Sin embargo, esta promesa de perdón está limitada a ciertas personas. Sólo aplica a los que han sido aplastados y consumidos por sus pecados, quienes han llegado a las profundidades de la culpa, a quienes soportaron que el Espíritu Santo escudriñe sus almas y se han arrepentido ¡y se han vuelto a Cristo en fe!
Jesús mismo dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos” (Mateo 7:21). Tristemente, multitudes de cristianos no sienten molestia alguna por su pecado. Sus malos hábitos no le molestan en lo más mínimo. Se han convencidos a sí mismos de que Dios es tan misericordioso y tan lleno de gracia, que les perdonará aunque continúen viviendo tercamente en pecado.
No, ¡nunca! ¡Se han hecho de una paz falsa! ahogando todo lo que el Espíritu Santo haya querido escudriñar y tratar; ahogando cualquier convicción de pecado que el Espíritu santo haya querido traer. Han buscado perdón antes que su culpabilidad haya podido madurar para convertirse en tristeza según Dios.
Al mismo tiempo, el perdón de Dios sólo se puede obtener por fe. No podemos obtenerlo con la razón. El regalo de Cristo: Su sangre expiatoria, es tan profundo, tan lleno de gracia, tan misterioso, que está más allá de la capacidad del entendimiento humano. Podemos sentir condenación, temor y culpa por nuestras ofensas, pero nuestro Padre celestial está amorosamente a nuestro lado todo el tiempo, listo para perdonar. La sangre de Cristo, el amor del Padre, el deseo de perdonar del Señor; todas estas bendiciones se experimentan sólo por fe: “Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá” (Gálatas 3:11).
DAVID WILKERSON