El pueblo de Dios estaba desenfrenado debido a la lujuria y la idolatría
(Éxodo 32:25). El oro se había convertido en su dios. Querían bailar, jugar y
seguir sus apetitos lujuriosos. Sólo los hijos de Leví defendieron la santidad
de Dios.
Luego siguió la terrible revelación de que el Señor ya no estaba en medio de
ellos, Él se había apartado para que no los matara. Pero aún así se les ordenó
seguir para reclamar su herencia. Dios dijo: “Les daré lo que prometí”. Podían
reclamar todos sus derechos y Su protección, pero no Su presencia.
Hoy vemos el triste espectáculo de multitudes del pueblo de Dios continuar en
su búsqueda religiosa por los derechos prometidos, haciendo alarde de ayuda
angelical contra los enemigos, pero que no tienen la presencia que convence de
pecado, santa e impresionante de Cristo en ellos.
¿Qué podría ser peor que oír el mandato del Señor a ir a una tierra que fluye
leche y miel, y sin embargo, decir que Él no iría con ellos (véase Éxodo 33:3)?
Dios les dijo: “Vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en
medio de ti, y te consumiré.” (Éxodo 33:5).
Moisés quería algo más grande que una tierra que fluye leche y miel. Quería
conocer y experimentar la presencia del Señor. Él oró: “Tú dices: Yo te he
conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis ojos. Ahora, pues,
si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para
que te conozca” (Éxodo 33:12-13).
¡No es de extrañar que este precioso siervo de Dios convenciera de pecado a
su generación! No es de extrañar que hubiera tanta gloria en su rostro. Él sólo
quería conocer al Señor. El único favor que quería era la presencia permanente
de su Señor. Así mismo sucedió con Pablo, cuyo corazón clamó: "¡Oh, lo único que
deseo es conocer a Cristo!" (Ver Filipenses 3:10 TLA).
David Wilkerson