enteras de que hay alguien que no tiene dónde vivir? ¿Conoces a una madre soltera cuyos problemas sientes como propios? ¿Leíste un artículo sobre los niños con SIDA y sientes que puedes hacer algo de inmediato? Detente por un momento y en oración considera tu respuesta. ¿Qué es lo que te parte el corazón?
Tomado de Anormal. Copyright © 2012 por Craig Groeschel (ISBN 978-0-8297-6046-0). Usado con permiso de Editorial Vida.