Aprendo cómo forjar mi vida. Aprendo en el duro taller de la experiencia.
Callar no siempre implica otorgar. Los silencios pueden resumir un conocimiento que no quieres desvelar porque sabes que al hacerlo público puedes dañar a quien privado de él va a sentir el duro golpe de algo que no necesitaba saber.
Silencias palabras duras, curtidas en derrotas y que tendidas bajo el sol han alcanzado la posesión de un veneno desconocido.
Callas para no desvelar un secreto que al ser expuesto puede provocar el desalojo de la alegría, la premura de la tristeza.
Aprender a guardar silencio y esperar. Fácil la teoría, complicada la práctica.
Tienes la intención de guardar silencio. Has permanecido alerta a tus palabras para que éstas no fueran dirigidas atropelladamente y encauzadas por un mal sendero. Sabes lo que tienes que hacer, pero, llegado determinado momento explotas sin contención y emergen de tus labios frases que habías prometido no esgrimir.
Te sientes totalmente desarmado, en segundos has puesto fin a una idea que macerada habías creído controlar. Contrariado descubres que has vuelto a equivocarte cayendo en el error de hablar apresuradamente, sin meditar, sin prever consecuencias.
Has lanzado al aire tu opinión, has enjuiciado, criticado, azotado con vehemencia. Sabes que no siempre es bueno decir todo cuanto piensas, y no es porque tu forma de pensar sea equívoca, pero antes de proferir palabras que de antemano sabes van a ser duras debieras preguntar al dador de tus palabras si es su voluntad que arremetas los oídos de quien te oye con la rotundidad de un estrofa convertida en látigo.
Manejar el silencio con sabiduría, invirtiendo tiempo en saber escuchar.
Hablamos mucho y en ocasiones decimos poco.
Deberíamos saber escuchar con los ojos, auscultar los matices que se nos muestran, los rastros que deja la vida en el sendero por el que andamos, las huellas a veces imperceptibles de quienes pisan con levedad la tierra que compartimos.
Escuchar con las manos cuando acariciamos las asperezas, las cicatrices y aún a veces, las sangrantes heridas.
Qué bueno sería cerrar los ojos y ver, mirar con los sentidos, comprometidos con Dios, asemejándonos a Él.