¿Te encuentras tan desesperado como lo estaba David? ¿Te has encerrado con el Señor, te has postrado y has gemido ante Él? Una oración aburrida, callada y floja no logrará nada. Si no estás descargando tu corazón ante Dios, realmente no quieres sanidad, ¡quieres rendirte!
Tienes que clamar a toda voz, como David, “¡Señor, escucha mi súplica! ¡No te dejaré hasta que me contestes!”
Déjame ilustrarte la clase de desesperación que David experimentó. Suponte que vas camino a casa y al doblar la esquina de tu calle, ves carros de bomberos estacionados frente a tu casa. Humo negro está saliendo de las ventanas y todo el lugar está a punto de encenderse en llamas. Y tú sabes que tu cónyuge e hijos están atrapados adentro.
Dime, ¿cuán tranquilo y calmado estarías en ese momento? ¿Cuánto tiempo estarías sin hacer nada, esperando que el fuego se apague por sí solo? ¿Te sentarías ahí calladamente orando: “Jesús, espero que tú apagues el fuego”? ¡No! ¡Si tuvieras algo amor en tu corazón, correrías a tu casa a través del humo y tratarías de hacer algo!
Si tu matrimonio está en problemas, entonces tu hogar se está quemando y tu relación está sufriendo. Si permites que este fuego continúe, vas a perderlo todo.
Entonces, ¿tienes temor de Dios por tu matrimonio? ¿Te sientes cargado con culpabilidad y condenación por el rol que has cumplido en su desintegración? Si es así, no trates de calmar tu conciencia. Dios te está mandando Su palabra fuerte porque te ama. Él te está advirtiendo en forma misericordiosa, tratando de despertarte antes que te autodestruyas. Así que corre a Él y ora diligentemente. Toda sanidad comienza al llamar Su Nombre con urgencia.
David Wilkerson