El Punto de la Corona
Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al palacio… Le quitaron la ropa y le pusieron un manto de color escarlata. Luego trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la cabeza (Mateo 27:27-29)
A través de la Escritura las espinas simbolizan, no el pecado, sino la consecuencia del pecado (Génesis 3:17-18; Números 33:55; Proverbios 22:5). El fruto del pecado es espinas. Púas, lancetas afiladas que cortan.
Pongo especial énfasis en las espinas para decirle algo en lo cual quizás nunca había pensado: Si el fruto del pecado es espinas, ¿no es la corona de espinas en las sienes de Cristo un cuadro del fruto de nuestro pecado que atravesó su corazón?
¿Cuál es el fruto del pecado? Adéntrese en el espinoso terreno de la humanidad y sentirá unas cuantas punzadas. Vergüenza. Miedo. Deshonra. Desaliento. Ansiedad. ¿No han quedado nuestros corazones atrapados en estas zarzas?
No ocurrió así con el corazón de Jesús. Él nunca ha sido dañado por las espinas del pecado. El nunca conoció lo que tú y yo enfrentamos diariamente. ¿Ansiedad? ¡Él nunca se turbó! ¿Culpa? Él nunca se sintió culpable. ¿Miedo? Él nunca se alejó de la presencia de Dios. Jesús nunca conoció los frutos del pecado… hasta que se hizo pecado por nosotros.
Cuando tal cosa ocurrió, todas las emociones del pecado se volcaron sobre él, como sombras en una foresta. Se sintió ansioso, culpable, solo. ¿No lo ves en la emoción de su clamor?: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt 27:46). Estas no son las palabras de un santo. Es el llanto de un pecador.
Esta oración es una de las partes más destacadas de su venida. Pero aun puedo pensar en algo todavía más grande. ¿Quieres saber qué es? ¿Quieres saber qué fue lo más maravilloso de Aquel que cambió la corona de los cielos por una corona de espinas?
Que lo hizo por ti. Sí, por ti.
Extracto del libro “3:16. Los Números de la Esperanza”
Por Max Lucado