EL MAYOR PELIGRO David Wilkerson
El peligro más grande que todos enfrentamos es no ser capaces de ver a Jesús en nuestros problemas, y en lugar de verlo, ver fantasmas. En ese momento crítico de temor, cuando la noche es más negra y la tormenta es más violenta, Jesús siempre se acerca a nosotros para revelarse como el Señor del diluvio, el Salvador en las tormentas. “Jehová preside en el diluvio, y se sienta Jehová como rey para siempre” (Salmo 29:10).
En Mateo 14, Jesús ordenó a sus discípulos subirse a una barca que se dirigía hacia una tormenta. La Biblia dice que Él los forzó a entrar a la embarcación. En otras palabras, insistió para que se subieran a esa barca aun cuando se dirigía a aguas turbulentas, y sería lanzada de un lado a otro. ¿Y dónde estaba Jesús? Él estaba arriba en las montañas, con su vista en el mar y orando para que ellos no fallaran a la prueba que Él sabía que tenían que atravesar.
Después Él llegó caminando sobre el agua (ver Mateo 14:25) ¡Pero ninguno de los discípulos lo reconoció! No esperaban verlo sobre el agua en medio de la tormenta. Nunca jamás esperaban que estuviera con ellos o aun cerca de ellos en una tempestad.
Al menos uno de los discípulos debería haberse dado cuenta de lo que estaba pasando y haber dicho: “Miren amigos, Jesús dijo que él nunca nos dejaría ni nos abandonaría. Él nos envió en esta misión; estamos en el centro de Su voluntad. Él dijo que por Él son ordenados los pasos del hombre justo. Miren otra vez. ¡Es nuestro Señor! ¡Él está aquí! ¡Nunca jamás hemos estado fuera de Su mirada.”
Había solo una lección que aprender, solo una. Era una lección simple, no una que fuese difícil de comprender, mística, o que fuese como un terremoto. Jesús simplemente quería que confiaran en que Él era su Señor en medio de cada tormenta que atravesaran en sus vidas. Él simplemente quería que ellos mantuviesen su gozo y confianza aún en las horas más oscuras de sus pruebas. ¡Solo una simple pero muy importante lección!:
“Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mateo 28:20)