La entidad evangélica norteamericana G.R.A.C.E. denunciaba el “silencio” y la “falta de atención” de los líderes evangélicos a los abusos sexuales en sus iglesias.
Haciéndonos eco de dicha denuncia, creemos que sería de ayuda un mayor conocimiento del complejo mundo que deriva del abuso sexual. Deseamos describir las luchas que enfrentan las víctimas del abuso sexual, transmitir algunos de los pasos de restauración hacia una salud mental y espiritual y sobretodo transmitir un mensaje de esperanza de que, con la ayuda de Dios, hay luz al final del túnel.
Todos conocemos el popular cuento escrito por Andersen, el Patito Feo. Desde la infancia sufre el escarnio de sentirse diferente, inadaptado, fuera de lugar, feo… Los demás patitos son normales, él no. Nació en el nido equivocado. El defecto tiene que estar en él, no puede ser el resto del mundo el que no encaja. Nadando solitario en las aguas de su lamento, contempla absorto en la distancia, la belleza de esos seres sublimes que son los cisnes. ¡Ojalá tuviera yo ese plumaje, ese cuello, ese porte majestuoso! Pero ni siquiera al madurar sus plumas transformadas en blancas y brillantes, es capaz de ver quién es en realidad.
El Patito Feo sigue viendo su plumaje gris, se sigue viendo feo. Ha creído la mentira de lo que tantas voces le han repetido vez tras vez. La vergüenza ha ensuciado, en su imagen mental, sus plumas hasta el punto de desear acabar con su propia vida...
“De pronto, justo enfrente de donde él se encontraba, salieron de la espesura tres magníficos cisnes blancos, con el plumaje inflado, y se deslizaron suavemente sobre el agua. El patito reconoció los espléndidos animales y se sintió sobrecogido por una extraña melancolía.
-¡Volaré hacia esas regias aves! Sé que me matarán a picotazos, por atreverme, tan feo como soy, a acercarme a ellos. Pero ¡qué importa! ¡Prefiero que ellos me maten a que me picoteen los patos, me piquen las gallinas, me desprecie la moza que cuida del corral y tenga que sufrir los rigores del invierno!
Y así, voló hasta el agua y nadó en dirección a los espléndidos cisnes. Éstos le vieron y se lanzaron hacia él con las plumas erizadas.
-¡Matadme, matadme si queréis! -dijo el pobre animal, e inclinó la cabeza sobre el agua a esperar la muerte. Pero ¿qué es lo que vio en el agua transparente? Vio bajo él su propia imagen, pero ya no era un torpe pájaro gris oscuro, feo y repugnante: era un cisne.
¡Poco importa haber nacido en un corral de patos, cuando se ha salido de un huevo de cisne!
Se sentía compensado de sobra por todas las penalidades y contratiempos que había sufrido; pensaba sólo en su felicidad, en toda la belleza y alegría que le esperaba.
Y los grandes cisnes nadaban en torno suyo y lo acariciaban con el pico.”
(Extracto del Patito Feo de Andersen)
La verdad de quiénes somos nos hace libres. Conocer nuestra identidad en Cristo nos libera.
En Juan 8:1-11 encontramos otro patito feo. Es la conocida historia de la mujer sorprendida en adulterio.Convertida en espectáculo público, despreciada, utilizada para tender una trampa a Jesús es arrojada delante de él por unos escribas y fariseos, demandando su sentencia de muerte. Jesús ahuyenta a la panda de matones atribulando sus conciencias con su famosa frase: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”.
Imagino como ella le mira y, al igual que el patito feo en el agua, ve su imagen reflejada en los ojos de amor de Jesús, descubriendo por primera vez quién es ella en realidad. Una mujer valiosa, hecha digna por la mirada del Maestro sobre ella. Un ser humano precioso a los ojos de su Creador.
Según las estadísticas una de cada cuatro mujeres y uno de cada siete hombres han sufrido en España algún tipo de abuso sexual. El 60% no han recibido ningún tipo de ayuda(estadísticas elaboradas por el profesor Félix López Sánchez, catedrático de psicología de la sexualidad de la Universidad de Salamanca).
Con un acto de semejante vileza, a la víctima se le distorsiona la identidad, se convierte en un patito feo, el mundo se torna en un lugar que ya no es seguro, su voluntad es quebrada y de la nada tiene que inventar múltiples y creativos métodos de supervivencia. La sensación que persigue a muchas víctimas es la de estar muertos en vida.
En palabras de una víctima de abuso sexual en la infancia:
-“Una de las mayores secuelas es la culpabilidad, sentirte culpable por haber sido abusada/o y no decir NO.
¿Por no evitarlo? ¿por no defenderte? ¿por callar y someterte a las vejaciones? ¿creer que eras tú quien quizás provocabas esa situación? ¿porque a veces se sintió placer? ¿por parecer que te convertías en encubridora de tu abusador? ¿por recibir a veces regalos o caramelos de tu abusador? ¿por no escaparte?...”-
Dicha culpabilidad se ve agravada al añadir los propios comportamientos perjudiciales hacia uno mismo y hacia los demás, provocados por la distorsión producida en su identidad. Un altísimo porcentaje de las personas que han sufrido abuso sexual durante su infancia se ven abocadas a una vida adulta estigmatizada y sembrada de problemas que se concretan en depresión, ansiedad, baja autoestima, desarreglos alimenticios, adicciones, aislamiento y marginación, hostilidad a las personas del mismo sexo que la persona agresora... y en un 58% de los casos, intentos de suicidio -según datos aportados por FOROGAM (Foro de Grupos de Ayuda Mutua para víctimas de abusos sexuales en la infancia)-. A todo esto hemos de añadir que las personas que han padecido estas agresiones están predispuestas a sufrir nuevos abusos en la edad adulta bien sea por su pareja u otros, a ser objeto de explotación sexual, y a manifestar problemas relacionados con la sexualidad como dificultad para relajarse, anorgasmia o promiscuidad.
La culpabilidad pronto desemboca en una triste deformación de la identidad llamada vergüenza. La culpa es una voz de alarma que nos avisa de que algo hemos hecho mal y nos sirve para corregir aquello que es perjudicial para nosotros y los demás. Sin embargo, la vergüenza ya entra en el campo de lo que creemos de nosotros mismos, de nuestra valía como personas. La vergüenza nos dice que nuestro valor es inferior, que somos feos, que el mundo estaría mejor sin nosotros.
En palabras de Ken Graber: “En casos de incesto, u na identidad basada en la vergüenza es casi una consecuencia inevitable del abuso sexual infantil. Debido a que se supone que los padres son una fuente de amor que sólo castigan cuando los niños son malos, los niños que son abusados solamente pueden concluir que son malos. Asumir esto y creer que ellos son los responsables del abuso es una forma de tomar el control y encontrarle sentido a una situación familiar fuera de control.
El sentido de identidad del superviviente deriva de la familia, y ya que el abuso sexual es algo que está mal en la familia que no puede ser divulgado, debe haber también algún defecto interno en el superviviente que debe mantenerse en secreto. El abuso sexual es casi siempre profundamente traumático y estresante. El trauma o estrés del superviviente persiste como una aflicción no resuelta y bloquea las emociones, estableciendo la base para una identidad cifrada en la vergüenza. Los supervivientes no pueden evitar sentir humillación personal como resultado del abuso sexual. Estos sentimientos desembocan en que el superviviente concluya que un profundo defecto personal provocó el abuso sexual. Esto deriva en una personalidad basada en la vergüenza.”
La mujer sorprendida en adulterio -no me gusta la expresión de mujer adúltera, sería cómo colgarle un cartel acusatorio que encasillándola en un pecado, como si esa fuese su identidad-, vivía bajo la condena de las muchas voces que la avergonzaban. Su merecido era la muerte por lapidación.
Sin embargo, Jesús la pregunta: -“Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Ella le responde: -“Ninguno, Señor.” Finalmente Jesús le dice:-“Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
En primer lugar Jesús aleja a las voces acusadoras, en segundo lugar se dirige a ella llamándola mujer (sin el cartel de adúltera) y finalmente se desmarca de todos los demás maestros de la ley diciendo que no la condena. Jesús la mira como ella realmente es. Él no ve las plumas grises, Él ve el cisne de porte majestuoso. Dios mira a través de nuestra vergüenza y nos ve hechos a Su imagen y semejanza. En nosotros está aceptar su verdad.
Finalmente le dice que no se haga más daño, que no se crea las mentiras de los que la acusan, que sea libre de la vergüenza. Jesús no se pone en el lugar de un juez, más bien en el de un médico que se preocupa por aquellos que están enfermos de tanta mentira que intoxica nuestra identidad.
Jesús nos ofrece nacer de nuevo y así aprender una nueva identidad que es la de hijos adoptados por un Buen Padre. Para Dios vales un potosí. Vales la mismísima vida de Jesús. Mírate reflejada/o en sus ojos.
En el próximo capítulo propondremos que las víctimas cambien su nombre a supervivientes. Conoceremos parte del testimonio de Mª José y Joel y cómo Dios reveló su verdad haciendo renacer poco a poco una nueva identidad saludable. La oruga ha mordido el polvo demasiado tiempo, es tiempo de restauración, tiempo de encerrarse en una pupa para deslumbrar al mundo con su verdadera identidad.
CRISÁLIDA , Espacio de recursos contra el abuso sexual
Joel de Bruine y su esposa Mª José Sánchez Aguilera, conscientes de la necesidad de apoyo que tienen los supervivientes de abuso sexual en nuestras iglesias, han comenzado a andar creando un espacio de recursos contra el abuso sexual llamado CRISÁLIDA. Ambos son Asesores Familiares y su objetivo es dar un mensaje de esperanza con su testimonio de que es posible salir del dolor, la vergüenza, y las mentiras provocadas por el abuso sexual.