La iglesia, como cuerpo de Cristo, según se le define en el Nuevo Testamento, es una sola. Dentro de ese concepto sería torpe hablar de católicos, protestantes o de otros miembros del cuerpo de Cristo, muchos de ellos innominados, pero que están cumpliendo con su voluntad y son agentes que acercan el Reino de Dios, ya entre nosotros, a todos los hombres, dignificando, ayudando, liberando y anunciando la posibilidad de salvación.
Otra cosa es la Iglesia como comunidad de fieles con sus estructuras terrenas y sus cargos eclesiásticos, la Iglesia como institución, encuadrada entre las cuatro paredes de sus templos, encuadrada en una confesión religiosa, bajo los diferentes dogmas, concilios u otras normativas, la Iglesia bajo el magisterio de los cargos eclesiásticos, obispos o pastores. Esta iglesia sí tiene su contrapartida, su otra cara, su otra dimensión. Es la dimensión de la iglesia que se mueve fuera de los templos, dispersa por las escuelas y centros de trabajo, la Iglesia participativa que se mueve entre las estructuras sociales analizándolas y conectando directamente con la realidad social, la iglesia que tiene una vivencia del texto bíblico contextualizado en medio de una sociedad en conflicto.
Y no es que un concepto de Iglesia se contraponga al otro, quizás ambas están formando el cuerpo de Cristo. Pero sí es cierto que, quizás, el concepto de Iglesia participativa o dispersa en medio de los avatares humanos, menos institucionalizada, menos controlada y más participativa, puede ser disidente, en muchos casos, respecto al magisterio que los pastores, de manera oficial, mantienen en sus congregaciones.
El problema puede ser que el magisterio de la Iglesia, en muchos casos, puede encorsetar y hacer perder dinamismo. En muchos casos se limita a la repetición de doctrinas que parece que no se han hecho vida en la congregación, se imponen enseñanzas poco asimiladas en el ámbito popular y que, desgraciadamente y en algunos casos, pueden llevar a confundir la fidelidad a Dios con la fidelidad a los preceptos humanos, la obediencia a Dios con la obediencia a los hombres, el sometimiento a Dios con el sometimiento al pastor. Es como si la verdad absoluta estuviera sólo en el magisterio de la Iglesia, y no emanara directamente del propio Dios, de su autoridad divina.
Iglesia como institución e iglesia dispersa por el pueblo, iglesia popular. Lo malo y negativo es cuando la Iglesia como institución y bajo el pensamiento de que todo el magisterio evangélico le corresponde a ella a través de sus cargos eclesiales, desautoriza a la Iglesia popular que batalla fuera de las cuatro paredes del templo y no considera el magisterio y la acción de los laicos en el mundo o de los creyentes menos institucionalizados.
La Iglesia que se mueve fuera de los recintos eclesiales, aún sin dejar el reunirse dentro de las cuatro paredes del templo, deben tener libertad, y debemos considerar la unidad de la Iglesia realizada dentro de una pluralidad que no se limita solamente a repetir acríticamente lo que dimana del magisterio proveniente de los cargos eclesiales. La norma última debe ser el texto bíblico que también puede ser libremente interpretado.
De esta manera existirá una Iglesia que gira en torno al templo y a las actividades eclesiales y otra Iglesia que gira en torno al pueblo, más popular, más participativa, sin un magisterio rígido, más atenta y de cara al dolor de los hombres, más atenta al mundo del sufrimiento y al dolor de los pobres. Si en el primer concepto de Iglesia el protagonista es el templo, en el segundo el protagonista es el hombre en sus avatares cotidianos y en sus luchas diarias, sus dudas y sus problemas.
En el primer concepto de Iglesia, Dios habla a través de los pastores, de los líderes y del ritual cúltico. En el segundo concepto de Iglesia, Dios se hace presencia y habla a través del ejemplo, estilo de vida y conducta de sus hijos, a través del amor en acción y de la liberación de aquellos marginados y excluidos, liberación a través de la puesta en marcha de la projimidad.
Quizás el éxito de la Iglesia sería interrelacionar ambos conceptos de Iglesia. Que la Iglesia institución use su magisterio y sus pastores para preparar laicos que después sean lanzados al mundo con un mensaje que no consiste sólo en palabras, sino en hechos de amor y de solidaridad humana. Que a los pobres y personas que viven agobiadas por el trabajo y la lucha diaria por conseguir el pan, no sólo se les anuncie una salvación escatológica para el más allá, una salvación de un Dios que ha abierto con su muerte la puerta de los cielos a todos los hombres, sino de un Dios que trabaja con la colaboración de hombres que se ponen al lado de los que sufren y de los que no creen, para mostrar que hay un Dios que no sólo nos salva, sino que nos compromete en la liberación de los otros hombres en desventaja u oprimidos, caminando junto a ellos, llevando sus cargas e intentando la liberación de todos. Al liberarlos a ellos, también nos liberamos a nosotros mismos.
Ambos conceptos de Iglesia se tienen que conjugar, en paralelo, sin críticas ni sometimientos, sin desautorizaciones y colaborando juntas para conseguir el acercamiento del Reino de Dios a los hombres, en forma de liberación y promoción humana y en forma de anuncio de una salvación escatológica y eterna.
Otra cosa es la Iglesia como comunidad de fieles con sus estructuras terrenas y sus cargos eclesiásticos, la Iglesia como institución, encuadrada entre las cuatro paredes de sus templos, encuadrada en una confesión religiosa, bajo los diferentes dogmas, concilios u otras normativas, la Iglesia bajo el magisterio de los cargos eclesiásticos, obispos o pastores. Esta iglesia sí tiene su contrapartida, su otra cara, su otra dimensión. Es la dimensión de la iglesia que se mueve fuera de los templos, dispersa por las escuelas y centros de trabajo, la Iglesia participativa que se mueve entre las estructuras sociales analizándolas y conectando directamente con la realidad social, la iglesia que tiene una vivencia del texto bíblico contextualizado en medio de una sociedad en conflicto.
Y no es que un concepto de Iglesia se contraponga al otro, quizás ambas están formando el cuerpo de Cristo. Pero sí es cierto que, quizás, el concepto de Iglesia participativa o dispersa en medio de los avatares humanos, menos institucionalizada, menos controlada y más participativa, puede ser disidente, en muchos casos, respecto al magisterio que los pastores, de manera oficial, mantienen en sus congregaciones.
El problema puede ser que el magisterio de la Iglesia, en muchos casos, puede encorsetar y hacer perder dinamismo. En muchos casos se limita a la repetición de doctrinas que parece que no se han hecho vida en la congregación, se imponen enseñanzas poco asimiladas en el ámbito popular y que, desgraciadamente y en algunos casos, pueden llevar a confundir la fidelidad a Dios con la fidelidad a los preceptos humanos, la obediencia a Dios con la obediencia a los hombres, el sometimiento a Dios con el sometimiento al pastor. Es como si la verdad absoluta estuviera sólo en el magisterio de la Iglesia, y no emanara directamente del propio Dios, de su autoridad divina.
Iglesia como institución e iglesia dispersa por el pueblo, iglesia popular. Lo malo y negativo es cuando la Iglesia como institución y bajo el pensamiento de que todo el magisterio evangélico le corresponde a ella a través de sus cargos eclesiales, desautoriza a la Iglesia popular que batalla fuera de las cuatro paredes del templo y no considera el magisterio y la acción de los laicos en el mundo o de los creyentes menos institucionalizados.
La Iglesia que se mueve fuera de los recintos eclesiales, aún sin dejar el reunirse dentro de las cuatro paredes del templo, deben tener libertad, y debemos considerar la unidad de la Iglesia realizada dentro de una pluralidad que no se limita solamente a repetir acríticamente lo que dimana del magisterio proveniente de los cargos eclesiales. La norma última debe ser el texto bíblico que también puede ser libremente interpretado.
De esta manera existirá una Iglesia que gira en torno al templo y a las actividades eclesiales y otra Iglesia que gira en torno al pueblo, más popular, más participativa, sin un magisterio rígido, más atenta y de cara al dolor de los hombres, más atenta al mundo del sufrimiento y al dolor de los pobres. Si en el primer concepto de Iglesia el protagonista es el templo, en el segundo el protagonista es el hombre en sus avatares cotidianos y en sus luchas diarias, sus dudas y sus problemas.
En el primer concepto de Iglesia, Dios habla a través de los pastores, de los líderes y del ritual cúltico. En el segundo concepto de Iglesia, Dios se hace presencia y habla a través del ejemplo, estilo de vida y conducta de sus hijos, a través del amor en acción y de la liberación de aquellos marginados y excluidos, liberación a través de la puesta en marcha de la projimidad.
Quizás el éxito de la Iglesia sería interrelacionar ambos conceptos de Iglesia. Que la Iglesia institución use su magisterio y sus pastores para preparar laicos que después sean lanzados al mundo con un mensaje que no consiste sólo en palabras, sino en hechos de amor y de solidaridad humana. Que a los pobres y personas que viven agobiadas por el trabajo y la lucha diaria por conseguir el pan, no sólo se les anuncie una salvación escatológica para el más allá, una salvación de un Dios que ha abierto con su muerte la puerta de los cielos a todos los hombres, sino de un Dios que trabaja con la colaboración de hombres que se ponen al lado de los que sufren y de los que no creen, para mostrar que hay un Dios que no sólo nos salva, sino que nos compromete en la liberación de los otros hombres en desventaja u oprimidos, caminando junto a ellos, llevando sus cargas e intentando la liberación de todos. Al liberarlos a ellos, también nos liberamos a nosotros mismos.
Ambos conceptos de Iglesia se tienen que conjugar, en paralelo, sin críticas ni sometimientos, sin desautorizaciones y colaborando juntas para conseguir el acercamiento del Reino de Dios a los hombres, en forma de liberación y promoción humana y en forma de anuncio de una salvación escatológica y eterna.