REFLEXIÓN VIERNES 6 DE JUNIO DE 2014.
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo.” Efesios 4:26-27.
¿Qué sucede cuando nos causamos una herida en nuestro cuerpo? Lo más seguro es que nos duela, pero a medida que nos aplicamos los medicamentos apropiados, esa herida va sanando poco a poco y, al final, probablemente, solo nos queda una pequeña cicatriz que nos recuerda lo sucedido. Ahora bien, cuando esa cicatriz nos duele, es casi seguro, que esa herida aún no ha sanado del todo y requiere continuar con un buen tratamiento para sanarla por completo.
¿Quién no tiene alguna cicatriz en su cuerpo? Casi todos, por no decir todos, tenemos alguna marquita en nuestro cuerpo, causada por nuestra imprudencia ó porque alguien nos la causó. En algunos son más visibles que en otros. Así también sucede en nuestras vidas, tenemos heridas que por nuestras acciones, nosotros mismos nos hemos propiciado ó, también, porque otros nos las han causado.
¿Alguien te ha causado alguna ofensa?, ¿alguien ha hablado mal de ti?, ¿alguien te abandonó en el momento en que más necesitabas su presencia? Esos sentimientos que pueden surgir por ese tipo de heridas, se pueden transformar en resentimiento y el resentimiento envenena el alma y, finalmente, puede, fácilmente, conducir hasta el odio y el odio trae consigo desenlaces fatales. ¿Un poco exagerado en mi apreciación? Puede ser, pero hoy es el pan diario en muchas personas. “Deja la ira y abandona el furor; no te irrites, sólo harías lo malo.” Salmo 37:8.
Necesitamos un toque divino que sane por completo nuestras heridas y nos bañe con su bálsamo de paz. Las heridas del cuerpo se tratan con medicamentos; las heridas del alma, solo la sangre de Cristo, las puede limpiar. La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado, desinfecta nuestras heridas y las cicatriza por completo. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.” 1 Juan 1:9.
ORACIÓN
“Soberano Dios y Padre Celestial: Gracias porque tu sanas los quebrantos de mi corazón y vendas mis heridas. Gracias porque me lavas por completo de mi maldad, y me limpias de mi pecado. Gracias porque desarraigas de mi, cualquier raíz que impida mi comunión contigo. Gracias porque no permites que en mi corazón se aniden la amargura, el enojo, la ira, la contienda y todo aquello que impida acercarme a ti. Recibe honra, gloria y honor, en el poderoso nombre de mi Señor Jesucristo.” Amén y Amén.
-FELIZ FIN DE SEMANA-
ARBEY SERNA ORTIZ