- ¿Cómo se logra olvidar?
Su pregunta me golpea. Durante unos segundos medito en mi respuesta, no es fácil encontrar las palabras idóneas para hacer que quien sufre pueda recibir un halo de esperanza.
- Perdonando.
Respondo. No digo nada más, no atribuyo ninguna otra palabra, sé que ella entiende la profundidad del verbo perdonar, todo lo que circunda un término tan en desuso.
Olvidar el dolor producido por alguien que supuestamente te amaba y que en un arrebato de sinrazón decide hacer de tu vida un infierno, no es algo simple de ejecutar.
Pasar página a un lamentable capítulo de tu vida y emprender un largo camino de regreso, no debe de ser sencillo.
Pero es el perdón el canal que nos libera de la pesada carga del dolor. Es el ungüento milagroso que hace escocer las heridas para que cicatricen con prontitud.
Al perdonar aliviamos el pesar que siente nuestro corazón, nos concedemos la oportunidad de ser un poco más libres.
Quienes hemos experimentado un profundo e insondable dolor sabemos que sólo Dios es capaz de virar nuestras vidas y darles un nuevo sentido.
Insano y erróneo es quedarse mutilado bajo el acoso de un sentimiento pasado, una tragedia que nos marcó lacerándonos la vida con ímpetu y volviéndonos preso de temores.
Cuando aprendemos a dejar atrás el cilicio estamos abriendo sendas en la oscuridad. Estamos predisponiendo nuestras vidas para que sean receptoras de un gran cambio.
La ira y el rencor carcomen, mustian el alma, hacen que seamos presos de sinsabor que debieron ser sepultados y que por no hacerlo aún arremeten en contra nuestra con su punzante y envenenado aguijón.
Perdonar, olvidar, zanjar el ayer y vivir el presente. Saborear las primicias del nuevo día y dejar que la brisa fresca de la mañana nos despeine la desazón, haciendo que cada tramo de vida por vivir esté saturado de una envolvente fragancia de optimismo. Recordar que el invierno ya pasó y el tiempo de la canción ha llegado.
Una clara demostración de perdón nos la enseñó Jesús desde la cruz. Después de haber sido vejado, maltratado, humillado, expresó con una inefable carga de amor: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Su pregunta me golpea. Durante unos segundos medito en mi respuesta, no es fácil encontrar las palabras idóneas para hacer que quien sufre pueda recibir un halo de esperanza.
- Perdonando.
Respondo. No digo nada más, no atribuyo ninguna otra palabra, sé que ella entiende la profundidad del verbo perdonar, todo lo que circunda un término tan en desuso.
Olvidar el dolor producido por alguien que supuestamente te amaba y que en un arrebato de sinrazón decide hacer de tu vida un infierno, no es algo simple de ejecutar.
Pasar página a un lamentable capítulo de tu vida y emprender un largo camino de regreso, no debe de ser sencillo.
Pero es el perdón el canal que nos libera de la pesada carga del dolor. Es el ungüento milagroso que hace escocer las heridas para que cicatricen con prontitud.
Al perdonar aliviamos el pesar que siente nuestro corazón, nos concedemos la oportunidad de ser un poco más libres.
Quienes hemos experimentado un profundo e insondable dolor sabemos que sólo Dios es capaz de virar nuestras vidas y darles un nuevo sentido.
Insano y erróneo es quedarse mutilado bajo el acoso de un sentimiento pasado, una tragedia que nos marcó lacerándonos la vida con ímpetu y volviéndonos preso de temores.
Cuando aprendemos a dejar atrás el cilicio estamos abriendo sendas en la oscuridad. Estamos predisponiendo nuestras vidas para que sean receptoras de un gran cambio.
La ira y el rencor carcomen, mustian el alma, hacen que seamos presos de sinsabor que debieron ser sepultados y que por no hacerlo aún arremeten en contra nuestra con su punzante y envenenado aguijón.
Perdonar, olvidar, zanjar el ayer y vivir el presente. Saborear las primicias del nuevo día y dejar que la brisa fresca de la mañana nos despeine la desazón, haciendo que cada tramo de vida por vivir esté saturado de una envolvente fragancia de optimismo. Recordar que el invierno ya pasó y el tiempo de la canción ha llegado.
Una clara demostración de perdón nos la enseñó Jesús desde la cruz. Después de haber sido vejado, maltratado, humillado, expresó con una inefable carga de amor: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.