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Tiempo devocional-Hector Spaccarotella: HAY QUE VOLVER A CASA
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: hectorspaccarotella  (Mensaje original) Enviado: 27/02/2014 20:32

uan 8:23  Y Jesús les decía: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.

      Cuando paso un tiempo de viaje fuera de la ciudad, sea cual fuera el motivo, vivo sentimientos contradictorios. Emociones profundas que resulta difícil entender que quepan en un mismo corazón.

Claro que el partir significa una aventura nueva. Aún en aquellos casos en que el destino es un lugar conocido o en que nos esperen personas que queremos, siempre tiene matices que terminan sorprendiéndonos y para los que no estábamos preparados.

Y es lindo sorprenderse, solamente hay que animarse a abrir los 5 sentidos porque desde el mismo momento en que cerramos la puerta de casa con llave comienza la aventura de enfrentarse a lo inesperado que siempre surge.

El medio de transporte, por ejemplo, nos da la posibilidad de conectarnos con otras personas. Aunque no hablemos con ellos podemos verlos, escucharlos, percibir sus estados de ánimo, intuir la razón de su traslado, ver cómo se relacionan con sus compañeros de viaje o familiares, cómo se comunican telefónicamente, cómo se relacionan con el resto de los pasajeros, si tienen la paz interior suficiente para dormir durante el trayecto…

Luego el desembarcar en la ciudad de destino se abre otro mundo infinito de sensaciones distintas que también impactan todos nuestros sentidos. Olores, sonidos, colores, sabores nuevos.

Costumbres a las que no estamos acostumbrados, estilos de vida, miradas. Nos vienen a pegar en el rostro desde el momento en que desembarcamos.

Y hay que acostumbrarse a las leyes sociales que gobiernan ese lugar, que seguramente serán bien distintas de las que estamos acostumbrados.

Paso tiempo por temas de salud, familiares, de negocios o de descanso en la ciudad de Buenos Aires.

Habiendo nacido y vivido en esa ciudad durante 20 años antes de venir al sur, me siento sin embargo un turista, aunque hay no menos de 4 visitas a la ciudad en el año.

Como se dice en Argentina, “un sapo de otro pozo”.

A la locura cotidiana de una ciudad de 12 millones de habitantes, de los cuales cada día más de la mitad se traslada en medios de transporte masivos, se agregaron otras crisis: La del proceso político, que siempre independientemente de la posición partidaria impacta profundamente en la sociedad, porque se forman las tribus de “los unos y los otros”, y el social, que destiñe el alma porque las miserias a que nos sometemos los humanos entre nosotros son cada día más crueles.

Lo cierto es que uno se encuentra viajando diariamente en trenes subterráneos, moviéndose en cadenas de vagones con cientos de sufrientes personas cada uno.

Es realmente asombroso ver moverse a los porteños (como se les llama a los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, por ser el principal puerto del país). Nadie se mira entre sí, están cada uno en su mundo. Miles y miles de mujeres y hombres caminando en túneles bajo la tierra sin luz natural, caminando a un ritmo alocado en el que cualquiera que pretendiera ir más despacio es pisoteado, empujado, manoseado, insultado. Cada quien absolutamente solo entre miles.

Buscando estar soloProtegiéndose de los demás. Cuidándose de que nadie a su alrededor pudiera hacerle daño o meterse en su intimidad.

Sintiéndose observado, medido, evaluado.

En medio de esta enorme serpiente subterránea, formada por miles de seres humanos, uno puede ver personas tiradas en medio de los pasillos, algunos adultos y otros niños, porque ya no pueden levantarse al estar drogados, enfermos, borrachos.

Hace unos años atrás estas gentes caían en algún rincón alejado del tránsito. Hoy en día los encuentra uno tirados en medio del pasillo por donde pasan miles de personas por hora. Están inconscientes, sucios, huelen mal, no tienen nada.

Nada.

Intuitivamente me detuve varias veces a tratar de ayudarlos, con lo que me ganaba el insulto de todo el resto de los apurados caminantes de los túneles. Una señora me dijo “ni se te ocurra tocarlos. Tenés que acostumbrarte a no mirarlos, a no tocarlos, a no hablarles”.

Todavía hoy siento el dolor por esas vidas y me pregunto si alguna vez que me tocara vivir en esa ciudad, podría acostumbrarme a ver esos seres sufrientes y seguir indiferente.

Las piernas los esquivaban, los saltaban, les pasaban por arriba.

Aquí y allá un músico ambulante tocando bellísimas melodías en su instrumento. He visto instrumentistas tocando guitarras, violines, violoncelos, arpas del tamaño de un hombre. Grupos musicales donde unos tocan instrumentos, otros cantan y otros bailan tango buscándose una moneda en la gorra. Todo eso en medio de la locura del tránsito humano del tren subterráneo.

Aquí y allá un vendedor de productos de magia, espejos, lápices y lapiceras, productos de limpieza o chocolates busca conquistar el pan de cada día.

Y a este exótico paisaje  urbano cotidiano se suma la locura de la agresión mediática, lo que hace que las personas traten de aislarse más detrás de sus barbijos emocionales, detrás de sus “guantes” que impidan el tacto que contacte a un potencial adversario. Detrás de sus “bufandas” que abriguen el cuello del frío de la soledad que golpea el rostro.

Y yo sintiéndome de afuera, de otro mundo, un extraterrestre.

Me causa mucho placer dedicar tiempo a recorrer librerías. Incluso algunas tienen sillones o mesitas donde uno puede sentarse a leer un libro.

Las hay de libros nuevos y también de usados.

En una de esas excursiones por tiendas de libros encontré una versión de bolsillo del filósofo y escritor argentino ya fallecido Jaime Barylko que nunca había visto antes. El título es VOLVER A CASA.

Me senté a revisarlo y quedé shockeado desde la primera página.

¿Me dejás que te comparta algunos párrafos?

Hay que volver a casa. Afuera hace frío. Es la intemperie, el viento que nunca deja de soplar, y el techo que ha desaparecido. Afuera cada cual es nadie, un engranaje, sonriente, productivo, de traje y corbata, celebrado y humillado a la vez, un engranaje. (…)

Afuera hace frío. Si alguien te mira, te habla, es para que sirvas para algo, para que produzcas frutos. Yo, sin embargo, quiero ser flor, no fruto. La flor antes que ser fruto es flor, para sí, para las abejas, para nadie, para un mecanismo ciego que la contiene; pero nada sabe la flor de ese mecanismo y se dedica sólo a ser flor.

Hay que volver a casa. Me gusta volver a casa, a mi esposa, a mis hijos, a mis amigos íntimos, que me quieren porque soy, y no por los frutos que doy. Por la flor. Quiero ser flor. Ya no entiendo el mecanismo que me contiene, y de la calle vengo a veces adulado y a veces golpeado.

Quiero volver a casa, a la mía, como volvía a la casa de mamá. Mamá no era culta, pero era buena y me recibía en sus brazos, y confiaba en mí (…)

Sólo en casa podés vestirte tanto con ropa de fajina como la otra, la del alma, la cáscara que nos dan los roles” (adaptación mía).

Volver a casa, retirarme de la locura de la calle a un lugar donde puedo desnudarme, donde no tengo que impresionar a nadie, donde puedo ser como soy sin caretas ni disfraces.

Eso dice Barylko.

Y así me siento yo en Buenos Aires, necesitando volver a casa.

Y pienso hoy cuántas veces nos sentimos así en este mundo, vivamos donde vivamos. Cuánto nos incomodamos con una vida que no es la que queremos ni para la que nacimos, por una sociedad que se rige por valores que definitivamente no son los nuestros. Tanto no lo son, que nos sentimos nadando contra la corriente al sostenerlos.

Juan 17:13 al 18  Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos. Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo.

Durante esta vida vivimos en lugares que no son nuestra casa. Las personas reaccionan de tres modos posibles. Unos se tratan de adaptar y dejan de cuestionarse para buscar comodidad en las normas que la sociedad impone, otros luchan y otros escapan.

Creo que vos y yo estamos en el segundo grupo. Porque no nos gusta lo que vemos ni lo que vivimos. Porque no nos sentimos bien con los valores que nos son impuestos. Porque ya no queremos seguir necesitando de caretas o disfraces para ser lo que no somos.

Porque ya no queremos que nos vean como frutos y nos juzguen como tales.

Jesús lo sabía. Hemos sido entrenados para ser flor. La flor que embellece, la flor que da aroma agradable, la flor que tiene bellos colores. La flor que da buenos frutos.

Somos flor. Alguna vez fuimos silvestres y ahora de a poco el Jardinero nos fue preparando para que el resultado sea distinto. Para que los frutos sean mejores.

Es lógico que nos sintamos incómodos.

Es lógico que nos sintamos fuera de casa.

Es que igual que nuestro Maestro, sentimos que pertenecemos a un Reino que no es de este mundo. E, inconscientemente, desde el mismo momento en que nacimos estamos desesperados por volver a Él.

Por eso nos sentimos “extraterrestres”. Porque estamos en el mundo pero no pertenecemos a él. Porque este mundo no tiene nuestra forma ni nuestra medida, y no parece importarle nuestros valores.

Sin embargo, es un mundo que necesita desesperadamente nuestro aroma de flor fragante. Nuestros colores que iluminen y den vida. Y sobre todo, nuestros frutos.

 

 HECTOR SPACCAROTELLA

tiempodevocional@hotmail.com



Leer más: http://www.puntospacca.net/news/volver-a-casa/


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Dios es mi paz Enviado: 28/02/2014 00:02


Gracias hermano, me encantó, muy buen tema y desarrollo . Gracias, Araceli


 
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