Cuando el peso de la vida dobla la caña hasta quebrarla
1)
“No soy lo que debo ser, no soy lo que quiero ser, no soy lo que espero ser en el más allá; pero aun así no soy lo que era, y por la gracia de Dios soy lo que soy” (John Newton)
Muchos lo siguieron, y él sanó a todos los enfermos, 16 pero les ordenó que no dijeran quién era él. 17 Esto fue para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías:
18 «Éste es mi siervo, a quien he escogido,
Mi amado, en quien estoy muy complacido;
Sobre él pondré mi Espíritu,
Y proclamará justicia a las naciones.
19 No disputará ni gritará;
Nadie oirá su voz en las calles.
20 No acabará de romper la caña quebrada
Ni apagará la mecha que apenas arde,
Hasta que haga triunfar la justicia.
21 Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza
Mateo, escritor del primer evangelio de los llamados “sinópticos” en la Biblia, se preocupó por demostrar a lo largo de todo el texto de qué modo el ministerio de Jesús había sido anunciado por los profetas, y se había dado en cumplimiento de las profecías sobre el Mesías esperado por el pueblo judío.
En este pasaje, del capítulo 12 y versos del 15 al 21, el escritor cita al profeta Isaías. (42: 1 al 4). Lo hace después de describir algunos de los innumerables milagros de restauración física, del alma y espirituales de los que como su discípulo fue testigo.
Imagino a Mateo cuando habían pasado más de 30 años de la partida de su Maestro, recordando emocionado cada detalle y siendo iluminado por el Espíritu Santo, que le permitía entender lo que para muchos todavía hoy 2000 años después sigue siendo un misterio. Especialmente aquellos que eran parte del pueblo elegido por Dios, entre quienes estaban los que sin saber lo que estaban haciendo, ordenaron su muerte.
“por la gracia de Dios soy lo que soy” dice John Newton, autor de muchos himnos, entre ellos el famoso “Amazing Grace”. Esta es posiblemente una frase que millones de personas repetimos reconociendo a ese mismo Jesús que giró su mirada hacia nuestra necesidad y vio la posibilidad de restaurar nuestra vida.
Cuando era pequeño construía barriletes (cometas) con hojas de papel de diario y cañas que cortaba fileteando a lo largo dado su poco peso ideal para estos juegos.
Los cañaverales se extendían enormes a mis ojos, rectos y hacia el cielo.
Así creo que fuimos diseñados por Dios, como cañas que rectas se elevan hacia Él. Sin embargo esa no es la realidad de muchos de nosotros.
Las tormentas nos han doblado, quebrado, “cascado” haciendo que igual que en los cañaverales, nos terminemos doblando hacia el suelo.
Pero Él ve nuestra necesidad, y al pasar a nuestro lado no nos dejará como estamos, ni nos cortará para que todo acabe.
Él no da a nadie por perdido, ni por enfermedad del cuerpo o el alma, ni por pecado.
Me gusta mucho esa imagen de “caña cascada”, de mecha de una vela a punto de apagarse… pero que sigue viva, humeando pero viva; ya casi sin luz pero no acabada.
Es posible que así te sientas hoy, y por eso te están llegando estas palabras.
Él ve tu depresión, Él ve tus problemas, Él ve el agobio de tus errores y la necesidad que tienes de una oportunidad de volver a ponerte de pie.
Busca acercarse en un contacto íntimo y quiere hacerlo en un encuentro personal, sin que otros se enteren, no quiere involucrarte en religiones de hombres. Te está mirando y al reconocer tu sufrimiento y tu dolor, extiende su mano ofreciéndote un tiempo nuevo.
¿Lo tomas? ¿Aceptas lo que viene a ofrecerte?
Fijate como le das así al lector un tiempito para pensar y decidir sobre lo que le planteaste. Lo tomas? Aceptas?
(Luego seguiría la otra parte)
2)
Mi propia búsqueda de paz, de gozo, mi propia necesidad de levantarme de mis miserias, de las tormentas del alma que habían “cascado” mi vida, me ha hecho probablemente sensible a percibir otros “pábilos humeantes”. Y a ver también cuánta frialdad, cuánta indiferencia muchas veces reciben justamente de aquellos que deberían abrazar, contener, acompañar y extender su mano como lo hiciera Jesús, para enderezar y reencender la llama.
Su propia necesidad los hace ver diferentes, y eso nos hace apartarnos, tomar distancia. Pero no fue esa la mirada de Aquel a quien el Padre llamó “mi siervo a quien he escogido”.
El pastor Luis Echeverría dice refiriéndose a este tema: “Tendemos a aislar indirectamente a estos creyentes que, cabe aclarar, son tan lavados y limpiados en la sangre de Cristo como cualquier persona que acude a la cruz del Calvario para redención. Se les trata con aire de inferioridad considerándoseles una influencia negativa o, peor aún, cristianos de segunda o tercera categoría. ¡Se les condena y rechaza por un pasado, y hasta un presente, que ya ha sido perdonado por el único Juez justo!
Las personas son, a menudo, «cañas» dañadas, con cicatrices en sus vidas que las han doblegado y herido. Un líder agresivo podría quebrar esa caña y echarla a un lado, pero no Aquel de quien se dijo: «No quebrará la caña cascada». Él se especializa en enderezar las cañas heridas, ayudándolas a ponerse firmes bajo su paciente y amoroso cuidado. El apóstol Pedro era una «caña cascada» cuando negó al Señor. ¿Cómo podía ese hombre luego llegar a ser un líder reconocido en la iglesia primitiva? La respuesta está en el ministerio del Señor que cuidadosamente restauró a Pedro y le dijo: «Apacienta mis ovejas».”
Cañas cascadas, cañas golpeadas. Despreciados muchas veces por los miembros de las congregaciones, porque no son personas alegres, porque no logran construir matrimonios estables, porque no consiguen mantenerse en el trabajo, porque caen en adicciones, en depresión, porque intentan suicidarse, porque les cuesta estudiar… “cristianos de segunda o de tercera”, dice Luis Echeverría. “Pábilos humeantes” decía Isaías.
¿Qué hubiera sido de la vida de Pedro, o de Mateo, si no hubieran estado dispuestos a dejarlo todo por seguir ese llamado que cordialmente (amorosamente diría) los invitó a seguirlo?
Tengo que decir algo más, y esto también desde mi transitar, desde mi propia experiencia personal en mí y en muchos otros sufrientes.
Esta actitud fría e indiferente al dolor que muchos líderes religiosos y congregaciones terminan asumiendo, está basada muchas veces en el miedo ya que no saben qué hacer para ayudar.
Excusándose en ese miedo e inseguridad, terminan diciendo: “yo no soy psicólogo, ministro al Espíritu Santo y es Él el que sana”.
Vemos entonces a estas personas, pábilos humeantes, pasar a buscar ministración una y otra vez cada domingo. Se les enseñó que ese era el camino hacia la sanación, hacia el fin de esos problemas que la agobian.
Consciente o inconscientemente, tanto el pastor ministrante de la oración como el feligrés que pasó al frente a buscar ayuda, están esperando el milagro que resuelva todo.
Y en ojos de Dios, el concepto de milagro no siempre tiene el mismo aspecto, no siempre se resuelve en la forma en que esperamos. Él reconoce la necesidad y el padecimiento, pero también sabe en cada caso cuál es el camino adecuado para conducir a esa persona a la vida plena, para levantar la caña quebrada.
El psicólogo argentino Gustavo Bedrossian publica semanalmente un correo electrónico que difunde por internet, que llama “lunes otra vez”. (1). En el que corresponde a esta semana en que escribo este artículo, Gustavo difundió algo que creo que viene a aclarar un poco más qué es lo que siento que Dios quiere decirnos a ti y a mí hoy. Le pedí permiso para publicar una parte del texto de ese news letter:
Para quienes no conocen a Harold Kushner, les comento que es un rabino, quien en 1981 escribió “Cuando la gente buena sufre”. Afirma que este libro lo escribió, entre otras razones, para superar la muerte de su hijo Aarón, fallecido a sus catorce años. El mencionado rabino ha escrito varios libros exitosos, pero sin lugar a dudas, este libro tiene un peso distinto, por su tremenda experiencia personal. (…) No siempre se dan las cosas como queremos y Kushner tiene autoridad para hablarnos en relación al tema:
“La gente me pregunta con frecuencia si creo en los milagros. Por supuesto que creo. Pero algunas veces debemos mirar con mucha atención para verlos porque no siempre adoptan la forma que estábamos esperando. Cuando los padres de un niño sumamente enfermo rezan por una recuperación milagrosa, cuando los tíos y tías y abuelos y miembros de su iglesia o sinagoga se unen a sus oraciones, y el niño muere, ¿debemos llegar a la conclusión de que no hubo milagro? ¿De que nuestras plegarias no fueron escuchadas? En realidad, quizá sí hubo un milagro, después de todo. El milagro no fue que el niño sobreviviera; algunas enfermedades son incurables. Tal vez, el milagro fue que el matrimonio de sus padres sobrevivió, a pesar de las tensiones que inflige la muerte de un hijo en un matrimonio. El milagro puede ser que la fe de la comunidad sobreviva aún después de comprobar que en este mundo los niños inocentes enferman y mueren. Cuando vemos que la gente débil se vuelve fuerte, que gente tímida se vuelve valiente y que gente egoísta se vuelve generosa, sabemos que estamos presenciando un milagro”.
¡Gracias Kushner! Nos recordaste que los milagros no siempre llegan del modo esperado.
Aquí quedaría la incognita de ver otro milagro y seguir leyendo.
3)
Final y reflexión
Esta semana conversaba con una paciente que hace poco tiempo perdió un embarazo. Está transitando un lógico proceso de dolor y enojo. No hay que apurarla para que ya mismo se sienta bien. Viene bien encaminada. A su tiempo lo superará. Pero hubo algo en su relato que bendijo mi vida: el acompañamiento de una amiga que tiene en la iglesia. Todo lo que su amiga ha hecho, que no es poco, no le devolverá la vida de su hijo. Pero allí está un tipo de milagro de los que nos habla Kushner: el milagro del amor que brinda una comunidad sanadora.
Estas cosas que hace Dios, y que muchas veces en nuestra ignorancia terminamos atribuyendo a la casualidad, son las que tomo como confirmación de que tengo que seguir adelante con el proyecto de este artículo. El mensaje de Gustavo creo que “llegó justo” y pone el broche, trae la claridad, define lo que vengo tratando de compartirte. Él cita al rabino Kushner, quien habla en su libro de “cañas quebradas y pábilos humeantes”, y de cuál debiera ser la actitud de la comunidad espiritual a la que pertenecen, para restaurar, copiando la actitud de aquel Maestro de hace 2000 años. La actitud que fue justamente la que supo que tendría Isaías, cuando profetizó en el texto que hoy encabeza la reflexión.
Gustavo termina su relato hablando del “milagro de amor que brinda una comunidad sanadora”.
¿Está nuestra comunidad espiritual dando la contención necesaria para que las cañas quebradas se enderecen? ¿Reaccionamos con la empatía que el otro necesita?
--Acá cabría y te covendría hacer un comentario breve extra acerca de lo que realmente es empatía y como la practicó Jesús.
El otro día prediqué en la Iglesia acerca de la empatía de Jesus y me dí cuenta que muchos no saben que es y no le dan la real importancia que tiene practicarla.
Si este domingo miras a tu alrededor, seguramente el Señor te mostrará varias “mechas humeantes a punto de apagarse”. ¿Serás tú quien reavive la llama? ¿O te quedarás en la comodidad del lugar que ocupas en el templo?
Una actitud u otra por tu parte, además de marcar la diferencia en el sufriente a tu lado, es también la que marcará tu decisión de actuar como discípulo de aquel que Isaías refleja como que
“Éste es mi siervo, a quien he escogido, mi amado, en quien estoy muy complacido”
Como suelo decir en el final de estas reflexiones, la decisión está en tus manos.
Hermano, no quiero decir que lo hagas de esta forma, esto es solo una sugerencia.
Personalmente despues de ver personalmente como reaccionan las personas ante lecturas muy largas, y comprender porque cierran el libro sin terminar la lectura, yo misma he dividido mis escritos y les he dado otra forma más agil. Esto no hace que lean menos sino que logra que sigan hasta el final sin cansancio.
Gracias por tu respecto y confianza, teniendo vos mucha experiencia en escribir, así que me siento como atrevida al comentarte esta idea , decime que pensás de este comentario.
Continuaré leyendo tus estudios, cariños a Adriana, me interesa saber que piensas de esto que te digo aqui.
Araceli