"Juzga con justicia, y pelea" (Ap 19:11)
La figura de un Cristo armado con espada, que viene a combatir, choca contra las sensibilidades de nuestra mentalidad moderna. Preferimos a un Jesús más simpático, amable y agradable, que amenaza menos nuestra tranquila seguridad.
Tomás Münzer, de la Reforma Radical en Alemania, denunció la "bondad ficticia" que cree en un Cristo dulce y desconoce al Cristo amargo de los evangelios. Se nos olvida que el Jesús bíblico se enojaba más de una vez (Mr 3:5; 10:14) y vivía consumido por el celo de la casa de su Padre (Jn 2:17). Él tuvo enemigos, y provocaba constantemente la ira de ellos. ¿Dónde está ahora el Jesús que tomó el látigo, revolcó las mesas y purificó el templo?
El Hijo de hombre armado no se presenta sólo contra la bestia sino también ante la iglesia para "pelear contra ellos con la espada de mi boca" (Ap 2:16). En 2:23 ese "Jesús amargo" amenaza con "herir de muerte" a los hijos de Jezabel, la falsa profetisa. ¿Estará tan inmaculada la iglesia de hoy que Cristo haya podido envainar para siempre su espada de juicio? ¿No será que algunos sectores "evangélicos" predican un Cristo domesticado?
Una tensión paradójica marca la figura del Jesús bíblico: es el Príncipe de Paz, pero a la vez dijo, con gran énfasis, que no había venido a traer paz a la tierra sino espada (Mt 10:34):
No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada. Porque he venida a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; los enemigos de cada cual serán los de su propia familia (Mt 10:34).
Según esas palabras de Cristo, la división no era sólo una consecuencia accidental de su venida. Al contrario, ¡a eso vino!
En los versículos siguientes Jesús rechaza a los que aman más a sus familiares que a él (Mt 10:37) De hecho, aun en su propia familia, su persona trajo espada y división (Lc 2:14; Mr 3:31-35; Jn 7:3-5). A diferencia de nuestra sociedad moderna, cuando muchos tienen a la familia como el valor supremo, Jesús siempre la pone en un segundo lugar. Por mucho que se intente explicar estas declaraciones de Jesús, siguen siendo profundamente subversivas de nuestro actual orden social. Como observa Mounce (1998:98), "el llamado al compromiso total siempre ha traído división".
Esta conflictividad de Jesús se veía en todo su ministerio. Denunciaba incansablemente la corrupción, la injusticia y la hipocresía de los líderes nacionales. Su vida era de constantes controversias. Era ferozmente agresivo ante los poderosos (Mt 13) pero siempre tierno y compasivo con "los de abajo", con los pobres, rechazados, los marginados.
Pensaba con cabeza propia, atrevidamente: "Maestro, sabemos que eres un hombre íntegro... No te dejes influir por nadie porque no te fijas en las apariencias" (Mt 22:16). Por falta de esa criticidad rigurosa, muchos cristianos hoy, incluso muchos líderes y políticos, son inocuos e inofensivos. Por cobardía mental, nos hemos acomodado al mundo, al sistema vigente, sin la claridad y la valentía para pelear por la voluntad de Dios.
Si pelear es malo, entonces Dios mismo es el peor de los malos y los profetas le siguen. El Antiguo Testamento repite constantemente, desde el momento del éxodo (Ex 14:14,25), que Yahvéh es hombre de guerra y pelea contra los enemigos de su pueblo. Los profetas, por su parte, eran luchadores que vivían en constantes pleitos. Atacaban sin pelos en la lengua, a veces en términos realmente insultantes, como cuando Amós llama a las mujeres ricas de Samaria "vacas de Basán" (Am 4:1). Condenaban a los que vivían tranquilos en Sión (Am 6:1) y que dicen "Paz, paz, cuando no hay paz" (Jer 6:14; 8:11).
Para Jeremías, esta llamada conflictiva le causó serias depresiones:
¡Ay de mí, madre mía,
que me diste a luz
como hombre de contiendas y disputas
contra toda la nación!
No he prestado ni me han prestado,
pero todos me maldicen (Jer 15:10).
Hoy el Señor nos llama a una presencia profética inmersa en las controversiales realidades de nuestro tiempo. Cuando Cristo nos dijo, "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mt 6:33), no quiso decirnos que nos afanáramos para ganar al cielo cuando nos muramos sino que nos esforcemos por promover ese reino y su justicia aquí en el mundo de hoy.
Cuando oramos, "Venga tu reino" (Mt 6:10), no estamos invocando la segunda venida de Cristo sino comprometiéndonos a luchar para que la voluntad de Dios se haga en nuestras tierras, como en el cielo. Ese es un llamado muy desafiante.
El ejemplo del Jesús combativo nos inspira a orar, con la popular canción,
Sólo le pido a Dios
Que el dolor no me sea indiferente,
Que la reseca muerte no me encuentre
Vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente.
Sólo le pido a Dios
Que lo injusto no me sea indiferente...
Ni la guerra, ni el engaño, ni el futuro,
Ni la corrupción, ni la avaricia,
Ni la teología de la prosperidad,
No nos sean indiferentes,
¡sino que nos consuma el celo por el reino de Dios y su justicia!