Los de afuera son de palo
Me acordaba días atrás que en mi hermosa y añorada época del colegio secundario los alumnos teníamos abundante cantidad de horas libres, originadas en huelgas docentes o en profesores que no iban a trabajar por diversos motivos. Como ves, estas situaciones que hoy vive la educación en latinoamérica no son nuevas, ya que estos recuerdos de mi adolescencia tienen alrededor de 40 años.
Pero había algo especial en aquellas horas libres. Eran tan frecuentes que el personal del colegio secundario nos permitía salir a la calle cuando el clima lo permitía con el compromiso de volver al finalizar la hora.
El colegio quedaba a 6 cuadras de la plaza de Barrancas de Belgrano, en Buenos Aires. Este espacio verde de varias manzanas es un hermoso lugar con un suelo naturalmente desnivelado ya que en la época de la colonia el agua del Río de la Plata llegaba a bañar estas tierras. Hoy se ha ido ganando espacio, por lo que la orilla del mismo se encuentra a unos 5 km. Este espacio verde tiene mucho cesped y árboles añosos, algunos centenarios, con un follaje abudante.
En una de las esquinas de aquella tradicional y muy antigua plaza de Buenos Aires había entonces y todavía hoy se conserva igual, un antiguo ombú. Supongo que los habrás visto aunque sea en fotografías. Se trata de una planta imponente. En realidad no es un árbol sino un arbusto de enormes proporciones, de modo que su tronco es de madera esponjosa y blanda. Contiene grandes cantidades de agua, lo que le permite sobrevivir en el entorno de escasas lluvias. Crece rápidamente, y es inmune a buena parte de los insectos gracias a su savia tóxica. Su nombre es una voz indígena guaraní que significa “sombra”. Tiene sus raíces parcialmente fuera de la tierra y sus ramas son tan largas y cubiertas de hojas que muchas veces los cuidadores tienen que ponerles parantes de madera para que no se quiebren por su propio peso. Son realmente hermosos y enormes; cubren con su sombra un espacio de muchos metros cuadrados.
El ombú que está en la plaza que te menciono debe seguramente tener alrededor de 100 años de vida. Debajo de él instalaron una veintena de mesas de cemento pegadas al piso con bancos del mismo material. Y en la superficie de las mesas, hechos con azulejitos de dos colores distintos, construyeron tableros de ajedrez.
Allí se reunen aún hoy diariamente muchos jubilados a jugar cartas, dominó, dados o simplemente a leer el diario y pasar la tarde. También oficinistas que aprovechan la hora de almuerzo, y nanas que sacan a pasear al bebé de la familia donde trabajan.
En los años 70 el ajedrez se había puesto muy de moda, por la difusión masiva que le dieron jugadores internacionales como Bobby Fischer, el gran maestro de ajedrez, campeón mundial entre 1972 y 1975. (Coincidente con los últimos años de mi secundario). Probablemente te acuerdes si son un joven de mi edad. Obtuvo el título máximo del ajedrez mundial al vencer al soviético Boris Spassky en el denominado «El duelo del siglo».
Como muchos otros adolescentes de la época, aprendí a jugar este juego de estrategia entusiasmado por la enorme difusión que se le dio a este deporte a partir de estos encuentros internacionales. La plaza de Barrancas de Belgrano, y el añejo ombú eran el lugar ideal en las bellas mañanas de primavera y nos juntábamos en las horas libres a jugar ajedrez con un amigo de la escuela.
Como había mucha gente ociosa, siempre que jugábamos nos rodeaban por lo menos cuatro o cinco personas que observaban el desarrollo de la partida.
Y lógicamente comenzaban a hacer comentarios entre ellos sobre la mejor jugada a realizar, o el error de la movida ya realizada.
Los más atrevidos hasta se animaban a opinar, aconsejando al jugador sobre la pieza que tenía que mover. Se terminaban armando muchas veces discuciones que impedían a quienes jugábamos concentrarnos en la partida.
Estos debates iban creciendo hasta que uno de nosotros decía “los de afuera son de palo”. (De madera, sin vida… como si fueran estatuas de tamaño natural de, modo que no podían opinar ni abrir la boca).
Era fácil opinar desde afuera, desde un lugar que no comprometía el éxito o el fracaso.
En un mensaje de correo electrónico enviado años atrás por Cristian Franco desde Buenos Aires, hacía un relato similar pero con otro deporte:
“El equipo hacía todo lo posible por alcanzar la victoria, pero al momento no lograba cambiar la situación. Faltaba muy poco para terminar el último partido del campeonato y los contrarios ganaban por tres puntos.
La tensión en el estadio era tremenda. Los aficionados que seguían la competencia desde las gradas no podían dejar de gritarles a los jugadores para que mejoraran el rendimiento. Aunque al principio habían comenzado con cantos de alegría y aliento, ahora usaban todo tipo de insultos para desahogar su enojo por la derrota que se tornaba más evidente con cada segundo que transcurría.
¡Finalmente no había más remedio! El referí hizo sonar el silbato indicando que el juego había llegado a su fin. Mientras los vencedores se abrazaban y celebraban la victoria, los perdedores abandonaban cabizbajos el campo de juego, acompañados por los silbidos de reproche que llegaban desde las gradas.
Cuando un periodista le preguntó a uno de los atletas qué pensaba acerca de los insultos y las críticas de los simpatizantes de su club, dijo en pocas palabras: -“Entiendo lo que sienten, pero hay que estar en la cancha para saber lo que se vive”.
“Hay que estar en la cancha” decía aquel jugador. Con otras palabras pero el mismo significado que con aquellos recuerdos de jornadas de ajedrez en mi adolescencia.
Esta forma de actuar es bien “argentina”. Los habitantes de otras naciones saben que somos un país de “opinólogos”, de gente que opina acerca de todo, pero nunca se compromete con nada. Como sociedad daría la impresión que somos personas que preferimos ser espectadores – ver, criticar y comentar – antes que convertirnos en protagonistas.
¿Cómo se lleva este estilo de convivencia con nuestra fe cristiana?
¿Qué es lo que nos pide Jesús?
¿Será que tendremos que mirar las cosas que suceden a nuestro alrededor sin comprometernos? ¿Simplemente como espectadores?
1Juan 3:16 al 19 En esto conocemos el amor: en que El puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?
Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. En esto sabremos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de El.
No, el apostol Juan nos dice que definitivamente hemos sido llamados a ser protagonistas. A involucrarnos. A salir de nuestra comodidad para ir en ayuda de aquel que nos necesita.
Muchas veces la realidad del que con palabras o con su actuar está necesitando que extendamos la mano, no es la mejor. Tendremos la tendencia a criticar lo que vemos en nuestro prójimo y hasta a pensar: “está así porque no actuó bien”
Sin embargo el modelo de Cristo no es ese. Él nos muestra que debemos comprender en lugar de criticar. Extender nuestra mano aunque con eso terminemos sucios del mismo barro donde el que la recibe está enterrado hasta el cuello.
“Los de afuera son de palo” dice el dicho popular.
He cometido muchísimos errores al juzgar al otro, al tratar de interpretar su realidad viéndola con mis ojos. Por querer mirarla de afuera sin meter las manos en la masa e involucrarme.
Pero además hemos sido llamados a ser como el ombú. Tenemos el privilegio de estar preparados para dar cobijo. Estamos llenos del agua del Espíritu Santo, lo que nos da la oportunidad de sentirnos fuertes y bien alimentados aún en épocas de sequía espiritual.
Es imposible que el enemigo pueda hacernos daño, porque la sangre que circula por nuestras venas espirituales está formada por sustancias que le son espiritualmente tóxicas.
No temamos, porque nada ni nadie puede dañarnos si estamos en Cristo. Animémonos a dar sombra, a dar cobijo, a proveer clima de humedad necesario para que las semillas fertilicen.
Pero además miremos a nuestro alrededor con ojos sensibles para percibir la realidad del otro. Para ver qué es lo que realmente necesita.
Involucrémonos en sus vidas. Hemos sido construidos con raíces fuertes, de modo que ningúna tormenta puede arrancarnos de la buena tierra donde hemos sido plantados.
¿a qué temeremos?
Vamos amigo. Arremangate las mangas de la camisa, dejá la corbata guardada en el bolsillo por un rato y pone tus manos en la obra porque hay muchas vidas que pueden salvarse. Muchas realidades que pueden cambiar. Mucha miseria que puede ser revertida, transformada en bendición.
Santiago 2:1-4, 8-9 “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tu aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?...Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores”
Vos me podés decir que no hacés acepción de personas. Que no te interesa si sin ricos o pobres. Pero esta no es la única forma posible de discriminar. La realidad del otro puede ser bien distinta de la nuestra. Puede dejar mucho que desear si lo queremos filtrar con el modelo cristiano… pero justamente por eso es que Jesús se acercó a nosotros, para que seamos agentes de transformación en un presente que es posible que deje mucho que desear y una sociedad que se corrompe lentamente porque la gente se está olvidando de mirar al Cielo, de pensar en Dios.
2Corintios 5:15 y 16 “y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de ahora en adelante ya no conocemos a nadie según la carne; aunque hemos conocido a Cristo según la carne, sin embargo, ahora ya no le conocemos así”.
HECTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
www.puntospacca.net
(el mensaje de correo electrónico que menciono me fue enviado en el año 2009 por CRISTIAN FRANCO. Él administra además el sitio web www.cristianfranco.org)