Este tipo de cara descubierta clama: “Escudríñame, Señor, mira si en mí hay camino de perversidad. Muéstrame si estoy viviendo contrario a Tu Palabra. Quiero ser libertado de todo lo que no es Tuyo. Quita mi orgullo, mis ambiciones, mi intelecto egoísta, mi razonamiento. Sé que no puedo encontrar la salida a mi situación. Espíritu Santo, necesito Tu poder y sabiduría. Dejo ante ti toda esperanza que tenga de poder resolver las cosas a mi manera”.
Para muchos creyentes, esto es muy difícil de hacer. Durante toda su vida como creyentes, han sobrevivido por sus propios ingenios y sabiduría. Y ahora se les hace demasiado difícil tener que admitir que han echado todo a perder y que necesitan rendir el control de sus vidas.
Hace unos años, el Señor tuvo que arrancarme el orgullo en esta área. Ahora, gracias al Señor, admito libremente cuando echo las cosas a perder. Mi oración constante es: “Dios, cometo tantas torpezas. Cometo errores tan terribles, me meto en tantos líos. Por favor, Señor, arréglalos Tú. Yo no puedo arreglarlo. Sólo tú puedes. Gracias a Dios, Él se deleita en arreglar nuestros líos cuando nosotros procuramos hacer Su voluntad.
Pablo menciona en este pasaje, un espejo. Y, amado, nuestro espejo es la Palabra de Dios. Ella es la única que refleja con exactitud nuestra condición. Pablo nos dice: “Anda al espejo de la verdad de Dios y contempla tu vida. Dile al Señor que estás en el rumbo incorrecto y que deseas ser cambiado. Pídele a su Espíritu que te humille y que te abra Su Palabra. No prestes atención al consejo de los demás, ni a tus propias ideas o maquinaciones. Más bien, vuélvete al Espíritu Santo en completa confianza. Cree lo que Él te dice”.
Si confías únicamente en el Espíritu Santo, alejándote de toda otra ayuda, Él quitará el velo de tus ojos. Él también enviará a ayudantes tu vida, dirigidos por el Espíritu Santo y comenzarás a cambiar en ese mismo momento.
David Wilkerson