A tropel, cual ratoncillos tras el flautista, acuden con premuras a los abarrotados centros comerciales para, de forma casi autómata, adquirir cosas al parecer eleméntales y sin las cuales para ellos estos días no tendrían sentido.
Comprar compulsivamente, obtener hoy para pagar mañana, gastar y gastar y así satisfacer la irrefrenable demanda de felicidad.
Un año más queda La Navidad queda eclipsada por una “supuesta navidad” consumista, un entramado juego que de manera sutil se mezcla cada vez más con una celebración donde debiera primar la sencillez y en cambio la conmemoración queda empobrecida por el festejo. Un cumpleaños notorio se ve trastocado y el homenajeado es sólo una simple reseña en un anticuado y polvoriento portal de Belén.
¿Qué está pasando? La realidad es que cada vez son más quienes buscan un estímulo material, una pincelada prosaica para entender estas fiestas. Sin ese compendio de golosinas nada de lo que se celebra tendría sentido. Nadie se plantea el porqué de este desenfreno, ni de todo ese gasto innecesario. Si la multitud camina hacia el norte, para qué complicarse y marchar hacia el sur.
El flautista sigue tocando su melodía, entonando una juguetona canción que a todos gusta, lo siguen sin preguntarse quién es ese dicharachero componedor de melodías, marchan bailando al son de su flauta mágica que encandila e hipnotiza.
Las luces centellean, un variado colorido ilumina la ciudad, pero aun así, los corazones siguen apagados. Hay quienes todavía no se han dado cuenta de que la Navidad se celebra a diario en las vidas de aquellos que reconocen en su caminar las huellas del Mesías.
El Mesías no vino a nacer a una ciudad populosa, eligió Belén.
Un pesebre por cuna, unos pastores como honorables primeras visitas.
Dios Podría haber hecho del nacimiento de Jesús un majestuoso espectáculo, pero hizo algo aún más sorprendente, transformó lo trivial en un trazo inefable, maravilloso.
Utilizó elementos sencillos en apariencia: Pastores, ovejas, pesebre… y creó con ellos un entrañable escenario donde se representó la obra más significativa de todos los tiempos.
Cuando visualizas la escena del nacimiento de nuestro Salvador, evidencias la ternura de un acontecimiento tan sublime. Eligió Dios la sencillez y con ello nos enseña hoy una lección de humildad.
Toma Dios lo vil y lo ensalza. Hace que las vidas más desdichadas obtengan un valor incalculable. Lava corazones, lima asperezas, moldea el carácter de cada uno de sus hijos y es así como torna lo insignificante en algo sobrado de valía.
Utilizó unos panes y unos peces para obrar un gran milagro. Escogió piedras lisas del río para derrotar a un gigante. Sentado sobre un humilde pollino hizo su entrada triunfal en Jerusalén. Se sirvió de gente sencilla y los hizo sus apóstoles.
La misericordia de nuestro Dios se muestra en que mira al hombre con una mirada sencilla y busca corazones que alberguen esa sencillez.
La grandeza de un amor tan sublime radica en que eligió a los más débiles para avergonzar a los fuertes, y al hacerlo, nos legó una vida dentro de sus atrios, una morada en la eternidad.