TRATAMOS BIEN A LOS HIJOS
Ser madre no es fácil, exige mucho esfuerzo, tenemos un montón de obligaciones y apenas tenemos tiempo para nosotras mismas. Nuestros hijos son nuestra prioridad, pero aún así muchas veces no lo perciben y sienten que nos dan igual…
Tengamos cuidado de no chantajearles recordándoles todo cuanto hacemos por ellos y diciéndoles lo privilegiados que son en comparación con lo que nosotras vivimos de niñas… Acerquémonos a ellos, que se sientan amados y comprendidos. Y disfrutemos de ellos, que los hijos son nuestra mayor responsabilidad, pero también nuestra mayor alegría.
Alguna vez en la vida nosotros los ahora padres de familia, también fuimos niños, jóvenes y adultos; aun así, en nuestro afán por formar a nuestros hijos nos cuesta ponernos en la posición de nuestros hijos y ver las cosas como las ven ellos.
Constantemente pedimos a nuestros hijos que nos comprendan, pero ¿les comprendemos nosotros como padres? ¿O por lo menos, los entendemos? Nos cerramos muchas veces solamente a dar órdenes, a imponer reglas, a velar por que se haga lo que según nosotros les conviene… es lamentable pensar y estar seguras que todo gira a nuestro rededor, mostramos constantemente una actitud sacrificada, de sufrimiento, nos victimizamos ante ellos, les chantajeamos constantemente con lamentos diciéndoles lo mucho que trabajamos etc.
Y así se nos podría pasar mucho tiempo buscando siempre su consideración. Consciente o inconscientemente nos colocamos en el centro de la atención, restándole importancia y tiempo a lo que ellos quieren o lo que sienten acerca de la forma en que los estamos criando.
Muchas madres, especialmente las solteras, no tenemos un horario específico de cuando el día empieza o termina, sin embargo debemos o deberíamos tratar de bajar a su nivel, tratar de ponernos en sus zapatos, tratar de mirar atrás y recordar esos momentos en los que muchas veces pedíamos a gritos atención, un momento de charla con nuestros padres, un poco de comprensión y atención a esas cosas que para los adultos carecen de importancia pero que para un niño son muy importantes, así también para el adolescente, como su “primer amor”, “la comedia de teatro” en la que participará muy pronto. Meditemos acerca de esto:
Sabemos de sus miedos y sus temores?
¿Sabemos de sus complejos, si alguno?
¿Conocemos a sus amigos y las costumbres de estos?
Es una lástima que amando a nuestros hijos y siendo lo más importantes para nosotras, muchas veces tengamos que delegar sus cuidados a familiares o amigos porque tenemos que dedicar tiempo a proveerles sus necesidades básicas. Esto no implica que nuestros hijos no nos importen o que no les amemos de corazón, pero algunas tenemos horarios que imposibilitan estar siempre con ellos, trabajos a los que atender y horarios complicados. Pero sin importar cuanto es el tiempo que realmente logramos dedicarles, que al menos sea de calidad, ofreciéndonos la oportunidad de comunicarnos y conversar con ellos.
Ahora nos toca a nosotras realizar la tarea que una vez nuestros propios padres tuvieron para con nosotras. En todo cuanto podamos y hasta donde las fuerzas nos dejen, tenemos que intentar entender y comprender a nuestros hijos, tratando de ser equilibradas, celebrando sus triunfos y sus logros, reprendiéndolos con firmeza por sus malas actitudes, manteniendo en mente que nadie es perfecto, y así como los adultos nos equivocamos, más aun nuestros hijos cuando están atravesando la etapa de la adolescencia.
No les alejemos de nosotras siendo inaccesibles e indolentes a sus “necesidades”, porque ellos buscan refugio en nosotras. Seamos ese refugio, démosles abrigo a su inocencia, a sus fantasías, a sus malcriadezas, porque queremos individuos respetables y respetados, buenos hijos y buenos padres, que sean amados y que sepan amar.
Y por encima de todo, no perdamos la oportunidad de disfrutar con nuestros hijos, de su niñez e infancia, porque el tiempo no se detiene y sin que nos demos cuenta, el bebé se convierte en adulto.
Luchemos porque nuestros hijos vean en nosotras a la amiga dispuesta a escucharlos, dispuestas a protegerlos y defenderlos, pero también a la madre que comparte reglas, obligaciones y derechos, la madre que sonríe, que perdona, que se olvida de sus penas y congojas, para formar hijos responsables, felices y realizados. Recordemos que 10 minutos al día pueden tener mucho valor que se refleja en su confianza hacia nosotras
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