Jesús nos deja dos luces rojas. Y es que Jesús se mueve entre dos frases que siguen descolocando a muchos de los creyentes de hoy: “Bienaventurados vosotros los pobres” y “Ay de vosotros los ricos”.Dos luces rojas que asustan. Dos luces rojas se encienden para los cristianos en el mundo consumista en que vivimos, en el 20% de la humanidad rica, siguen asustando ciertas afirmaciones de Jesús.
Es posible que en el 80% del mundo pobre, en donde hay muchas personas que viven en la infravida de la pobreza y la exclusión social, no se miren con temor estas dos luces rojas sino con cierta perplejidad al ver que, quizás, el mundo cristiano no sigue con una mínima radicalidad, muchas de las afirmaciones de Jesús en relación con la posesión de bienes materiales. No respetan estas luces rojas y se las saltan como quien se salta un semáforo en rojo cometiendo una infracción grave.
Para muchos, frases que mantienen en la trastienda de la fe como si se quisieran apagar estas luces, o que, simplemente, las esconden tras un velo de interpretación espiritualista indigna de los seguidores de un Jesús que habló con toda radicalidad sobre estas temáticas. Los cristianos deberían dar luz verde a estas frases.
Dos luces rojas enfocando la pésima redistribución de las riquezas en el mundo. Estos dos semáforos deberían ser retomados como las dos advertencias que indican grandes anomalías en el funcionamiento de la justicia social en nuestro planeta y en la vivencia de la espiritualidad cristiana.
Pocas veces, los cristianos y la Iglesia en el seguimiento de Jesús, han sabido tratar estas frases, estas ascuas ardientes y rojas, estas luces de alerta de Jesús con el equilibrio que necesitaría nuestra sociedad. Lo mismo se han tratado desde un asistencialismo paternalista fofo de ayuda puntual a los pobres, sin atacar las causas de la pobreza y sin denunciar la injusticia del mundo y su mala redistribución, como se ha tratado de forma revolucionaria y violenta. Estas luces rojas nunca se han puesto verdes en el devenir del cristianismo.
Quizás es que no se ha sabido captar el modelo que Jesús nos deja, modelo que une simultáneamente la preocupación tanto por los pobres como por los ricos, a la vez que se preocupa por las causas de la pobreza, por las necias acumulaciones que culminan en graneros sin sentido, por los trabajadores más débiles, los últimos, los menos preparados, los proscritos y los desclasados. Todo ello sin violencia revolucionaria, con amor y con un sentido de la justicia social a la que une el concepto de misericordia.
Jesús nos deja estas dos luces rojas que anuncian peligro. Debemos trabajar para seguir las indicaciones de Jesús y conseguir que estos semáforos se pongan en verde para los cristianos.
Así, pues, Jesús, con estas luces que podemos considerar rojas en el mundo de hoy, estaba tan lejos del mero asistencialismo paternalista, como del modelo revolucionario. En ese intermedio, lleno de reflejos de lucha por la justicia y de tintes de denuncia de la opresión y de la acumulación desmedida de bienes, es donde se deben situar los seguidores de Jesús, sea en el ámbito individual, o como iglesias.
Es posible que en el 80% del mundo pobre, en donde hay muchas personas que viven en la infravida de la pobreza y la exclusión social, no se miren con temor estas dos luces rojas sino con cierta perplejidad al ver que, quizás, el mundo cristiano no sigue con una mínima radicalidad, muchas de las afirmaciones de Jesús en relación con la posesión de bienes materiales. No respetan estas luces rojas y se las saltan como quien se salta un semáforo en rojo cometiendo una infracción grave.
Para muchos, frases que mantienen en la trastienda de la fe como si se quisieran apagar estas luces, o que, simplemente, las esconden tras un velo de interpretación espiritualista indigna de los seguidores de un Jesús que habló con toda radicalidad sobre estas temáticas. Los cristianos deberían dar luz verde a estas frases.
Dos luces rojas enfocando la pésima redistribución de las riquezas en el mundo. Estos dos semáforos deberían ser retomados como las dos advertencias que indican grandes anomalías en el funcionamiento de la justicia social en nuestro planeta y en la vivencia de la espiritualidad cristiana.
Pocas veces, los cristianos y la Iglesia en el seguimiento de Jesús, han sabido tratar estas frases, estas ascuas ardientes y rojas, estas luces de alerta de Jesús con el equilibrio que necesitaría nuestra sociedad. Lo mismo se han tratado desde un asistencialismo paternalista fofo de ayuda puntual a los pobres, sin atacar las causas de la pobreza y sin denunciar la injusticia del mundo y su mala redistribución, como se ha tratado de forma revolucionaria y violenta. Estas luces rojas nunca se han puesto verdes en el devenir del cristianismo.
Quizás es que no se ha sabido captar el modelo que Jesús nos deja, modelo que une simultáneamente la preocupación tanto por los pobres como por los ricos, a la vez que se preocupa por las causas de la pobreza, por las necias acumulaciones que culminan en graneros sin sentido, por los trabajadores más débiles, los últimos, los menos preparados, los proscritos y los desclasados. Todo ello sin violencia revolucionaria, con amor y con un sentido de la justicia social a la que une el concepto de misericordia.
Jesús nos deja estas dos luces rojas que anuncian peligro. Debemos trabajar para seguir las indicaciones de Jesús y conseguir que estos semáforos se pongan en verde para los cristianos.
Así, pues, Jesús, con estas luces que podemos considerar rojas en el mundo de hoy, estaba tan lejos del mero asistencialismo paternalista, como del modelo revolucionario. En ese intermedio, lleno de reflejos de lucha por la justicia y de tintes de denuncia de la opresión y de la acumulación desmedida de bienes, es donde se deben situar los seguidores de Jesús, sea en el ámbito individual, o como iglesias.