Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Fraternalmente unidos
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 General 
 Normas de convivencia en el grupo-- 
 Lee la Biblia aquí! 
 Biblia en Power Point 
 Conoce tu Biblia 
 La Biblia en ocho versiones 
 Recursos Teológicos 
 Estudios biblicos 
 Reflexiones- Hernán 
 Selección de pasajes Bíblicos- por Hernán 
 Biografías de hombres de la Reforma protestante- Por Hernán 
 Arqueología Bíblica (por Ethel) 
 Reflexiones 
 Jaime Batista -Reflexiones 
 Tiempo devocional-Hector Spaccarotella 
 Mensajes de ánimo--Por Migdalia 
 Devocionales 
 Escritos de Patry 
 Escritos de Araceli 
 Mujer y familia- 
 Poemas y poesias 
 Música cristiana para disfrutar 
 Creaciones de Sra Sara 
 Fondos Araceli 
 Firmas hechas-Busca la tuya 
 Pide Firmas 
 Regala Gifs 
 Libros cristianos (por Ethel) 
 Panel de PPT 
 Amigos unidos-Macbelu 
 Entregas de Caroly 
 Regala Fondos 
 Texturas p/ Fondos 
 Separadores y barritas 
 Retira tu firma 
 Tutos 
 Tareas HTML 
 COMUNIDADES AMIGAS 
 
 
  Herramientas
 
General: LA MAYOR DICHA
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: hectorspaccarotella  (Mensaje original) Enviado: 28/12/2013 21:50

La niña, bien vestida, contemplaba con gran entusiasmo las muñecas que había en la tienda. En una de sus manitas tenía un rollo de billetes. Al ver una muñeca que le gustaba, se daba vuelta y le preguntaba a su padre si tenía suficiente dinero para comprarla. A pesar de que él le contestaba que sí, ella seguía buscando hasta encontrar otra que le llamaba la atención, y volvía a preguntarle:

—Papi, ¿tengo suficiente dinero para comprar ésta?

Mientras la niña se entretenía buscando la muñeca perfecta, un niño entró en la tienda y comenzó a observar los juguetes que había al otro lado del pasillo. Su ropa estaba bien cuidada pero gastada, y su abriguito le quedaba muy apretado. Al igual que la niña, él llevaba dinero en la mano, pero no pasaba de unos cinco dólares.

A él también lo acompañaba su padre. Cada vez que lo cautivaba uno de los juegos de video, su padre meneaba la cabeza, dándole a entender que no le convenía eso.

Al fin la niña escogió la muñeca que más le gustó, una que se veía tan elegante que seguramente sería la envidia de todas las niñas de la cuadra. En eso se dio cuenta de la conversación que sostenían el otro padre y su hijo. El niño, cabizbajo y desilusionado porque no podía comprar ninguno de los juegos de video, había escogido un álbum de colección de postales. Luego se encaminó con su padre a otro pasillo, alejándose así de la niña, que había visto lo ocurrido.

La niña volvió a poner la muñeca selecta en el estante y corrió adonde estaban los juegos de video. Con renovado entusiasmo escogió uno que estaba encima de los demás, le dijo algo a su padre y se dirigió a toda prisa hacia la caja registradora para hacer su compra. Cuando el niño y su padre hicieron cola detrás de ella, la niña no pudo disimular el placer que sentía.

Tan pronto como la cajera le entregó el paquete de la compra, la niña se lo devolvió y le dijo algo al oído. La cajera sonrió y colocó el paquete debajo del mostrador. Luego atendió al niño y le dijo:

—¡Felicitaciones! ¡Eres mi cliente número cien y te has ganado un premio!

Dicho esto, le entregó el juego de video al niño, quien no pudo hacer más que mirarlo incrédulo.

—¡Es precisamente lo que quería! —exclamó.

La niña y su padre fueron testigos de esta emocionante escena desde la puerta de la tienda. En el rostro de la pequeña se dibujaba una sonrisa de oreja a oreja. Al salir del almacén, su padre le preguntó por qué lo había hecho.

—¿No es cierto, papi, que mi abuelito y mi abuelita me dijeron que comprara algo que me hiciera muy feliz? —le contestó la niña.

—¡Claro que sí, hija mía!

—Bueno, ¡pues eso es lo que acabo de hacer!1

Así como aquella niña, todos tenemos suficiente como para darle a alguna persona necesitada, aunque no sea más que comprensión y cariño. Ese es el espíritu que agrada a Dios en toda ocasión en que damos y recibimos regalos. Más vale que aprendamos de su Hijo Jesucristo, el autor del refrán que es la moraleja de esta historia, que de veras «Hay más dicha en dar que en recibir.»2


1 Sharon Palmer, Tennessee, EE.UU., Mensaje divulgado vía correo electrónico, 1999.
2 Hch 20:35

www.conciencia.net



Primer  Anterior  2 a 3 de 3  Siguiente   Último  
Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: Lolis Navarrete Enviado: 30/12/2013 05:52

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: Lolis Navarrete Enviado: 01/01/2014 19:24


 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados