Anhelando comunión
Siempre que leo este pasaje, suspiro pensando en aquellas
primeras comunidades cristianas del siglo I. ¿Sería que los motivaba a actuar
de este modo casi utópico la creencia de que la segunda venida de Jesús era inminente?
¿Sería un motor de estos hechos la inundación del Espíritu Santo ministrada en
Pentecostés? ¿El actuar de este modo respondía a un modelo teorizado de la
época? (El libro de Hechos de los Apóstoles fue escrito por Lucas, que era
griego). ¿Sería la influencia presencial de los apóstoles, testigos de la
encarnación del Mesías?
Hechos 2:42-47 (NVI)
“Se
mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el
partimiento del pan y en la oración. Todos estaban asombrados por los
muchos prodigios y señales que realizaban los apóstoles. Todos los
creyentes estaban juntos y tenían todo en común: vendían sus propiedades y
posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No
dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan
y compartían la comida con alegría y generosidad, alabando a Dios y
disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al
grupo los que iban siendo salvos”.
Cuando tenía 18 años formé parte en Buenos Aires del
grupo juvenil en una iglesia. Etapa bellísima de mi vida, en que aprendí a
encontrar un lugar de afecto y contención; también fue el espacio que encontró
el Señor para atraerme nuevamente a Él, ya que me había perdido al terminar la
escuela primaria.
Claro que vivir ese encuentro nos hizo soñar como posible
con un estilo de vida similar al relatado en el pasaje que menciono. Me casé a
los 20, con una joven de 18 que también era miembro del grupo, luego de un poco
más de un año y medio de noviazgo. Me habían ofrecido trabajo en un lugar de la
Patagonia argentina ubicado a 3000 km de distancia, lo que visto en contexto
del año 1979 era realmente un viaje al remoto desconocido.
Cuando subíamos al avión para viajar al sur, aquellos 40
amigos vinieron a despedirnos al aeroparque, y nos decían con lágrimas en sus
ojos: “preparen el lugar, nosotros iremos detrás de ustedes”.
Verdaderamente creíamos en esta posibilidad. Entre
aquellos chicos y chicas había estudiantes de ingeniería, de abogacía, de
medicina, técnicos, estudiantes de colegios comerciales… dando lo que tenía cada
uno y llenos de fe, creíamos poder reproducir lo que relata el libro de Hechos.
Ahora, 35 años después también aquel sueño despierta
algún suspiro. Muchos de aquellos amigos seguimos en contacto entre nosotros,
pero viviendo insertos en nuestras comunidades sociales de distintas ciudades y
hasta países distintos.
No funcionó.
Y lo que motiva este artículo es preguntarme si aquél
proyecto comunitario cristiano del primer siglo continúa o también fracasó.
¿Qué tan lejos están nuestras comunidades cristianas de
aquel modelo?
Los griegos
valoraban a los individuos y los derechos individuales, pero con un fuerte
sentido del deber para con la sociedad y de integración en ella, puesto que el
orden era el principio de toda la realidad. [1]
El lenguaje griego que Lucas utiliza en este pasaje de
Hechos, es el que puede encontrarse en textos antiguos entre los seguidores del
filósofo y matemático Pitágoras (aproximadamente 500 antes de Cristo).
Por lo que se sabe de este sabio griego, él desarrolló un
estilo de convivencia social llamado “Hermandad Pitagórica”, una comunidad
filosófica y religiosa en el sur de Italia (Crotona, costa oriental de lo que
hoy es Calabria). Se llamaban a sí mismo “matemáticos”, vivían en la hermandad
de forma permanente y no se les permitía tener bienes personales.
Sin dudas la imagen que describe Lucas está sustentada
por el derramamiento del Espíritu Santo.
En aquella época algunos grupos judíos, como el que vivía
en Qumrán, siguieron estrictamente el modelo pitagórico y entregaron todas sus
posesiones a los líderes de la comunidad para que pudieran aislarse socialmente.
No creo que este sea el caso, aunque el compartir lo económico está claramente
escrito por el autor de Hechos.
Los cristianos primitivos reconocían que Jesús era el
dueño de ellos y de sus propiedades, según puede verse un poco más adelante en
el capítulo 4:
Hechos 4:32-35 (NVI)
Todos los creyentes eran de un solo sentir y
pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las
compartían. Los apóstoles, a su vez, con gran poder seguían dando testimonio de la
resurrección del Señor Jesús. La gracia de Dios se derramaba abundantemente
sobre todos ellos, pues no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas
o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y lo
entregaban a los apóstoles para que se distribuyera a cada uno según su
necesidad.
Sin embargo, a diferencia del modelo de la Hermandad
Pitagórica, no se trataba de grupos secretos ni tampoco ascéticos, como la
comunidad de Qumrán.
Se trataba de valorar a las personas por encima de sus
posesiones.
Este estilo comunitario según los historiadores de la
época continuó entre los cristianos el siglo II.
No se trataba de templos específicamente cristianos, sino
los mismos que utilizaban las comunidades judías. Estos lugares eran los más
aptos sitios públicos donde podían reunirse. Había horarios de reunión de
oración por la mañana y por la tarde.2
Todo este modelo, como digo, continuó hasta finales del
siglo II. La influencia pagana creciente terminó ridiculizando el estilo de
convivencia social hasta acabar con él.
Sin dudas estamos lejos de llegar a ese modelo. Dentro de
nuestras iglesias locales y mucho más lejos si nos comparamos entre distintas denominaciones.
Hace poco veía un documental de National Geographic sobre
la gestación de un embrión de tiburón toro en el vientre de su madre. En
realidad hay varios embriones, pero 9 meses antes de la fecha de nacimiento, el
más fuerte de ellos comienza a comerse a los otros y de eso se alimenta para crecer
y desarrollarse. El título de la película era “canibalismo animal”.
Compartía con un clérigo que al terminar de ver el film
algo dentro de mí me llevó a asociar con la forma en que nos comportamos.
Él me dijo con tristeza que coincidía con la imagen y que
en la ciudad donde vive, años atrás en coincidencia con el mes de setiembre
(mes de la Biblia) un concejal municipal cristiano propuso en el Concejo
Deliberante local el instaurar en el espacio urbano municipal un monumento a la
Biblia. El proyecto parecía digno de ser
discutido y votado, por lo que se convocó a varios pastores evangélicos de la
localidad. Estuvieron de acuerdo, de modo que se fijó fecha para la votación en
este organismo legislativo. Ese día los medios de comunicación estaban
registrando el encuentro para los canales de TV locales. En pleno acto de
asamblea se presenta un pastor que se identifica como el presidente del Consejo
Pastoral local, diciendo que él no había sido consultado y que el proyecto no
podía ser votado sin su consentimiento. Los otros pastores presentes (algunos
de ellos miembros del mencionado Consejo) comenzaron a discutir con él
públicamente y el desorden fue tan grande que el presidente del Concejo
Deliberante pidió un cuarto intermedio para que los clérigos se pusieran de
acuerdo. Todo esto meticulosamente grabado en video y audio por los medios
presentes. Finalmente y dado que no se ponían de acuerdo los religiosos, se
aplazó la votación y hasta la fecha el monumento no fue instalado.
Claro que es solamente un ejemplo entre muchos,
probablemente si nos juntáramos a tomar un café tú me contarías los tuyos.
Canibalismo, nos matamos entre nosotros, nos comemos
entre nosotros. Y los demás nos miran, por supuesto que sin entender mucho.
Pero ven división, ego, y lo único que quieren es tomar distancia.
En el final del verso 47 del capítulo 2 de Hechos leemos:
“Y
cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos”.
Vuelvo a preguntarte y a preguntarme qué tan lejos
estamos del modelo de aquellas comunidades del siglo I. Y si nuestro estilo de
construcción espiritual no se está convirtiendo en un obstáculo para el
crecimiento y difusión del Evangelio en occidente.
Dice el pastor Pablo Deiros:
La realidad de que juntos y unidos somos el cuerpo
de Cristo en la tierra, debe recordarnos permanentemente que cualquier
iniciativa individual debe estar integrada a la acción del conjunto. Un cuerpo
no se mueve a partir de las iniciativas propias de los miembros individuales,
sino que lo hace de manera armoniosa bajo la dirección que le impone “la
cabeza”. La efectividad del conjunto depende de la armonía de cada miembro
entre sí y de la unión de todos ellos con la cabeza. Esto significa que la
voluntad de Cristo, como cabeza de la iglesia, encontrará una expresión más
acabada no tanto en las grandes realizaciones individuales, sino en los
proyectos colectivos que se llevan a cabo bajo la guía de su Espíritu. La
efectividad de una iglesia no depende del brillo estelar de algunos astros,
sino de la luminosidad en conjunto de cada creyente irradiando la luz de Jesús.[2]
Lamento realmente tener que coincidir con este hombre de
Dios. No estamos siendo luminaria, porque nuestro ego tapa la luz de Cristo.
HÉCTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
www.puntospacca.net
Río Gallegos, Argentina
[1]
Kittel, G., Friedrich, G., & Bromiley, G. W. (2002). Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento. Grand
Rapids, MI: Libros Desafío.
2 Craig S. Keener, Comentario del Contexto Cultural de la
Biblia. Editorial Mundo Hispano.
[2]
Deiros, P. A. (2008). Liderazgo Cristiano
(pp. 224–225). Buenos Aires: Publicaciones Proforme.