¿Cuánta Sal?
2 Tim. 2:15 Procura
con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué
avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad.
Tiempo atrás luego de visitar
una congregación con la que compartimos varios días de actividad ministerial,
observamos que nadie del pastor hacia abajo, tenía formación ministerial. Por
ello sugerimos al pastor, cuerpo de líderes y obreros que se inscribieran en
algún seminario donde haya referencias de sana doctrina, de modo de comenzar el
estudio sistemático de la Palabra y recibir el entrenamiento en las distintas áreas
que una congregación necesita. Hoy en día estas oportunidades de capacitación
formal son en muchos casos gratuitas y hasta se pueden hacer a distancia, de
modo que no hay limitaciones por el vivir apartado de las grandes ciudades, o
por no tener el dinero suficiente.
Inclusive se abrió la
posibilidad de que un pastor los visitara sin costo para la congregación, con
el objetivo de darles dos materias de seminario por cuatrimestre en la misma
comunidad.
Estas sugerencias fueron
recibidas con entusiasmo por el grupo, y muchos se mostraron predispuestos a
iniciar los estudios.
Sin embargo, días después me
llamó por teléfono el pastor diciéndome que él (que como digo tampoco tenía
formación académica) se había decidido a dar una serie de enseñanzas bíblicas a
los obreros con frecuencia semanal, que por ser inspiración directa del
Espíritu Santo, serían mucho más efectivas que el estudio en cualquier
seminario.
No tengo autoridad para cuestionar
la inspiración divina que este pastor pueda recibir, sin embargo, creo que el
Señor ha puesto frente a nosotros las herramientas necesarias para nuestro
entrenamiento, de modo que seamos eficaces en nuestra tarea, en una sociedad
con desafíos cambiantes y enormes luchas espirituales, que exige líderes
preparados.
Hoy mi ciudad amaneció con una
densa niebla, y verme envuelto en ella me lleva a pensar en cuánto necesitamos como
miembros del cuerpo de la Iglesia de Cristo el cayado del pastor levantándose
para mostrarnos la dirección. Claro que para ello es indispensable que esa guía
sea levantada por una persona idónea en lo espiritual y también en lo
intelectual.
Leía en un libro de
ilustraciones para apoyo a disertantes y conferencistas cristianos (1) que un
predicador que había sido invitado para predicar en una iglesia rural, escogió
como su texto clave aquel pasaje del Sermón del Monte que dice: “Vosotros
sois la sal de la tierra.” A medida que predicaba se iba llenando de
entusiasmo, siendo una de sus frases más brillantes:
“Amado hermano mío, jamás
olvides las palabras de nuestro Señor, de que somos sal y sal fuerte; pero si te
descuidas no podrás ser como Dios dijo a Abraham: “sal de tu tierra y de tu
parentela”.
La congregación escuchaba en
silencio pensando: ¡Cuánto sabe de Biblia este hermano!
Me pregunto si aquellos que
asumimos responsabilidades ministeriales en nuestras congregaciones, estamos
realmente preparados para ser fuente de sana doctrina, para aconsejar y que al
hacerlo estemos dando en el blanco, haciendo foco en la solución a la real
necesidad del aconsejado. Si cuando nos paramos frente a nuestra clase bíblica
como maestros o en el púlpito como predicadores, realmente como decía Pablo a Timoteo,
lo hacemos como obreros aprobados, que no tenemos de qué avergonzarnos ante
Dios, siendo auténtica fuente de palabra de verdad.
Claro que las respuestas
seguramente están en tu corazón. ¿Estás tan preparado como aquel predicador que
confundió el sustantivo “sal” con la conjugación del verbo “salar”?
Con todas las herramientas que
el Señor pone frente a nosotros hoy en día en occidente, no tenemos excusas.
Dios te bendiga.
HÉCTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
Río Gallegos, Argentina
(1) Alfred
Lerin: “Quinientas Ilustraciones””