Buscando restaurar el quebranto de mi corazón
Nazaret tiene hoy alrededor de 60.000 habitantes, de los cuales un
tercio son cristianos y el resto musulmanes.
Seguramente hace 2000 años, esta ciudad hoy llena de importancia porque
prácticamente toda la vida privada de Jesús se desarrolló allí y tiene un valor
clave para la explotación turística, sería solamente un pequeño pueblito de
montaña al sur de Galilea habitado por un100% de la población judía.
En mis viajes por la Patagonia argentina descubro muchos sitios así. No
ofrecen ningún interés turístico y están ubicados en regiones de estepa,
desérticas. Los he visitado por distintas razones a lo largo de más de 30 años
y no hay crecimiento significativo, ni en población ni en edificaciones, de
modo que tienen una vida tranquila donde todos se conocen. Allí, a 300 metros,
la casa del maestro de la escuela. A la vuelta la comisaría. En el centro de la
población la plaza cívica, donde está el municipio (muchas veces la sociedad de
fomento, que no llega a tener entidad municipal) y el templo católico que se
convierte en un lugar que centra la atención de la gente en las celebraciones
religiosas. Todos se conocen, nadie sabe el nombre de las calles porque no es
necesario, y se viven todas las situaciones habituales de un pequeño pueblo.
También me viene la imagen del pueblo calabrés (en el sur de Italia)
donde nació mi padre y vivió hasta los 10 años a comienzos del siglo XX.
También un lugar perdido en las estribaciones montañosas de la región, que
servía de concentración comercial para los pobladores rurales, que concurrían a
la plaza central a vender sus productos o canjearlos por los que otros
ofrecían. Mi padre me decía que en sus recuerdos de infancia el domingo era
marcado como importante porque ese día usaba zapatos, para ir a la plaza y a la
reunión dominical en la iglesia (el resto del tiempo andaba a pies descalzos
por las laderas montañosas de la aldea).
Pero
vuelvo al siglo I, allá en los escalones
meridionales de los Montes del Líbano y a 23 km al oeste del mar de Galilea.
En aquella Nazaret de entonces, un día de celebración en el templo equivalente
a lo que para nosotros sería un domingo, en el momento de compartir la Palabra
el rabino que conducía llamó a un joven del pueblo, hijo de un carpintero artesanal
y conocido por sus vecinos porque había seguramente más de una vez hecho algún
trabajo en sus casas.
No había demostrado ninguna cualidad especial, por lo que fue convocado.
Seguramente provenía de una buena familia y preparación en la escuela rabínica
equivalente a nuestras escuelas de formación bíblica para niños y jóvenes.
El anciano seguramente lo llamó por su nombre, porque en ese pueblito
todos se conocían y amablemente le pidió que leyera una porción de la
Escritura.
A partir de aquí te dejo en manos de Lucas el relato, para que sean sus
palabras las que continúen:
Lucas
4:16 al 21 Vino a
Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme
a su costumbre, y se levantó a leer.
Y se le dio el
libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde
estaba escrito:
El
Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a
pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; a poner en libertad a
los oprimidos;a predicar el año agradable del Señor.
Y enrollando el
libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga
estaban fijos en él.
Algo especial estaba pasando pero nadie podía definirlo con palabras. Se
hizo un gran silencio y había mucha expectación. El Espíritu Santo había
inundado el lugar. Todos los presentes centraron su mirada en Él, dice Lucas.
Sabiéndolo, el joven
comenzó a decirles:
Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.
He
tratado por años de figurarme el momento, de graficarlo en mi mente para
imaginarme que esto sucediera en una reunión dominical en mi congregación. No
sé si lo logro en la plenitud en que sucedió, pero quiero decirte que la
emoción me embarga y puedo volver a sentir como seguramente sucedió entonces,
que algo sobrenatural estaba sucediendo.
También
puedo ver los rostros de los maestros de la ley, de los rabinos, de los levitas
y fariseos presentes. Alguien estaría a punto de desgarrarse las vestiduras.
“¿Qué
está diciendo este joven?”
Este
texto del rollo del profeta Isaías se cumpliría únicamente cuando llegara el
Mesías prometido por Dios y esperado por el pueblo de Israel durante milenios.
Casi resultaba absurdo que este muchacho veinteañero del barrio se atribuyera como
escritas para sí mismo estas palabras sagradas.
Imaginate
que esto pase en tu iglesia este domingo próximo. ¿Qué dirías? ¿Qué diría el
sacerdote o pastor?
Es
bueno reconocer que tras la muerte y resurrección de Cristo, estas palabras
tienen plena vigencia hoy. Jesús hoy sigue poniéndose de pie frente a ti en
este momento para decirte que Él te ha buscado especialmente para traer sanidad a tu corazón, liberarte de la cárcel espiritual donde
estás encerrado, anunciarte con una sonrisa plena que a partir de hoy la
puerta de esas gruesas rejas está abierta y que estás a un paso de la tan ansiada libertad.
Igual
que entonces en la villa de Nazaret, frente a mí y frente a vos en este momento
el Mesías anuncia el comienzo de un tiempo de bienaventuranza para nuestras
vidas.
Si,
Jesús está aquí para anunciarte un tiempo nuevo, de bendición y renovación para
tu vida.
Posiblemente
te preguntes de qué rejas estoy hablando…
En
muchas oportunidades, compartiendo el mensaje de predicación en una comunidad
cristiana o compartiendo este pasaje a través de medios de comunicación
pregunté a los oyentes quién de los presentes podría levantar su mano si
preguntara si están sufriendo de alguno de estos problemas:
·
Trastornos de sueño. Insomnio o pesadillas recurrentes.
·
Irritabilidad, inestabilidad emocional. Cambios bruscos de
comportamiento. Agresividad.
·
Problemas con la autoestima.
·
Conductas obsesivas.
·
Depresión.
·
Aislamiento de amigos y familia.
·
Desprecio por lo relacionado al sexo o promiscuidad y desenfreno.
·
Rechazo a los lugares donde hay mucha gente.
·
Comportamiento suicida, Autoagresión
·
Reiterados fracasos en las relaciones de pareja
·
Un vínculo con Dios que parece “estancado”, paralizado en un punto del
que no avanza.
·
Paciente de enfermedades “raras” que siempre cuesta diagnosticar, y que
a menudo reflejan síntomas que no denuncian alguna parte del cuerpo enfermo.
·
Desconfianza, que parece ser mayor cuanto más cerca afectivamente está
la otra persona.
·
Estrés que no se asocia en apariencia a cuestiones externas.
¿Cuántos
levantarían la mano? Cuando se trataba de oyentes presenciales de a poco uno
tras otro se ha ido animando… siempre son muchos. Más de tres cuartas partes de
los feligreses.
Nuestras
comunidades cristianas no son una isla. Lo que encontramos en ellas es un
reflejo de lo que es la sociedad. De modo que si esta misma pregunta pudiera
repetirse en cualquier otro ámbito, la reacción de los interrogados sería
seguramente similar.
Basta con ver a los
sufrientes arrastrando sus pesadas mochilas en la espalda. Algunos se
acostumbraron a su peso y a andar doblados por la vida… pero otros se resisten,
no quieren ya seguir soportando esta infelicidad, esta falta de paz interior. Claro
que el cuerpo termina pasando factura, porque no somos de hierro. Surgen así
esas enfermedades que los médicos llaman “psicosomáticas”. Somos una integridad
cuerpo-alma-espíritu. Lo que nos pasa en un área también enferma la totalidad
de nuestro ser.
Cuando sufrimos nos
sentimos frustrados, hasta avergonzados por no ser capaces de construir
felicidad.
Es muy probable que
al igual que el 90% de los latinoamericanos, te reconozcas una persona de fe.
Reconocés la existencia de un Dios todo poderoso, en el que has creído y
probablemente en el que has sido formado de niño.
También es
estadísticamente muy probable que los hombres y mujeres que debieron tutorearte
y acompañarte en tu caminar de fe, te hayan defraudado, lastimado o simplemente
no hayan estado preparados para dar respuestas a tus necesidades. Hablo de
estadísticas porque muestran que así como 9 de cada 10 latinos nos reconocemos
como personas de fe, también alrededor de un 70% no practican el credo en el
que tradicionalmente han sido formados. No se congregan, asisten a alguna
ceremonia religiosa para Navidad o Pascuas, o cuando un pariente se casa.
No los juzgo a los
clérigos, no te juzgo a vos, y reconozco que a mí me pasó lo mismo. Pastores y
líderes que tienen la mejor intensión, pero que ellos mismos habían sido
criados de niños y luego formados en la escuela del “de eso no se habla”.
Consciente de tu padecer porque también he
pasado por lo mismo, te escribo o te hablo hoy para decirte que ese Jesús en el que creíste es real,
y está vivo hoy a tu lado, tratando de ayudarte. Los hombres te vendieron
interferencia y distorsión, dogmas y normas humanas que te decían que para
llegar a Jesús tenías que hacer “este o
aquel caminito”.
Sé también que les hiciste caso una y otra vez,
para terminar dándote de narices con la realidad de que no llegaba a ningún lado.
Sin embargo, querida amiga, querido amigo, quiero
desafiarte a creer una vez más. Pero ya no en tal o cual religión. Ya no en
intentos humanos que por mejor bienintencionados que sean, es posible que no te
satisfagan.
Es que ese Jesús, que hace dos mil años se
paró en el templo a leer la profecía de Isaías pronunciada 700 años antes
anunciando su venida, ese Jesús que testimoniaba venir al mundo a traer alivio
a los sufrientes, paz en el corazón de los oprimidos, apertura de la visión
espiritual para nuestra ceguera, ese mismo Jesús hoy está dispuesto a poner su
mano sobre tu hombro en este mismo día y
en este mismo momento en que leés o escuchás, para decirte:
YO TE
SANO.
YO TE
LIBERO.
YO TE
CUIDO.
Quiero desafiarte a creer una vez más. Pero ya
no en religiones de hombres bienintencionados, ya no en dogmas escritos por
personas que intentaban construir torres para llegar hasta Dios.
Es al revés, este Jesús fue bautizado por el
Padre como “Dios con nosotros”. Él vino hasta mí, Él vino hasta vos
especialmente, con tu nombre en su pensamiento. Él está pensando en vos y
solamente en vos en este mismo momento que te escribo, y que me lees.
¿Qué
vas a hacer?
Creo que en tu situación no tenés nada que
perder. Y seguramente mucho que ganar. Y te prometo en Su bendito Nombre, que
no te va a defraudar.
Te animo, te comprometo, te impulso a tomar
una decisión por Jesús. Y quiero decirte que a Él no le importa qué quieras
dejar atrás. Ni qué traes en la pesada valija de tu vida. Lo único importante
es que estés dispuesto a soltarla ahora y para siempre.
Él te devolverá la paz que necesitás.
Él restaurará tu matrimonio.
Él te permitirá salir de tus adicciones.
Él traerá sanidad a tu cuerpo.
Él traerá las respuestas a tu corazón, que no
has encontrado en ningún hombre.
¿Cuál
es el camino para llegar hasta ese Joven de Nazaret?
Un corazón arrepentido y dispuesto a cambiar
de rumbo, y la decisión de apostar el todo por el todo por Él, hasta hacerlo lo
más importante en tu vida.
Vuelvo a preguntarte, ¿qué tenés para perder?
Si estás dispuesto, quiero invitarte a que
donde estés leyéndome o escuchándome, puedas hacer tuya la oración que una vez
yo hice:
Jesús, te he estado buscando desde que era un niño, pero no sabía cuál era
el camino para llegar hasta Vos.
Ahora sé que también me buscabas, y hasta puedo reconocer las muchas
personas que pusiste a mi alrededor como tus mensajeros. Todos ellos mujeres y
hombres de Dios que venían a traerme tus palabras.
Aprendí también que no estás buscando que me asocie a ninguna religión,
sino que esté dispuesto a entregarme por entero a Vos. Y lo estoy, ahora
mismo, en este lugar.
Te pido perdón porque hice muchas cosas equivocadas, cosas que lo único
que hacían era alejarme de Vos cada día más. Estoy arrepentido, quiero cambiar,
y te pido que aumentes mi fe y mi fortaleza para que estos cambios lleguen.
En este día, te acepto como mi Salvador y Señor de mi vida. Sé que un día,
hace dos mil años, entregaste Tu vida para este momento único y especial.
Me entrego, Señor. Te lo doy todo, no quiero quedarme con nada. Acepto
todo ese Amor que tenés para darme.
Amén.
HÉCTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
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