¿Dónde
está la estrella?
Mateo 2: Después de que Jesús nació en
Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, llegaron a Jerusalén unos sabios
procedentes del Oriente.
2 —¿Dónde está el que
ha nacido rey de los judíos?—preguntaron—. Vimos levantarse su estrella y hemos
venido a adorarlo.
3 Cuando lo oyó el
rey Herodes, se turbó, y toda Jerusalén con él. 4 Así que
convocó de entre el pueblo a todos los jefes de los sacerdotes y maestros de la
ley, y les preguntó dónde había de nacer el Cristo.
5 —En Belén de
Judea—le respondieron—, porque esto es lo que ha escrito el profeta:
6 »“Pero tú, Belén, en la tierra de Judá, de ninguna manera
eres la menor entre los principales de Judá; porque de ti saldrá un príncipe
que será el pastor de mi pueblo Israel.”
7 Luego Herodes llamó
en secreto a los sabios y se enteró por ellos del tiempo exacto en que había
aparecido la estrella. 8 Los envió a Belén y les dijo:
—Vayan e infórmense bien de ese niño y, tan pronto como
lo encuentren, avísenme para que yo también vaya y lo adore.
9 Después de oír al
rey, siguieron su camino, y sucedió que la estrella que habían visto levantarse
iba delante de ellos hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. 10 Al
ver la estrella, se llenaron de alegría. 11 Cuando llegaron a
la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron.
Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra. 12 Entonces,
advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por
otro camino. [1]
Esos hombres, seguramente acompañados por sus esposas y
sus servidores, formaban un séquito visible a ojos de cualquiera que habitara
Jerusalén. Seguramente vestirían ropas
exóticas, llevarían esclavos cuyas facciones y posiblemente color de piel los
delataban como que venían de tierras lejanas.
¿Eran personas de fe?
Tenían probablemente sus dioses, pero eran científicos,
observadores de los movimientos cósmicos, y sin duda se vieron sorprendidos
ante la aparición de un astro en el firmamento que no había estado el día
anterior. Una señal de que algo
extraordinario acababa de suceder, un hecho que era tan importante que el cielo
lo marcaba para que todo aquel que tuviera la sensibilidad de ver y entender,
pudiera ser parte de aquello que venía a cambiar la historia conocida.
Los sabios de oriente no conocían la fe judía ni sus
tradiciones, pero tenían absolutamente claro que esa señal estelar mostraba el
camino hacia el recién nacido soberano de un país que ellos habían conocido en
todo su esplendor. Sí, conocían al Dios de ese pueblo, sabían que era el Dios
que había levantado a David y a Salomón, pero que también ante la desobediencia
y la idolatría había castigado la arrogancia y omnipotencia de sus habitantes
llevándolos a la división, esclavitud y al sometimiento utilizando los pueblos
de oriente como instrumentos.
Esa Jerusalén milenaria, capital del reino de los
seguidores del poderoso Jehová de los ejércitos, sería a ojos de estos
visitantes orientales nuevamente testigo y albergue de un poderoso monarca que
traería liberación y la oportunidad de renacimiento del reino de los hebreos.
Y como era costumbre, ante la presencia de un soberano al
que temían (porque era poderoso a tal punto que una señal del cielo mostraba su
nacimiento) fueron a ofrecer ofrendas de paz, de modo que cuando él creciera y
asumiera su monarquía no trajera la destrucción de sus propios reinos.
Llegaron a Jerusalén y se presentaron ante el gobernador romano
de aquellas tierras, quien se conmovió en gran medida, igual que toda la corte
y miembros del poder político.
Herodes tampoco sabía mucho de la religión y tradiciones
de los judíos, así que consultó a los sacerdotes y fariseos, quienes le
informaron que el pueblo anunciado 400 años antes era Belén.
Creo ahora que escribo, que aquellos que conducían
espiritualmente al pueblo hebreo, seguramente habían tenido en ese momento
también una señal difícil de ignorar. El Mesías anunciado por los profetas
comenzaba a manifestar su llegada, cumpliendo las escrituras sagradas. La estrella
era una señal, Belén era una señal, los magos de oriente también.
Vivo en una región de la Patagonia Argentina con una
bajísima densidad poblacional. Hay por citar un ejemplo, un pueblo llamado
Hipólito Irigoyen en el noroeste de mi provincia, que mantiene una población
estable que no supera las 250 personas.
Un poco más chica era la Belén del siglo 1. Los
historiadores la mencionan como una aldea de alrededor de 100 habitantes
ubicada a unos 10 km de Jerusalén. Tenía importancia porque allí había nacido
mil años antes el que fue luego el rey David (1 Samuel 16:1-4) y porque los
profetas habían anunciado también que en ella nacería el Mesías:
“Pero tú, Belén
Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que
será Señor en Israel;” (Miqueas 5.2–4)
Te invito a imaginarte que en un pueblo tranquilo como
ese, donde todos se conocen, aparezca una caravana de extranjeros con sus ropas
exóticas, sus camellos. Seguramente además de adorar al nuevo rey (¡en un
establo!), habrán tomado contacto con los pobladores para comprar víveres, pernoctar,
alimentar a sus animales…
¿Qué hacen ustedes aquí? Les preguntarían los nativos. “Vinimos siguiendo una estrella, una señal en
el cielo, que nos muestra el nacimiento de un rey para vuestro pueblo”.
¿Puede un hecho así pasar desapercibido?
¿El seguramente frecuente tránsito de mercaderes entre
Belén y la cercana Jerusalén no habrá llevado las noticias de la aldea?
La historia no relata mucho más sobre los sabios de
oriente, pero en estos días pasados una pregunta que no era mía vino a golpear
fuerte en mi corazón, trayendo aquel acontecimiento relatado por Mateo en el
principio de su Evangelio hasta el presente.
Es que hoy, miles de millones de personas en el mundo
esperan también una señal. No llevan
vidas plenas, no se sienten satisfechos con su presente. Saben por ejemplo que
esta navidad con minúsculas que nos vende el consumismo y la globalización no
puede ser todo lo que hay. Saben que esta tradición que se festeja año a año
tiene un significado profundo, fue una señal de cambio de giro en la historia
del hombre. A tal punto que el tiempo cronológico del calendario comienza a
contarse a partir de aquel nacimiento de hace 2000 años.
La mayor parte de ellos no son creyentes, y si alguna vez
lo fueron hoy no ejercitan ni viven de acuerdo a los preceptos de su fe,
posiblemente engañados por hombres y mujeres que intentaron guiarlos en un
camino que no conducía a ningún lado.
Estas personas hoy, ante la proximidad de la fecha de
Navidad, hoy están buscando una señal de los tiempos. Insatisfechos con sus vidas vacías, gritan con
sus miradas, con sus manos abiertas, con sus familias golpeadas por el sin
sentido del presente: “¿DÓNDE ESTÁ LA
ESTRELLA?”
¿Buscan una estrella en el cielo? No lo saben. Ellos
tampoco creen en “los reyes magos”, más allá de que cumplirán con el ritual del
regalo al lado de los zapatos en el amanecer del 6 de enero.
No, tampoco les sirve esperar una estrella. Si apareciera
sería seguramente interpretada rápidamente como un fenómeno científico, y el
esoterismo de los astrólogos encontraría alguna conjunción de astros que
mostrara no sé qué…
Tampoco eso los llenaría. Tampoco eso traería lo que
están necesitando.
Miles de millones, hoy esperan una luz de esperanza. Una
señal, que les traiga alivio a sus presentes confusos y grises. En su oscuridad
espiritual y emocional, han tratado de llenar ese hueco en el pecho que tanto
incomoda con placebos… comida en abundancia, reuniones multitudinarias
familiares que incluyen a aquel a quien no quieren ver y con quien levantarán
la copa a las 12 de la noche sin sentirlo.
El alcohol correrá hasta perder la consciencia, drogas,
trasnochadas en lugares bailables donde aturdirse hasta el amanecer, orgías,
sexo desenfrenado. Evasión, huida.
Otros han intentado el aislamiento y la soledad, irse tan
lejos que ninguna celebración, ni artefacto de pirotecnia le recuerde que es 24
de diciembre… muchos incluso terminan intentando la muerte…
Para muchos en esta multitud de seres humanos, el corazón
está partido en dos, o en cuatro, porque en la celebración familiar habrá
sillas vacías ocupadas otrora por personas que no están físicamente hoy, o que
han partido y ya nunca van a estar.
Claro que podría seguir, pero vos que estás leyendo me
entendés. Dice el viejo refrán que a buen entendedor pocas palabras bastan.
Lo que yo vi hace unos días es a estos millones de
personas que miran al cielo buscando… ¡reclamando!
una señal que los impulse a seguir andando pese a sus miserias de hombres, pese
a la enfermedad, la soledad, la muerte, la pobreza, la pelea, el odio, las
deudas…
Y también pude ver aquellos a quienes no les falta nada
de todo esto. Y esperarán el 24 con una mesa opípara, donde no falte un plato
de entrada, principal y un buen postre, buenos vinos de esos que uno se da el
gusto una vez al año, luego el champagne
y las confituras de sobremesa. Tendrán también una mesa llena de sillas que
serán ocupadas por muchos seres queridos, una mesa con la radio encendida en un
costado donde se iniciará la cuenta regresiva para que a las 00,00 hs. Todos
comiencen a abrazarse diciéndose “felíz navidad”.
También ellos que aparentemente no necesitan nada, esperan
la señal, la estrella.
Claro que me dirás: “Héctor, esa estrella apareció
únicamente hace 2000 años, cuando Jesús encarnó en un bebito nacido de María”.
“Ya nadie puede verla hoy, es inútil que
la busquen”.
Cuando imaginé tu comentario porque también fue mío, me
conmoví hasta las lágrimas porque supe la respuesta que tenía que darte y que
darme: NOSOTROS, SEGUIDORES DE CRISTO, somos portadores de esa señal que el
mundo busca.
Nosotros somos los herederos, los portadores de “la
estrella que anuncia la llegada del Rey”.
Como seguidores de Jesús de Nazaret, llevamos en nuestra
alma la Señal que el mundo necesita y que iluminará a esa multitud de
buscadores, llevándolos hacia la Belén espiritual.
Somos los elegidos como guías que los lleven ante el
pesebre, para postrarse y adorar al Recién Nacido, al Salvador que vendrá a
traer una luz de esperanza para sus vidas.
¿Qué pasará si nos escondemos y no nos establecemos como
esos faros que la generación de este tiempo necesita?
¿Qué pasará si seguimos refugiándonos de nuestras
inseguridades y temores en la comodidad de nuestros templos?
Querido hermano en la fe, a nuestro lado hay:
·
Niños que necesitan saber que Navidad es algo
más que un gordo vestido de rojo y larga barba trayendo un regalo.
·
Jóvenes que ya no creen en fantasías de hombres,
y quieren saber si Jesús es real y realmente puede dar sentido a sus vidas.
·
Adultos que han trabajado y desgastado su salud
para acumular bienes materiales que terminan corroyéndose, desgastándose y
envejeciendo sin llenarlos como esperaban.
·
Ancianos que ven sus vidas apagarse y están
llenos de incertidumbre porque no saben qué pasará mañana cuando el corazón ya
no lata.
Te invito a que reflexiones conmigo sobre todo esto, en
este tiempo especial en que hacemos un balance también en lo espiritual.
Ustedes son la luz
del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni
se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone
en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar
su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes
y alaben al Padre que está en el cielo. (Mateo 5.14–16) [2]
Parafraseando respetuosamente la cita, creo que Jesús nos
está diciendo hoy a vos y a mí: “ustedes son la estrella que muestra la señal
que otros necesitan encontrar”. No se escondan, Hagan brillar esa luz delante
de todos, para que sepan que hoy también para ellos puede ser Navidad con
mayúsculas, Navidad en Cristo.
Dios te bendiga.
HÉCTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
[1]
International Bible Society. (1979). Nueva
Versión Internacional (Mt 2.1–12). East Brunswick, NJ: Sociedad Bíblica
Internacional.
[2]
International Bible Society. (1979). Nueva
Versión Internacional (Mt 5.14–16). East Brunswick, NJ: Sociedad Bı́blica
Internacional.