Cuando canto, quieres silencio. Cuando busco, me pides que me siente y espere. Cuando pregunto, me exiges que calle.
Todo parece incomodarte. Nunca te alegras o te ilusionas con aquello que hago.
Estás ahí, pero en realidad no estás, hace tiempo que te perdiste en un mar de sueños incumplidos.
Rechazas el optimismo. Rechazas buscar entre la espesa neblina un atisbo de luz. Sigues empeñado en hacer ver a quienes desean vivir que la vida es una mala empresa y que vano resulta trabajar en ella.
Cuando te llamo, tus oídos se vuelven sordos.
Cuando te busco, tus manos se esconden, impropias, incapaces de extenderse, de prestarse.
Sigues en tu trinchera, cortejando a la desazón e inútilmente me afano por abrigarte con mi realismo.
Eres lo que siempre has repudiado ser, una persona que malvive intentando no hacer nada, buscándole recodos a lo absurdo y esconderse bajo el manto de una brutal y descorazonada vida sin vida.
Has usurpado un terreno que no te pertenecía y te agazapas en él haciéndote un hueco entre las ruinas de tu propia insatisfacción.
¿Qué buscas? ¿Qué quieres?
No contestas. No quieres admitir tu necesidad de ayuda. Sigues pensando que estás en posesión de una verdad que nadie entiende. Que este tiempo es sólo un dilatado espacio en el que te dedicas a esperar.
¡Si realmente deseas cambiar, haz algo!
Únicamente quien se arriesga puede ser coronado por la satisfacción de un deseo cumplido.
Pero, es mucho más cómodo seguir amilanado, viendo pasar los días y no hacer nada por enfrentarte a ellos.
Te vuelvo a preguntar:
¿Qué buscas? ¿Qué quieres?
Te incomoda mi insistencia y a mí me molesta tu silencio.
Seguramente desconoces lo que buscas y lo que quieres.
Contrariamente yo sé que te buscas a ti mismo y que para encontrarte tienes que ir a Dios.
Siempre he tenido claro que es lo que necesitas, lo realmente complicado es hacerte ver tu necesidad de ello.
Todo parece incomodarte. Nunca te alegras o te ilusionas con aquello que hago.
Estás ahí, pero en realidad no estás, hace tiempo que te perdiste en un mar de sueños incumplidos.
Rechazas el optimismo. Rechazas buscar entre la espesa neblina un atisbo de luz. Sigues empeñado en hacer ver a quienes desean vivir que la vida es una mala empresa y que vano resulta trabajar en ella.
Cuando te llamo, tus oídos se vuelven sordos.
Cuando te busco, tus manos se esconden, impropias, incapaces de extenderse, de prestarse.
Sigues en tu trinchera, cortejando a la desazón e inútilmente me afano por abrigarte con mi realismo.
Eres lo que siempre has repudiado ser, una persona que malvive intentando no hacer nada, buscándole recodos a lo absurdo y esconderse bajo el manto de una brutal y descorazonada vida sin vida.
Has usurpado un terreno que no te pertenecía y te agazapas en él haciéndote un hueco entre las ruinas de tu propia insatisfacción.
¿Qué buscas? ¿Qué quieres?
No contestas. No quieres admitir tu necesidad de ayuda. Sigues pensando que estás en posesión de una verdad que nadie entiende. Que este tiempo es sólo un dilatado espacio en el que te dedicas a esperar.
¡Si realmente deseas cambiar, haz algo!
Únicamente quien se arriesga puede ser coronado por la satisfacción de un deseo cumplido.
Pero, es mucho más cómodo seguir amilanado, viendo pasar los días y no hacer nada por enfrentarte a ellos.
Te vuelvo a preguntar:
¿Qué buscas? ¿Qué quieres?
Te incomoda mi insistencia y a mí me molesta tu silencio.
Seguramente desconoces lo que buscas y lo que quieres.
Contrariamente yo sé que te buscas a ti mismo y que para encontrarte tienes que ir a Dios.
Siempre he tenido claro que es lo que necesitas, lo realmente complicado es hacerte ver tu necesidad de ello.